Treinta años después de la represión de los manifestantes de Tiananmen, los tanques que bordeaban la avenida central de Beijing han sido reemplazados por innumerables cámaras de vigilancia ubicadas como halcones en farolas para mantener a la población bajo control. (Foto: AFP)
Treinta años después de la represión de los manifestantes de Tiananmen, los tanques que bordeaban la avenida central de Beijing han sido reemplazados por innumerables cámaras de vigilancia ubicadas como halcones en farolas para mantener a la población bajo control. (Foto: AFP)

La masacre de Tiananmen, de la que se cumplen 30 años el próximo día 4 de junio, quedó grabada en la memoria mundial por la brutal represión. Sin embargo, también supuso un punto clave en la historia del milagro económico chino.

Tras décadas de bonanza y un potente crecimiento, las alarmas saltaron en 2018 cuando la economía china creció al 6.6 % -su menor ritmo desde 1990- aunque, a diferencia de aquella época, hoy apenas quedan voces audibles en el país que duden abiertamente de la capacidad del Partido Comunista (PCCh) para manejar la situación.

En los ochenta, China se encontraba sumida en un proceso de reforma y apertura iniciado por su líder, Deng Xiaoping, en 1978. Su eficacia era indiscutible en términos macroeconómicos: había prácticamente doblado su PBI (95.1%) desde 1979 hasta el año de los hechos, y en 1988 había crecido un 11.2%.

Pero los grandes cambios durante la década también trajeron problemas como la corrupción -enemigo declarado del actual presidente, Xi Jinping, al que acusan de utilizarla como pretexto para llevar a cabo purgas políticas- y la inflación.

En los meses previos a las protestas, las tasas de inflación superaban holgadamente el 25% interanual debido al cambio de una economía fuertemente planificada a la que acabaría siendo conocida -especialmente tras el popular "viaje al sur" de Deng en 1992- como "economía de mercado socialista".

"La inflación fue la causa directa de Tiananmen, aunque las más profundas fueron la corrupción de los funcionarios, la apertura de China al mundo exterior y la introducción en el país de muchas ideas iconoclastas que ponían en duda las verdades propagadas por el Partido Comunista", explica Jean-Pierre Cabestan, profesor de la Universidad Baptista de Hong Kong.

La represión de las protestas de Tiananmen y la victoria del ala conservadora frente a los reformistas liberales en las pugnas internas del Partido provocaron un endurecimiento del control sobre la sociedad. Pocos dirían que hoy, especialmente bajo el mando de Xi, China es un país más libre y democrático.

No obstante, no se puede pasar por alto una obviedad: el gigante asiático es hoy una potencia económica mundial. En 1989 su PBI representaba el 6% del de Estados Unidos; en el 2018, el 65%.

El ascenso aparentemente imparable de la economía china -pese a su ralentización, sigue creciendo al doble de la media mundial- ha generado recelos entre sus rivales geopolíticos, y especialmente en la Casa Blanca desde que Donald Trump se convirtió en su inquilino.

El 21 de abril de 1989, decenas de miles de estudiantes y ciudadanos se congregan en el Monumento a los Mártires en la Plaza de Tiananmen en Beijing. (Foto: AP)
El 21 de abril de 1989, decenas de miles de estudiantes y ciudadanos se congregan en el Monumento a los Mártires en la Plaza de Tiananmen en Beijing. (Foto: AP)

En la comparación histórica, cabe resaltar que la respuesta de Washington -que siempre se ha preciado de defender la libertad en el mundo- tras Tiananmen fue relativamente suave.

El efecto de las sanciones y el aislamiento internacional duró poco más de un año, en parte gracias al favor del entonces presidente estadounidense, George H. W. Bush, quien había sido embajador de facto ante China entre 1974 y 1975 y que, tras su muerte el año pasado, fue calificado por la prensa oficial china de "viejo amigo".

Bush defendió las relaciones con el régimen comunista y mantuvo los acuerdos que otorgaban trato comercial preferente a China, convertida en socio ante la ONU al votar a favor del uso de la fuerza para obligar a Irak a retirarse de la invadida Kuwait.

China -al igual que hoy, aunque ahora sumida en un cambio de modelo orientado al consumo interno- jugaba la carta del potencial de un mercado de más de 1,000 millones de consumidores.

Aunque muchos legisladores se oponían a la renovación de los acuerdos comerciales, Bush justificó su decisión aludiendo al interés de los consumidores y de las empresas estadounidenses con negocios en China, que sufrirían "grandes pérdidas".

Al igual que la de Trump, la oposición a China se basaba en aquel entonces, aparte de en las violaciones de los derechos humanos, en el déficit comercial y en las infracciones de patentes y propiedad intelectual.

La diferencia, apunta el profesor Cabestan, es que ahora "China es poderosa e influyente, mucho más ambiciosa que antes, y espera poder cambiar las reglas, en su mayoría de origen occidental, que rigen las relaciones internacionales".

Otro factor a tener en cuenta en esta relación es que Washington ya había planteado una guerra comercial contra una potencia emergente en los ochenta: Japón, entonces visto como rival económico y tecnológico, que amenazaba la supremacía de Estados Unidos.

Entonces, las negociaciones comerciales desembocaron en el "Acuerdo Plaza" de 1985, que, sin embargo, no consiguió equilibrar la balanza comercial entre ambas potencias.

La China de hoy en día es muy diferente a la de hace treinta años, aunque el crecimiento económico sigue ocasionando nuevos problemas como las desigualdades y la contaminación, que se suman a la necesidad de Pekín de controlar a la sociedad de manera férrea mientras continúa con su paulatino proceso de apertura al mundo.

Aunque, en opinión de Cabestan, la sociedad ahora "espera mucho más del Gobierno", la actitud para con los líderes "no ha cambiado mucho".

"Cambiará -pronostica-, pero ahora la clase media es muy conservadora y no busca democracia. También es demasiado pequeña para contribuir a un cambio de mentalidad sobre la política".