Brasil
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Para rescatar a Brasil de la peor debacle económica de la que se tenga memoria, y quizás de sus peores instintos como dirigista, el presidente electo Jair Bolsonaro ha llamado a un prodigio de la Universidad de Chicago y favorable al mercado. ¿Su elección para ministro de justicia? Sergio Moro, por supuesto, el juez federal que presidió la investigación de Lava Jato, el mayor caso de corrupción política en América Latina.

Entonces, ¿quién será el consejero de política exterior de Bolsonaro, quién guiará al presuntuoso exparacaidista en un mundo incierto atrapado entre una nueva guerra fría y un conflicto comercial potencialmente destructor de tratados? ¿Alguien, por favor?

Sí, cada nuevo gobierno necesita tiempo, y mucha prueba y error, para establecer su propio rumbo. Sin embargo, la retórica belicosa de Bolsonaro ya ha irritado a muchos de los clientes globales de Brasil, menospreciado a aliados regionales y antagonizado a socios comerciales fundamentales. Y todavía quedan varias semanas para que asuma el cargo.

Argentina, China, gran parte del mundo árabe: los arrebatos de Bolsonaro le dieron una bofetada a casi todos.

Es cierto que tan pronto como Bolsonaro arrojó esas granadas diplomáticas, se replegó a posiciones más mesuradas, casi entusiastamente globales. ¿El Tratado de París protege un cambio climático dudoso? Demasiado importante para escabullirse, dice Bolsonaro ahora. ¿Y qué hay de los imperialistas económicos chinos que no solo querían comprar productos brasileños, sino que también "comprar a Brasil?" Ahora, todo lo que se habla apunta a lograr relaciones fructíferas.

El giro hacia la moderación es una capitulación ante la realidad. Considere el reciente anuncio de Bolsonaro de que pretende asignar el Ministerio de Relaciones Exteriores a un funcionario diplomático con experiencia, e incluyó a la terna al respetado asesor de la Organización Mundial del Comercio y ex enviado brasileño a la Unión Europea, José Alfredo Graca Lima.

Eso podría ser una bendición. Incluso si la paz mundial no depende exactamente de las decisiones tomadas en Brasilia, lograr que la política exterior brasileña sea correcta significa mucho para la suerte de la economía más grande de América Latina y el hemisferio más allá de ella, mientras que descuidar a los amigos tradicionales puede ser costoso.

A pesar de todo lo que se ha dicho de cambiar drásticamente las viejas costumbres, Bolsonaro llega a la presidencia con un formidable legado nacional que proteger. Después de años de retracción, la industria del petróleo y el gas se está expandiendo, y las empresas extranjeras de perforación se pelean por obtener participaciones en las prometedoras reservas costa afuera del país. La demanda mundial está elevando los precios de la soja, la carne y la celulosa brasileñas.

Las exportaciones brasileñas de carne a los países islámicos han aumentado un 16% al año desde el 2000, alcanzando US$ 4,700 millones el año pasado, según Marcos Jank, un experto brasileño en agronegocios.

La promesa de Bolsonaro de seguir el liderazgo de Donald Trump y trasladar la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén podría poner en peligro esa bonanza. Eso quedó claro cuando Egipto canceló abruptamente la visita de estado del ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Aloysio Nunes, la semana pasada. No es de extrañar que Bolsonaro ahora niegue que se haya tomado una decisión sobre la embajada.

En ningún otro aspecto las apuestas económicas de Brasil son más altas que en sus relaciones con China. El país asiático es el mayor inversionista individual de Brasil y el mejor cliente: compra de todo, desde soja hasta mineral de hierro.

Según los datos del Ministerio de Comercio, importó cerca de US$ 30,000 millones desde Brasil en el primer semestre de este año, un aumento del 11% con respecto al año anterior. El comercio bilateral total alcanzó US$ 44,800 millones en el mismo período, y Brasil registró un superávit de US$ 14,800 millones.

“China está creciendo al doble de la tasa del resto del mundo y está en transición a una economía impulsada por el consumidor. Eso significa que impulsará la demanda mundial no solo de alimentos, sino también de los productos manufacturados que producimos”, me dijo el ex embajador de Brasil en China, Luiz Augusto de Castro Neves, quien encabeza el Consejo Empresarial Brasil-China. "Desairar a Pekín por razones políticas es dispararse en el pie".

Tampoco se está haciendo todo lo posible para lograr una política correcta con Pekín. "Si Brasil quiere actuar estratégicamente, debe pensar en cómo asociarse con China y garantizar la diversificación del comercio, participar en iniciativas de cooperación y promover la capacidad industrial", dijo Margaret Myers de Diálogo Interamericano, quien ha estudiado las inversiones chinas en infraestructura en Latinoamérica. "En la medida en que el nuevo gobierno brasileño quiera privatizar, China tendría un interés considerable en invertir".

Es posible que sea pronto para decir que el yuan ha bajado por Bolsonaro. "Como Trump, él no es un presidente normal, por lo que es una tontería pensar en una política exterior normal", dijo Oliver Stuenkel, profesor de relaciones internacionales en la Fundación Getulio Vargas en Sao Paulo. "Fue elegido como un disruptor y tendrá que proporcionar cierta disrupción".

Halagar a Trump probablemente formará parte del guion. Bolsonaro nunca ha ocultado su admiración por el disruptor en jefe del hemisferio, y las acaloradas conversaciones sobre una invasión conjunta de Brasil y Colombia a Venezuela, con aprobación de Washington, están alimentando el rumor regional.

Eso puede ser una exageración. El problema, según Stuenkel, es el precio que podría pagar Brasil por la agitación de la política. "Con el paso de los años, Brasil forjó la reputación de ser un país comprometido con instituciones multilaterales sólidas como el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio y las Naciones Unidas, apoyándolas incluso cuando muchos dudaban de ellas", dijo Stuenkel.

"Los países reaccionarán más rápido y más decisivamente contra los brasileños si el gobierno abandona esa tradición".No todas las erupciones diplomáticas de Bolsonaro son equivocadas. Detrás de la aparentemente arrogante desestimación del Mercosur por parte de su asesor económico, hay un consenso generalizado de que el deficiente pacto comercial de América del Sur necesita una transformación.

El Mercosur se ha visto afectado por un desvío en su objetivo, una negociación sin salida para un acuerdo con la Unión Europea y una caída del 39 por ciento en el comercio total entre el 2011 y 2017.

Para ese fin, Bolsonaro puede encontrar un aliado en el presidente argentino orientado a los negocios, Mauricio Macri, que también quiere reformar el deteriorado convenio, alentar los acuerdos comerciales bilaterales fuera del Mercosur y poner fin a la indulgencia regional de autócratas bolivarianos como el venezolano Nicolás Maduro.

"Los intereses económicos y comerciales deberían guiar la política exterior de Brasil", me dijo Graca Lima. "Eso significa dar prioridad a los países ubicados en el cono sur del continente, Estados Unidos, China y la Unión Europea".

Los asuntos externos pueden no ser para aficionados, pero tampoco es una "ciencia oculta", como lo expresó Graca Lima.

Roberto Abdenur, ex diplomático brasileño, está de acuerdo. "Tiene sentido que Brasil se acerque a las potencias mundiales y se aleje de sus inclinaciones con el tercer mundo, y para eso debería elegir a un ministro de asuntos exteriores con experiencia lo más rápido posible".

¿El primer trabajo del nuevo ministro? “Educar a Bolsonaro sobre la diplomacia”.

La curva de aprendizaje seguramente será abrupta.

Por Mac Margolis

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.