Venezuela
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Por Mac Margolis

Ya sea impuestos o tiranos, los países latinoamericanos a menudo no ven el mundo de la misma manera. Entonces, lo clamores unidos ante la emergencia en , seguidos del reconocimiento de que el debilitado autócrata debe irse, es sobresaliente.

Solo unos pocos líderes de izquierda estuvieron en desacuerdo cuando los países de todo América abandonaron la costumbre diplomática de "perdonar al vecino" para reconocer al líder de la Asamblea Nacional, , como el presidente temporal de Venezuela. Honor dudoso para el presidente de Bolivia, Evo Morales, quien declaró su solidaridad con Nicolás Maduro y rechazó las "garras del imperialismo" que lo quieren retirar del poder.

Su llamado solitario dice mucho del cambio de humor político en Latinoamérica, donde el liderazgo nacionalista de izquierda está siendo desplazado por una ola política creciente y aún en transformación de la derecha.

Los inconformes ven esta ola como un recrudecimiento de un pasado autoritario, cuando Latinoamérica fue objeto de la avaricia y los designios de la superpotencia. La nueva ola tiene muchas banderas, desde el conservadurismo cristiano evangélico al capitalismo estremecedor, pero la crisis de Venezuela sugiere que el cambio en general se debe menos a una nueva guerra fría y más a un colapso de gobernabilidad. "Este cambio es una respuesta a los errores de gestión de la izquierda populista en los gobiernos latinoamericanos", asegura el analista político de Fernando Schuler, profesor de la escuela de negocios Insper, en Sao Paolo. "Si la nueva democratización fortaleció el sostenimiento de la izquierda en la política, la academia y la burocracia, ahora es la corriente dominante, con una agenda a favor del mercado, la que gana fuerza".

¿Cómo terminará la calamidad política en Venezuela? ¿Con un regreso a la dictadura? ¿Una guerra civil? ¿Maduro huirá al exilio? Nadie lo sabe. El acertijo más grande puede ser cómo restaurar el orden y la prosperidad en la tambaleante economía andina. Es aquí donde los demócratas venezolanos, a pesar del formidable talento económico que tienen a la mano los líderes de la oposición, deben aceptar las señales del reinicio político propenso a los accidentes que se está dando en todo el continente.

Latinoamérica, después de todo, es el flagelo de los equipos gubernamentales de ensueño, como han descubierto incluso las democracias funcionales de la región. Argentina está bajo custodia del Fondo Monetario Internacional, los magos financieros traídos por el presidente Mauricio Macri fueron despedidos hace mucho. Pedro Pablo Kuczynski, de Perú, quien alguna vez fue el favorito de Wall Street, cayó ante un escándalo de corrupción, mientras que los economistas dominantes de Brasil tuvieron que abortar su ambiciosa transformación económica, y hasta sus reformas exitosas fueron eclipsadas por la infortunada salida de Michel Temer.

El "nuevo Brasil" que promocionó Brasil Bolsonaro esta semana en el Foro Económico Mundial –un gobierno más pequeño, menores impuestos y una guerra contra la corrupción– augura un buen porvenir para una región agobiada por el proteccionismo y los excesos gubernamentales. Todas estas iniciativas demuestran que Brasil también ha dado el giro político hacia la derecha.

El tipo de derecha predominante en la región es más difícil de predecir. Hay muchas diferencias ideológicas respecto a Dios, las armas y la mano dura a los criminales que prometió Bolsonaro a su base electoral conservadora durante la campaña, y las bondades del libre mercado que recitó desde el teleprompter en Davos. Además, nadie sabe qué tipo de políticas guiarán a la oposición venezolana si llega al poder.

Hay una distancia considerable entre el bolsonarismo y el conservadurismo más flexible de sus vecinos. Un ejemplo de esto es el presidente chileno, Sebastián Piñera, un antiguo magnate de las tarjetas de crédito, cuyo mal oído para la política y su confianza en las soluciones del mercado chocaron con la ira del público y casi entorpecieron su primer mandato de 2010 a 2014. Elegido para otro periodo a finales de 2017, se movió hacia el centro y modificó su fe en los mercados abiertos para adoptar banderas sociales como los derechos de género, la protección a las personas LGBT y los grupos indígenas y las nuevas multas a las violaciones ambientales.

El panorama es todavía menos claro en Argentina, donde el independiente y favorable a las empresas Macri fue elegido para rescatar a la economía del facineroso populismo de Cristina Fernández de Kirchner, solo para encontrar que su gradualismo político no complacía ni a la élite inversionista y empresarial del país ni al público en general, frustrado por la recuperación ilusoria.

¿Y qué decir del colombiano Iván Duque, un protegido del furioso caudillo de derecha Álvaro Uribe, pero muy lejano a la sensibilidad y el centrismo más conciliador de su difamado y a veces ineficaz predecesor, Juan Manuel Santos?

"Si es una ola conservadora, es de muchos tipos", asegura Schuler. "En lugar de un todo prevalecedor, probablemente veremos muchas escalas coexistiendo en la región".

Matias Spektor, profesor de relaciones internacionales en la Fundación Getulio Vargas en Sao Paulo, señala un límite entre los dos tipos de derecha política que compiten por el ascenso en Brasil y podrían extenderse a toda la región.

De un lado está la derecha global, que defiende el estado de derecho, las instituciones democráticas y las mayores libertades para los mercados y los individuos. Los ejemplos pueden ser Piñera, Duque, Macri y, tal vez, el cuidador de Perú, Martin Vizcarra.

Son un alivio grande al conservadurismo popular de Bolsonaro y, digamos, Mario Abdo Benítez, de Paraguay, un fuerte defensor de las empresas que se opone al matrimonio del mismo sexo y la despenalización del aborto.

Si hay un rasgo común entre los muchos tipos de la nueva derecha, es la certeza de que los presupuestos equilibrados también puede ser una buena política. Los elogios a la templanza fiscal no son nuevos, pero recientemente ha aumentado el consenso, dada la decepción colectiva por el auge clásico de las economías latinoamericanas. En ninguna parte es más notorio el fracaso que en Venezuela, el antiguo líder de la producción petrolera que ha visto su producción reducirse a menos de la mitad bajo el caos de la economía bolivariana.

La mayoría de los países latinoamericanos han desechado o están en proceso de deshacer las políticas económicas expansionistas que adoptaron con impaciencia durante la crisis financiera global. Años de gasto público excesivo llevaron a la derecha y la izquierda de El Salvador a adherir el conservadurismo fiscal, aunque analistas financieros esperan que las pasiones resurjan mientras se acerca la carrera presidencial de este año.

"Cada vez crece más la percepción de que la estabilidad económica y la gobernabilidad importan y que estos indicadores fortalecerán el perfil crediticio" me dijo Aristodimos Iliopulos, analista de Latinoamérica de Barclays Investment Bank. Ha habido un enorme cambio en las leyes de responsabilidad fiscal en los países grandes y pequeños".

No es que los conservadores latinoamericanos se hayan convertido de repente en paladines de una economía sólida. Solo hay que ver a Bolsonaro, quien pasó casi tres décadas como legislador condenando la privatización y promoviendo el intervencionismo del estado. En Davos, afortunadamente, Bolsonaro abandonó los ataques verbales ad hominen a las minorías, las mujeres y los derechos humanos que avivaron su campaña. Pero tampoco dijo cómo espera unir a su rama legislativa fraccionada y hacer entender los intereses especiales, y por supuesto a los militares, para apoyar la reforma pensional y devolver a Brasil a la solvencia.

El liberalismo aún no ha ganado. "No se debe esperar un consenso liberal arrollador", asegura Schuler. "Con los tercos niveles de pobreza y desigualdad de la región, Latinoamérica siempre será un caldero político, vulnerable a los encantos del populismo de izquierda o de derecha".

Ese es un aspecto que Juan Guaidó, o quien quiera que gobierne a Venezuela después del desastre, debe tener en cuenta.