(Foto: AFP)
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La imagen de bicicletas apiladas en forma de barricada expresa con brutalidad el temor en el que vive la población de , la ciudad china donde apareció el nuevo a fines de diciembre, y que se encuentra en cuarentena desde enero.

Con 11 millones de habitantes enclaustrados, Wuhan se detuvo en el tiempo, dando a sus amplias avenidas un aire fantasmal. Cada microbarrio está bloqueado detrás de barricadas infranqueables construidas precipitadamente y vigiladas las 24 horas.

Las pocas personas que se aventuran al exterior deben pasar controles sanitarios y someterse a una toma de temperatura para regresar a sus hogares. Un ejército de voluntarios de los comités de barrio -correa de transmisión de las órdenes del poder a nivel residencial- vela por el estricto cumplimiento de las medidas de confinamiento.

Proveedores y vendedores abastecen estos enclaves urbanos haciendo pasar bolsas de productos alimenticios a los clientes al otro lado de las barreras. Y moverse dentro de la ciudad es una misión imposible. Importantes barreras móviles de plástico o de metal fueron colocadas en los cruces estratégicos.

Pero el día en que las barreras de Wuhan caigan definitivamente no parece muy lejos. Por primera vez desde enero, la ciudad donde se registró la inmensa mayoría de las 3,245 muertes chinas no informó de ninguna nueva infección por el coronavirus.

Y algunas restricciones en la circulación están empezando a relajarse. En los llamados barrios “sin riesgo epidémico”, los habitantes pueden volver a desplazarse dentro de sus edificios, siempre que no se reagrupen. También se permitió el reinicio de las actividades de algunas empresas esenciales.


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