sorbetes
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Raras veces un producto para el consumidor ha sido tan vilipendiado como la cañita o sorbete. Como símbolo del despilfarro humano y nuestro descuidado desprecio por el medio ambiente, las cañitas son el villano casi perfecto. Se usa una cañita de plástico una vez, se tira, pero se queda con nosotros para siempre, flotando en el mar o lastimando a la fauna.

Es por eso que algunos gobiernos locales, como el de la ciudad de Nueva York, han dejado de permitirlas, junto a otros plásticos de un solo uso. Parece una medida razonable, aun cuando las cañitas de plástico representan apenas una pequeña parte del volumen total de plástico desechado cada año.

Pero la eliminación de las cañitas de plástico ofrece un estudio de caso de cómo las soluciones simples pueden ser maléficamente difíciles de implementar, y en ocasiones peores que los problemas que intentaban solucionar. De eso, podemos agradecer principalmente a nosotros mismos y a nuestros peculiares comportamientos.

Veamos un ejemplo: algunos bares y restaurantes han reemplazado sus pajillas de plástico por versiones metálicas reutilizables. Pero hay un problema, como informó recientemente el New York Post: los clientes siguen llevándose las pajillas metálicas.

Esto deja a los restaurantes en un aprieto. Las pajillas metálicas son costosas –tal vez un dólar cada una (o más), en comparación con uno o dos centavos por las de plástico–, de modo que los costos de reemplazo aumentan rápidamente.

Este podría no ser un problema tan grande si las cañitas de plástico que se llevan los clientes fueran reutilizadas con frecuencia. No obstante, la mayoría probablemente quedan exhibidas como objetos curiosos, u olvidadas en el cajón de los cubiertos. Esto significa que las cañitas metálicas, las cuales puede asumirse requieren minería, además de grandes cantidades de energía para convertirse en hojas de metal que luego se moldean como tubo cilíndrico, no proporcionan su beneficio ambiental objetivo.

No conozco ninguna investigación sobre los costos ambientales relativos de producir diferentes tipos de cañitas, pero la evidencia de las bolsas de mercado reutilizables no es alentadora.

La producción de bolsas reutilizables requiere mucha más energía que la de bolsas plásticas o de papel de un solo uso. Por tanto, se convierten en una ventaja ambiental después de muchos usos –según cálculos, se debe usar una bolsa reutilizable al menos 40 veces para compensar en términos ambientales–. La mayoría de las bolsas reutilizables se pierden, desechadas u olvidadas en un armario antes de llegar a la meta, lo que socava el caso a su favor.

Sería sorprendente que el cálculo para las pajillas metálicas fuera mejor. Si las pajillas de metal desaparecen antes de haber sido lo suficientemente utilizadas, podrían ser peores para el medio ambiente que sus pares de plástico.

Entonces, ¿qué hacer? La economía ofrece una respuesta directa: en lugar de prohibir los plásticos de un solo uso, la estrategia adecuada es ponerles impuestos.

Los impuestos obligan a la gente a pagar –o en la jerga económica, a internalizar– sus propios costos ambientales. Esto tiende a llevar a las personas a cambiar su comportamiento: con los impuestos a los plásticos, todo el mundo reduce su uso al margen, y aquellos con un valor relativamente menor por ser de un solo uso desaparecen mucho más. Incluso los impuestos pequeños pueden cambiar el comportamiento significativamente: un impuesto de 7 centavos sobre todas las bolsas de mercado en Chicago, por ejemplo, estuvo asociado con una disminución de 42% en el uso.

Podemos calibrar los impuestos para que sean acordes a los cálculos de daño ambiental. Esto ayuda a hacer tangibles las preocupaciones ambientales, y en particular hace que las personas entiendan cuáles son los tipos de plástico más peligrosos. Es más, podemos usar los ingresos por el impuesto al plástico para apoyar causas ambientales, como lo han hecho Chicago y otras ciudades.

Por supuesto, con estos impuestos al consumo y el usuario debemos tener cuidado con la inequidad: la carga tributaria efectiva tiende a recaer sobre aquellos con menores ingresos o que necesitan usar más los productos de plástico. Pelo la política basada en impuestos puede diseñarse para tener en cuenta las circunstancias individuales.

Por ejemplo, las bolsas de los almacenes de víveres de gama alta a menudo tienen una carga impositiva más alta que las de las tiendas de menor costo. Mientras tanto, las personas que, por motivo de discapacidad, necesiten usar pajillas, estarían exentas del impuesto.

Esto, sin embargo, no ayudaría tanto a estas personas, ya que bajo la prohibición muchos restaurantes dejarán de almacenar pajillas de plástico por completo.

Entonces, si bien es cierto que reducir el uso de las pajillas de plástico podría ser una forma fácil de limitar nuestro daño al medio ambiente, debemos asegurarnos de que las limitaciones realmente representen soluciones. Eso quiere decir que los impuestos podrían ser mejores que las prohibiciones.

Por Scott Duke Kominers