Por Lionel Laurent
Una vacuna contra el COVID-19 está cada vez más cerca, y Gobiernos de todo el mundo se esfuerzan por enfrentar el desafío financiero y logístico que implica la inmunización de sus poblaciones en un corto lapso de tiempo. Las esperanzas de un repunte en el crecimiento económico mundial para el próximo año dependen de ello.
Pero el mayor desafío puede terminar siendo psicológico: cómo convencer a las personas de que se vacunen. Es posible que, para alcanzar la inmunidad colectiva, se necesite que al menos 80% de la población se vacune, lo que deja poco margen de error.
Las encuestas sugieren que es Francia, el lugar de nacimiento del pionero de las vacunas Louis Pasteur, el país al que se debe prestar más atención. Una reciente encuesta de Ipsos reveló que solo 54% de los adultos franceses estaría dispuesto a vacunarse contra el COVID-19 cuando haya un tratamiento disponible, el menor porcentaje entre 15 países. (Estados Unidos fue el penúltimo).
Si bien Francia tiene su cuota de activistas antivacunas, las principales razones del escepticismo son interrogantes en torno a la eficacia y el temor a los efectos secundarios, en lugar de una oposición rotunda. Francia también es vulnerable por otras razones: es una sociedad altamente medicada donde se ha tendido a prescribir antibióticos en exceso, lo que ha llevado a la gente a probar remedios naturales. Incluso 26% de los médicos franceses piensan que algunas vacunas recomendadas son inútiles. La indecisión en torno a las vacunas no es nueva, pero es compleja.
No sabemos cómo reaccionarán realmente los reticentes cuando comiencen las campañas de inmunización, pero sería imprudente suponer que se alinearán automáticamente. La cobertura de vacunación infantil de Francia es superior al 90%, al igual que en muchos países ricos, pero eso se debe en gran parte a que 11 de esas inoculaciones son obligatorias por ley y están condicionadas al acceso a la educación.
Hay poco interés por incluir una duodécima vacuna contra el COVID en la lista obligatoria en caso de que provoque una fuerte respuesta negativa. Por lo tanto, las personas tendrán el poder de rechazarla, y la probable necesidad de un tratamiento de dos dosis aumenta el riesgo de rechazo.
La comunicación será clave. El temor entre los reticentes a los efectos secundarios es profundo y es muy difícil eliminar la información errónea. Cuando Gerard Araud, exembajador de Francia en EE.UU., tuiteó hace poco sobre su apoyo a la vacunación, se vio inundado de tantas respuestas contra la vacuna que fue imposible responder a todas. Es el equivalente en las redes sociales de “Gish Gallop”.
El presidente Emmanuel Macron espera que sirva de ayuda la creación de un comité de científicos que se centre en la aceptación de las vacunas y el reclutamiento de miembros de la población para que difundan información. Pero también se debe conseguir el apoyo de la comunidad médica en general.
Los médicos de familia son el “último recurso” para la vacunación y deben defender la causa. Eso ha marcado una gran diferencia en la adopción de la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH) que protege contra el cáncer de cuello uterino y otras formas de cáncer. Incluso algo tan simple como una hoja informativa sobre el VPH fue suficiente para aumentar la intención de vacunarse de 49% a 70% en un grupo, según una investigación citada en el libro “Anti-Vaxxers”, de Jonathan M. Berman.
Los empujoncitos más efectivos se basarán en la comunidad. En lugar de ofrecer a los escépticos una conferencia y arriesgarse a endurecer a su oposición, es mejor centrarse en los tipos positivos de presión de grupo: el altruismo de salvar a otros, los beneficios de no estar enfermos y el papel que pueden desempeñar los padres al vacunarse. La campaña del 2014 en Australia “I Immunize” es un ejemplo exitoso, ya que un estudio reveló que influyó positivamente en un tercio de los padres que habían rechazado o dudado de las vacunas.
De manera similar a lo que se hace en campañas de concientización sobre el SIDA o el cáncer de mama, dos investigadores del instituto estatal de salud francés Inserm, Coralie Chevallier y Hugo Mercier, propusieron distribuir cintas azules que las personas puedan usar para indicar que han sido vacunadas contra el coronavirus. El esfuerzo podría comenzar con las decenas de miles de personas que participan en los ensayos de vacunas.
Si todo eso falla, podría haber margen para medidas más estrictas, posiblemente con empresas que tomen el asunto en sus propias manos. Por ejemplo, la aerolínea Qantas podría exigir que sus pasajeros internacionales estén vacunados contra el COVID. Pero es poco realista pensar que bares, restaurantes o taxistas puedan hacer algo similar y comiencen a implementar esa política por su cuenta.
Hay un atisbo de esperanza de que la adopción pueda sorprendernos a todos. La vacunación voluntaria contra la influenza está aumentando este año en Francia después de una campaña generalizada que la califica de una necesidad para proteger a ancianos, vulnerables y trabajadores médicos en medio de esta pandemia. Los casi 10.7 millones de dosis administradas en el último mes han superado el total del año pasado. A veces un empujoncito puede marcar la diferencia.