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El caos en el segundo mayor aeropuerto de Gran Bretaña, que dejó a miles de pasajeros varados al inicio de la temporada de fiestas navideñas, fue un caso de tecnología disruptiva en acción: los vuelos tuvieron que ser detenidos después de que se encontraran volando en las cercanías del aeropuerto londinense de Gatwick.

Hay fuerte razones para regularlos más estrictamente, y para mantenerlos fuera de las manos de los aficionados.

Aún no ha ocurrido una colisión entre un dron y un avión de pasajeros, aunque la semana pasada surgieron sospechas después de un incidente en Tijuana, México. Afortunadamente, el avión involucrado pudo aterrizar normalmente.

Sin embargo, la posibilidad ha sido modelada, y las consecuencias serían devastadoras: los objetos voladores pueden hacer incluso más daños que las aves, y los choques con fauna dieron cuenta de 287 muertes de personas entre 1988 y 2017.

Por otro lado, los drones se pueden utilizar para prevenir los choques con fauna al mantener alejadas a las aves de los aeropuertos. La Administración Federal de Aviación de Estados Unidos recientemente autorizó a las empresas de drones volar sobre aeropuertos para fines benignos como éste.

En otras palabras, el riesgo no es tanto permitir que los drones vuelen cerca de los aeropuertos, sino que permitir que lo hagan sin la debida coordinación con los operadores aeroportuarios.

El Reino Unido ya tiene normas para el uso de aviones no tripulados: no pueden volar a más de 400 pies o dentro de 1 kilómetro (0.6 millas) de un aeródromo sin permiso. Tampoco pueden circular por los corredores aéreos que usa la familia real para sus vuelos en helicóptero.

Estas restricciones, sin embargo, son difíciles de hacer cumplir, como quedó demostrado con el incidente del jueves en Gatwick. La policía no puede disparar para sacar a los objetos del aire porque las balas perdidas pueden causar daño, y lleva tiempo averiguar quién controla los drones.

La legislación que fue introducida este año exigirá que los propietarios de naves no tripuladas que pesan 250 gramos (9 onzas) o más se registren en la Autoridad de Aviación Civil del Reino Unido y rindan una prueba de seguridad por Internet.

Pero estas medidas no evitarán el uso malicioso o irresponsable de estas aeronaves; en caso de un choque contra un avión de pasajeros, sería irrelevante si el propietario estaba registrado y había rendido la prueba.

Existen buenas razones para permitir el uso profesional de drones: ofrecen una forma más económica para que las empresas entreguen bienes, se pueden utilizar en inspecciones industriales y fronterizas, y permiten al ejército salvar vidas de soldados.

Pero es difícil ver una buena razón para vender drones a aficionados. Pueden causar accidentes anormales, y aunque la gente puede divertirse con las máquinas, también adquieren la siniestra habilidad de atacar a otros, o invadir su privacidad, desde el aire.

Según la firma de investigación del mercado tecnológico Gartner, en el 2017 se despacharon unos 2.8 millones de drones personales en todo el mundo, en comparación con solo 174,100 drones comerciales.

Aunque en dólares la diferencia no es tan sorprendente, la industria de drones para aficionados es más grande que su contraparte civil comercial (aunque las ventas de drones militares eclipsan a los dos). Vender estos peligrosos juguetes a cualquiera que los quiera y que pueda aprobar una prueba en línea no tiene sentido.

Me gustaría defender la libertad de que todos compren cosas y jueguen con ellas, pero los aviones no tripulados no están destinados a ser una tecnología de consumo. Su uso, incluso con fines comerciales, debe ser estrictamente controlado porque son muy fáciles de utilizar como armas. Los millones de naves no tripuladas que están en manos privadas son una amenaza, y los pasajeros varados en Gatwick el jueves son un buen ejemplo.

Por Leonid Bershidsky

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.