(Foto: Difusión)
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La insaciable demanda de los países ricos, ‘fans’ de diversos productos agrícolas como el café y la soja, ha estimulado los niveles de en los trópicos, de acuerdo a investigadores de la revista Nature Ecology & Evolution.

En tanto que América del Norte y Europa expanden la cubierta forestal de sus territorios, los esfuerzos para detener la destrucción de los bosques en el hemisferio Sur han sido superados por el apetito de los países del norte.

Esta primera evaluación, país por país, sobre cómo las importaciones de los países desarrollados fomentan la deforestación, demuestra que un habitante de los países del es responsable de la pérdida media de cuatro árboles por año en otras partes del mundo. Esto significó más de 3,000 millones de árboles en el 2015, según los investigadores.

En el caso de cinco naciones del G7 (Japón, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia), del 91% al 99% de su “huella deforestación” es padecida por otros países, la mitad de ellos en los trópicos.

“La mayoría de los bosques se encuentran en los países más pobres, y se les fomenta económicamente a talarlos”, señaló el autor principal del estudio, Nguyen Tien Hoang, del Instituto de Investigación para la Humanidad y la Naturaleza de Kioto, Japón.

“Demostramos que los países ricos promueven la deforestación” a través de sus importaciones, indicó.

El estudio permite, precisamente, vincular de manera más precisa determinados productos con determinados países. Por ejemplo, el consumo de cacao en Alemania “representa un riesgo muy elevado para los bosques de Costa de Marfil y Ghana”, señaló Nguyen Tien Hoang.

En tanto que la deforestación de la costa de Tanzania está directamente vinculada a la demanda de productos agrícolas por parte de Japón.

Los muy ricos ecosistemas forestales cubren más del 30% de la superficie terrestre, y los bosques tropicales albergan entre el 50% y 90% de las especies.

En el 2019, el equivalente a una cancha de fútbol de bosque primario fue destruido cada seis segundos en los trópicos, o sea, 38,000 kilómetros, de acuerdo a datos satelitales. Los datos preliminares sugieren que la destrucción pudo haber sido todavía más rápida en el 2020.