Al realizar este anuncio, Angela Merkel estaba visiblemente triste pero en absoluto amarga. Expresó además el deseo que el "debate sobre su sucesión se lleve a cabo de forma amistosa". (Foto: EFE)
Al realizar este anuncio, Angela Merkel estaba visiblemente triste pero en absoluto amarga. Expresó además el deseo que el "debate sobre su sucesión se lleve a cabo de forma amistosa". (Foto: EFE)

Los observadores políticos de Berlín describen esto como un "Goetterinnendaemmerung", el crepúsculo de las diosas: después de un segundo doloroso resultado electoral estatal para la Unión Demócrata Cristiana (CDU) este mes, la canciller Angela Merkel decidió no postularse nuevamente para dirigir su partido en diciembre.

Si bien eso no es lo mismo que renunciar aún a su cargo público (se espera que confirme hoy que no volverá a postularse después del 2021) es la señal oficial de que la era Merkel está terminando y la carrera de sucesión está abierta no solo en el partido, sino que también para la Cancillería.

Quien la suceda estará navegando en aguas tormentosas. El resultado de las elecciones del domingo en Hesse, estado donde se ubica la capital financiera del país, Fráncfort, mostró que la dispersión política que ha llevado a largas conversaciones para formar un gobierno y gabinetes inestables en muchos países europeos también es la nueva norma en Alemania.

En Hesse, la CDU de Merkel obtuvo el peor resultado en 50 años (27% de los votos) y su socio de la coalición federal, el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), el peor resultado en su historia (19.8%). Esto probablemente no conducirá a ningún cambio trascendental en el estado.

Durante cinco años, Hesse estuvo gobernado por una coalición de la CDU y los Verdes; Volker Bouffier, aliado de Merkel, era el ministro presidente, y Tarek Al-Wazir, líder estatal de los Verdes, era el vicepresidente y ministro de economía. Esta combinación también es la más probable después de la elección; juntos, la CDU y los Verdes, que aumentaron a un resultado récord del 19.8%, tienen 69 escaños en el parlamento estatal, la menor mayoría absoluta posible.

Otras coaliciones son solo posibles teóricamente, y Bouffier y Al-Wazir son los políticos más populares del estado.Y, sin embargo, está claro que la coalición gobernante federal es impopular, y Merkel no pudo evitar la responsabilidad política por el reciente sombrío desempeño de su partido y su aliado, la Unión Social Cristiana de Baviera. Realizar un acuerdo a la vez y aguantar porque cada resultado electoral es una paliza, pero no una catástrofe, claramente ha perdido su atractivo para Merkel.

Ya sea que se culpe o no por los problemas de la CDU y la coalición, Merkel está a punto de quitar su personalidad como un factor en la elección de los votantes.

En los 13 años en que ha gobernado Alemania (y 18 como líder de la CDU) hay, por supuesto, mucho que Merkel ha hecho mal. Ha hecho promesas excesivas y no ha cumplido objetivos ambientales. Acumuló ingresos tributarios imprevistos del gobierno mucho más allá del punto en que el presupuesto estaba equilibrado en lugar de aumentar la inversión en infraestructura, en especial infraestructura digital.

En el 2015 y 2016, dejó entrar a más de 1.2 millones de solicitantes de asilo sin planificación, sobrecargando la maquinaria burocrática y la fuerza policial alemana, y dejando que el partido nacionalista Alternativa para Alemania (AfD) llevara el tema de la inmigración a todos los parlamentos estatales, así como el federal.

Finalmente, desde la elección no concluyente del año pasado, se ha enfocado demasiado en formar una coalición viable y luego mantenerla unida en medio de constantes peleas, lo que dejó a los alemanes con la impresión de que nadie estaba interesado en gobernar. La mayoría, según una encuesta reciente, responsabiliza personalmente a Merkel por el lamentable estado del gobierno.

Las crecientes demandas de cambio, sin embargo, no van a satisfacerse con meros movimientos de personal, incluso tan trascendentales como la salida gradual de Merkel del poder (ha dicho que cree en mantener el liderazgo del partido y la cancillería en el mismo par de manos).

A ningún sucesor –ya sea la secretaria general de la CDU elegida por Merkel, Annegret Kramp-Karrenbauer, el conservador ministro de salud, Jens Spahn, el duro crítico de Merkel y exjefe de la facción de la CDU, Friedrich Merz, o cualquiera de los exitosos ministros presidentes estatales de la CDU– le será fácil ganar un mandato popular más amplio que Merkel cuando los partidos tradicionales de la centro-derecha y centro-izquierda están en declive institucional. El público sabe lo que pueden ofrecer y lo encuentra irritantemente aburrido.

Los socialdemócratas tienen algunos líderes populares –el ministro de Asuntos Exteriores, Heiko Maas, tiene el índice de aprobación más alto de todos los políticos alemanes y el ministro de Finanzas, Olaf Scholz, está entre los tres primeros– pero si cualquiera de ellos lleva al partido a una elección anticipada, probablemente fracasaría miserablemente. El partido en sí mismo se ve sin ideas. La CDU tiene un problema similar, no importa quién gane la lucha interna.

Un giro a la derecha, hacia la postura antiinmigrante de la AfD, sería de poca ayuda para la posición del partido; en Baviera, la CSU fracasó con esa táctica, y tanto en Baviera como en Hesse, a los Verdes pro-inmigrantes les ha ido mejor que a los nacionalistas. Un giro a la izquierda es algo que Merkel intentó, y ganó mucho resentimiento en las filas del partido, acelerando la deserción de algunos conservadores a la AfD.

Lo que los votantes buscan son nuevas ideas, opiniones claras, atención a sus problemas cotidianos en lugar de disputas intra e interpartidistas. Las ganancias de los Verdes con su estrategia amigable y de no confrontación apuntan a una potencial estrategia ganadora, aunque ciertamente es más fácil ser amigable y no confrontacional cuando no se está en el puesto crítico.

Por otro lado, el nativismo sin remordimientos de la AfD es claramente otra forma de ganar votos. La creciente polarización y dispersión no son buenas para los grandes partidos en general, incluso con líderes altamente capaces y talentosos.

Es por eso que es poco probable que la crisis actual conduzca al surgimiento de figuras de la envergadura de Merkel, capaces de unir al país. No se puede salvar el monopolio del poder de los grandes partidos; el futuro inmediato de Alemania parece ser algo así como el de otros países europeos: un panorama electoral cambiante, gobiernos inestables, intentos de prueba y error que llevan a un punto muerto.

Eso no es malo en sí mismo: el cambio radical nunca lleva inmediatamente a resultados estables. Es irónico, sin embargo, que Merkel, la mayor maestra de los acuerdos de este siglo, esté dejando atrás un panorama en el que los acuerdos serán aún más necesarios que durante su reinado.

Por Leonid Bershidsky

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