“He dormido en el (embarcadero) Embankment”, escribió George Orwell en 1933, añadiendo que, a pesar del ruido, la humedad y el frío, fue “mucho mejor que no dormir”. Debajo del cercano puente de Charing Cross, Orwell reportó que “50 hombres esperaban, sus figuras reflejadas en los charcos”. Nueve décadas después, tanto el puente como el embarcadero están nuevamente llenos de personas que duermen a la intemperie, incluso en los días más fríos de diciembre.
En toda Londres, su número se ha triplicado desde el 2010. Se trata de un patrón existente en buena parte del Primer Mundo. Casi todo país europeo está experimentando un alza del número de personas sin hogar, incluidas las que viven en alojamientos temporales así como quienes viven en las calles. La falta de vivienda en Estados Unidos está en declive, aunque sigue aumentando en las ciudades más prósperas. Unas 5,000 no tienen techo en San Francisco, 19% más que hace solo dos años.
No tiene por qué ser así. Durante la posguerra, en Estados Unidos había poca gente durmiendo en las calles, y la carencia habitacional caía tan rápido que los sociólogos predijeron su inminente desaparición. Incluso hoy, urbes ricas y exitosas como Múnich y Tokio, tienen personas que pernoctan a la intemperie.
Estos lugares ofrecen lecciones en torno a cómo reducir la carencia de vivienda. Una es que el enfoque de “amor con mano dura” puede funcionar. Los conservadores argumentan que las tácticas indulgentes para mantener el orden en los años 70, incluidas las actitudes laxas frente a la embriaguez pública, fueron en parte responsables del aumento de la falta de techo.
El mundo podría aprender de Grecia, donde las fuertes redes familiares hacen posible que miembros que están pasando por un mal momento sean acogidos por parientes. Muchos expertos sostienen que es contraproducente dar dinero a los mendigos, y que lo mejor es donar a instituciones benéficas.
Sin embargo, la aplicación de tácticas más estrictas hará poco si los costos de vivienda permanecen elevados. Es el motivo de fondo del aumento de la falta de techo —quizás es un motivo por el que, el 16 de diciembre, la Corte Suprema de Estados Unidos declaró que los legisladores no pueden criminalizar la pernoctación en la calle—.
Pocos estadounidenses vivían en las calles al inicio del periodo de posguerra porque el acceso a vivienda era barato. Solo uno de cada cuatro arrendatarios gastaba más del 30% de sus ingresos en alquiler, comparado con uno de cada dos en la actualidad. La mejor evidencia recogida indica que un alza de 10% en costos de vivienda en una ciudad cara genera un aumento de 8% en el número de personas sin hogar.
“El mundo podría aprender de Grecia, donde las fuertes redes familiares hacen posible que miembros que están pasando por un mal momento sean acogidos por parientes”.
El Estado puede ayudar. Es probable que los recortes al subsidio de alquiler para los pobres en Reino Unido sean la principal razón de que la zona de Charing Cross tenga de nuevo tantas personas durmiendo en la calle. Hacer tales subsidios más generosos podría ahorrar dinero a los gobiernos en el mediano plazo —porque reducirían la demanda por servicios de salud y el patrullaje policial—. También aumentaría la probabilidad de que esas personas consigan empleo.
Otra opción es que el Estado construya más viviendas. En Singapur, otro lugar donde prácticamente no hay escasez habitacional, el 80% de residentes vive en departamentos edificados por el Gobierno, que compran a precios de remate. Mientras muchos países han privatizado la construcción de proyectos residenciales, Finlandia ha estado levantando más y con los recursos obtenidos, el Gobierno asigna departamentos a las personas sin hogar y no las amontona en albergues.
Este país adoptó un enfoque iniciado en Estados Unidos, que no exige como condición para otorgar vivienda que las personas sin techo dejen de beber o drogarse, sino que primero les entrega la casa y luego les ofrece ayuda intensiva para que lidien con sus problemas. En Finlandia, el número de personas sin hogar se está moviendo en la dirección correcta.
No obstante, la reforma más eficaz sería facilitar la construcción de más viviendas. En muchos países, las reglas de planificación basadas en la oposición de residentes a proyectos habitacionales en sus vecindarios, han inflado los precios. Esas reglas deben ser reducidas radicalmente.
El problema de la pernoctación a la intemperie en Alemania y Suiza, dos países con un crecimiento mínimo del precio real de vivienda en décadas recientes, es menos agudo. Japón utilizó una buena dosis de tácticas de mano dura para hacer frente al problema, pero a principios de la década pasada introdujo una gran reforma urbana.
Flexibilizó las reglas de planeamiento, lo que provocó un salto en la edificación habitacional. Desde entonces, los costos de vivienda en Tokio han caído en términos reales, y el número de personas que duerme en las calles se ha reducido 80% en 20 años. Hasta que las ciudades en otros lugares posibiliten la construcción, más gente terminará sin cobijo.