Brasil
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No deje que las encuestas lo engañen. El favorito en las elecciones presidenciales del domingo en no son el paracaidista retirado y nostálgico de la dictadura , ni su rival más cercano, el exalcalde de São Paulo y sustituto izquierdista del Partido de los Trabajadores Fernando Haddad.

Ambos contendores, que parecen estar listos para ganar la primera ronda y luego enfrentarse en una segunda vuelta a fines de este mes, palidecen ante su índice de rechazo acumulado del 79%: un 42% dijo que nunca votaría por Bolsonaro mientras que un 37%, jamás lo haría por Haddad.

Eso es un repudio arrollador y dice mucho sobre la situación en la democracia combustible de Brasil, donde las tribus eclipsan a los partidos políticos y hablar de redención supera cualquier conversación coherente sobre las reformas que el país tanto necesita. “En un escenario polarizado, la victoria de un lado es la pérdida del otro", dijo Marcelo Cortes Neri, economista experto en bienestar e igualdad de la Fundación Getulio Vargas, en Río de Janeiro.

necesita reducir el riesgo, no provocar más, y eso significa alguien con equilibrio en el gobierno".

Entonces, ¿cómo el país con una reputación de adaptación cultural, ideologías ajustadas a la forma y política de círculos cerrados se volvió tan frágil y belicoso? Claramente, los votantes están hastiados de los partidos heredados y sus padrinos.

Basándose en datos sobre actitudes globales de Gallup, la Fundación Getulio Vargas concluyó que Brasil se ubica en el penúltimo lugar entre 130 naciones en cuando a confianza en el gobierno central, y solo un 4% expresa fe en el liderazgo político.

¿La institución pública más popular de la nación? Las fuerzas armadas, y obtuvo apenas un 52% de aprobación.Agregue los intercambios biliosos en las redes sociales, agravados por lo que los verificadores de información de O Globo encontraron era un reciente aumento de más de 10 veces en las noticias falsas, y las posibilidades de un debate razonado y templanza política son nulas.

Ni siquiera el enérgico nacionalista Ciro Gomes, que ocupa el tercer lugar en las encuestas, ha encontrado mucho apoyo para sus reformas populistas. Es incluso peor para los moderados, como la exministra de Medio Ambiente Marina Silva, en un distante quinto lugar, o la cuarta preferencia, el exgobernador de São Paulo y candidato de la Socialdemocracia Geraldo Alckmin.

Las tribulaciones económicas también corroen el centro político. Con su brecha histórica entre ricos y pobres, los funcionarios brasileños saben cómo convertir en un arma la generosidad pública. Al monitorear ocho elecciones entre 1982 y 2014, Neri encontró que el número de personas que vivían en la pobreza cayó en un promedio de alrededor del 8% en años electorales, sólo para aumentar en la misma cantidad en los meses posteriores.

Eso es porque las administraciones en funciones invariablemente usan programas sociales para aumentar el flujo de transferencias de efectivo y otros beneficios sociales antes de las elecciones y luego aplican la austeridad una vez que se cuentan los votos.

Esta vez, esta estrategia ha sido mitigada por los niveles récord de rechazo del gobierno saliente del presidente Michel Temer y la estancada recuperación después de la peor recesión que haya sufrido el país en su historia. No es de extrañar que, a pesar del reciente aumento en los ingresos de los hogares y una disminución proyectada en la pobreza, todos los candidatos presidenciales se han cuidado de distanciarse de Temer, incluso aquellos que apoyan su agenda reformista.

Claramente, los centristas no han ayudado a su causa con propuestas que no ofrecen soluciones a una economía dudosa ni reformas para una clase política monumentalmente corrupta. No hacerlo enciende aún más las pasiones que llevan a los manifestantes a las calles y las batallas en WhatsApp y Facebook. Puede que el problema político de Brasil no sea tanto la mitad que falta como lo que le falta a la mitad.

“La agenda centrista tradicional ha perdido fuerza ante la política de identidad y valores", me comentó Fernando Schuler, de la escuela de negocios de São Paulo Insper. "Brasil ahora es parte de las guerras culturales”.

Alckmin puede haber modernizado el gobierno en São Paulo, el estado más grande de Brasil, y liderado la mayor caída en los homicidios del continente, mientras que el exgobernador de Ceará Gomes ayudó a cambiar la suerte de una de las regiones más pobres de Brasil. Sin embargo, ninguno tiene una oportunidad cuando las voces más fuertes sobre Dios, la familia, las armas y la inclusión racial y social son lo que mueve a las personas.

Tanto mejor para el Partido de los Trabajadores (PT), que bajo el icónico expresidente Luiz Inácio Lula da Silva se convirtió en la principal maquinaria política del país, y luego quizás su vehículo más formidable para la corrupción. Con Haddad sustituyendo al encarcelado Lula, el PT ha renovado su marca incluyendo a la comunidad LGTB, los derechos humanos y el movimiento #MeToo a la vez que agregó un brillo de misticismo político sobre su líder presuntamente perjudicado.

"Lula es un genio de la victimización y un maestro de las artes marciales políticas”, dijo el politólogo de la Fundación Getulio Vargas Octavio Amorim Neto.

Entra Bolsonaro, quien ha energizado a los conservadores de clósets aprovechando la fuente del resentimiento contra Lula, una reacción contra la política de identidad y un punto débil para los díasde la dictadura militar. Las encuestas muestran que sus principales partidarios son predominantemente jóvenes acomodados y bien educados provenientes de las regiones más industrializadas del sur y centro. "El centro tenía todas las oportunidades de prevalecer", dijo Amorim.

Algunos analistas argumentan que la furia actual no puede durar. "Todos están en el tren contra el establishment", señaló Mónica de Bolle, directora de estudios de mercados emergentes y latinoamericanos de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. “La gente se va a cansar de eso. No es lo que son los brasileños".

Por el momento, sin embargo, esto es en lo que se ha convertido .

Por Mac Margolis

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.