Han pasado 75 años desde la incineración de Hiroshima y Nagasaki, y 50 años desde que entró en vigor el Tratado de no proliferación nuclear. Sin embargo, el mundo está hoy en mayor peligro de guerra nuclear que en cualquier otro momento desde la crisis de los misiles en Cuba.
En su confrontación con Estados Unidos, Irán parece empeñado en obtener armas nucleares, y podría lograrlo dentro de un año. Si lo logra, Arabia Saudita y Turquía seguramente seguirán su ejemplo. Israel ya está armado. Asia tiene varios puntos críticos nucleares. En el escenario más aterrador, en cualquier momento las bombas podrían caer en manos de terroristas u otros grupos "no estatales" contra los cuales es difícil tomar represalias y, por lo tanto, disuadirlos.
Para frenar esta proliferación de armas nucleares, el mundo todavía se basa principalmente en el Tratado de no proliferación nuclear, conocido como TNP, que actualmente cuenta con 191 signatarios. Cada cinco años, diplomáticos se reúnen para una conferencia de revisión (RevCon), y la próxima, en Nueva York, comienza en abril. Las expectativas son bajas, los temores son altos. Si los diplomáticos y el público leyeran sobre la teoría de juegos, su temor aumentaría.
Cuando el tratado fue negociado en los años 1960, tenía como objetivo ser una gran ganga. Los cinco países que ya tenían armas nucleares (EE.UU., la Unión Soviética, el Reino Unido, Francia y China) las mantendrían pero se comprometían a trabajar para eliminarlas. Todos los demás signatarios renunciarían a las armas nucleares a cambio de apoyo de los grandes cinco en el uso de tecnología nuclear civil como fuente de energía (Israel, Pakistán, India y Sudán del Sur nunca firmaron, y Corea del Norte se retiró).
¿El tratado ha sido un éxito? Sus fanáticos afirman que sin el tratado aún más Estados podrían tener armas nucleares hoy. Los escépticos temen que el sistema requiera un líder supremo benevolente, es decir EE.UU., para vigilarlo, pero que bajo el presidente Donald Trump esta benevolencia creíble y predecible desapareció.
Si los aliados, por ejemplo, Japón, Corea del Sur o Taiwán, ya no pueden estar absolutamente seguros de que EE.UU. tomaría represalias en su nombre contra un ataque nuclear en su contra, digamos, por Corea del Norte o China, ¿qué es lo que les impide querer desarrollar armas nucleares. Y, ¿qué es lo que impide que otros adversarios hagan lo mismo como cobertura contra tal resultado?
Jugando a la tercera guerra mundial
Ahí es donde entra a tallar la teoría de juegos. Es una rama de las matemáticas que se ha utilizado desde la década de 1960 en escenarios nucleares. Los juegos iniciales incluían clásicos simples como el “juego de la gallina” y “el dilema del prisionero”. Una idea inquietante es que, dependiendo del juego, incluso los jugadores racionales que actúan racionalmente pueden terminar en situaciones (llamadas equilibrios de Nash) que son desastrosas para todos.
Cuando se analiza con la teoría de juegos, el TNP parece una idea terrible. El problema es que todavía permite que países de todas las franjas obtengan tecnología nuclear de nivel básico para uso civil. Sin embargo, una vez que un país, como Irán, aprende a construir un reactor nuclear, enriqueciendo uranio, solo hay que dar un pequeño paso para fabricar bombas. Eso a su vez obliga a los adversarios a correr hacia el mismo punto. El resultado es una "carrera armamentista blanda" como la actual en Medio Oriente.
La teoría de juegos también ofrece muchas razones para preocuparse una vez que las carreras armamentistas blandas se vuelven difíciles. Eso se debe a que el mundo se ha vuelto más complejo desde la Guerra Fría. En aquel entonces, EE.UU. y la Unión Soviética utilizaron la teoría de juegos para encontrar una estrategia estable a fin de evitar lo peor: la destrucción mutua asegurada. Se basaba en varios supuestos. Ambas partes, por ejemplo, deben poder tomar represalias incluso después de ser atacados, razón por la cual EE.UU., Rusia y ahora también China están tan interesados en poder desplegar desde tierra, mar, aire o incluso desde el espacio.
Según los estándares actuales, estos viejos juegos son irrisoriamente simples. Solo contaban con dos actores, que se asumía eran "racionales", una conjetura que pocas personas pueden hacer hoy en día sobre algunos líderes mundiales actuales. Peor aún, el número de actores involucrados sigue creciendo, al igual que las nuevas versiones de nuevas armas, como pequeños misiles para usos tácticos o misiles hipersónicos que no dan al adversario tiempo para sopesar respuestas. Esto genera un espectacular aumento en las decisiones o respuestas posibles —o errores de cálculo. Los cálculos se complican rápidamente, más allá de las capacidades normales humanas.
Los juegos incluyen, por ejemplo, estrategias perfectamente racionales pero peligrosas como la política arriesgada, cuando actores deliberadamente "permiten que la situación se salga un poco de control" solo para que sea "intolerable para la parte oponente". El problema es que dichas situaciones, como las escarmuzas del año pasado entre India y Pakistán —ambos poderes nucleares—, pueden no solo salirse un poco de control, sino descontrolarse totalmente.
Otra estrategia difícil es la adopción de postura, es decir decepcionar a los adversarios sobre nuestro propio apetito de riesgo (como cuando Trump tuitea sobre "fuego y furia"). Algunos juegos también incluyen, de manera muy realista, un actor caótico como por ejemplo la naturaleza. Esto se conoce comúnmente bajo la frase "son cosas que pasan" (o "shit happens" en inglés).
Un problema matemático es que es necesario jugar muchos de estos juegos durante una serie inimaginable de rondas antes de ver claramente un equilibrio Nash. Esto puede parecer aceptable cuando se aplica la teoría de juegos a problemas económicos como por ejemplo cómo diseñar el mejor tipo de subasta para un espectro inalámbrico 5G. En un contexto nuclear, sería el fin del juego para los homo sapiens.
Sin embargo, la teoría de juegos también ofrece una luz de esperanza. Un gran problema, en los juegos y en la realidad, es que los actores no conocen, o malinterpretan fácilmente, los pensamientos de sus adversarios. Esto se puede arreglar agregando a un mediador, un asesor de confianza, que entregue y retenga de manera selectiva información a los enemigos, introduciendo a la vez estrategias como la "minimización del remordimiento".
Que inicie la búsqueda de dichos mediadores, idealmente a tiempo para la RevCon de abril. La mediación también podría beneficiar a EE.UU., Rusia y China. Los primeros dos descartaron informalmente un tratado de control de armas el año pasado y parecen indiferentes ante la posibilidad de rescatar el único que queda, llamado Nuevo START, que expira en un año. China, enfocada más en poder y destino que en supervivencia, potencia su arsenal para alcanzar a EE.UU. y Rusia.
Todos los involucrados necesitan entender que una guerra nuclear no es un juego.
Por Andreas Kluth