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Vestía una camisa blanca y unos pantalones de color oscuro. Tenía el pelo a media melena, caminaba con decisión, cargaba dos bolsas. Cuando una columna de tanques del Ejército de Liberación Popular salía de la Plaza de un 5 de junio hace 30 años, se plantó en medio de la Avenida de Chang'An, la de la Larga Paz, y bloqueó su avance.

Las imágenes se convirtieron entonces -lo son aún hoy- en un icono de pacifismo y de protesta ante la represión que, en las primeras horas del día anterior había acabado con decenas, centenares o quizá, incluso miles de vidas: el número se desconoce.

Treinta años después, ¿serían factibles las protestas en favor de la democracia de los universitarios chinos? ¿Podría existir otro "hombre del tanque"?

Los activistas y defensores de los derechos humanos consultados por Efe aseguran que, en la totalitaria presidida por , en la que las cámaras de vigilancia pueblan cada farola y escrutan cada recoveco, el anonimato del "hombre del tanque" es tan impensable como imposible.

"Es bastante improbable que un 'hombre del tanque' pudiera suceder hoy", comenta la investigadora Yaqiu Wang, de la organización de defensa de los derechos humanos "Para empezar, es poco probable que surja una protesta masiva como (la de) Tiananmen. Una lección que aprendió el Partido Comunista de China (PCCh) fue la de cortar cualquier tipo de activismo independiente que germine".

La experta explica que tanto las aplicaciones móviles de mensajería como las redes sociales chinas están sometidas a una fuerte vigilancia y censura, con lo que "el gobierno puede parar fácilmente la difusión de mensajes que urjan a la gente a protestar, identificar al momento a la gente que los difunde y arrestarles".

Según Wang, Pekín "también ha aprendido a controlar de antemano a gente que pudiera organizar protestas, como activistas por la democracia, escritores disidentes, periodistas independientes y abogados defensores de los derechos humanos. Esta gente está sometida a una fuerte vigilancia y control".

Varias fuentes coinciden en que sus movimientos y sus comunicaciones están incluso más restringidas que las del ciudadano medio gracias a la vigilancia por internet, la tecnología de reconocimiento facial y el seguimiento policial al que son sometidos.

A eso se une otro tipo de acosos, como por ejemplo la repentina y desorbitada subida de alquiler de mil yuanes (US$ 145 o 130 euros) al mes que ha forzado a la activista Li Wenzu, mujer del encarcelado abogado de derechos humanos Wang Quanzhang, a tener que buscar otro apartamento.

O que la cárcel que tiene encerrado a éste alegue que está en proceso de reforma de su sala de visitas y, por tanto, impida que su familia pueda verle, despertando los peores temores de familiares y simpatizantes.

"Por lo que nos llega de activistas en China", agrega Patrick Poon, de "incluso les obligan a irse de viaje a otras ciudades antes de periodos sensibles, como el aniversario de la represión de Tiananmen. Es sencillamente imposible organizar ningún tipo de acto conmemorativo masivo -por no hablar de protestas- como las que tenemos en Hong Kong".

Además, una tecnología mucho más avanzada que la de hace 30 años complica más si cabe el surgimiento de otro "hombre del tanque".

"Hasta el día de hoy, seguimos sin saber quién es o qué pasó con él después de su acto heroico -apunta Yaqiu Wang, de HRW-. Hay rumores de que fue encarcelado o hasta ejecutado. E incluso en el mejor de los casos, su voz ha sido amordazada por completo".

A pesar de todo, aún existen mujeres y hombres valientes en China -como Liu Wenzu y Wang Quanzhuang, como el abogado de derechos humanos Jian Tianyong, ahora en libertad pero bajo constante vigilancia, o el también letrado Yu Wensheng, a la espera de juicio y sin acceso a sus abogados- capaces de plantarse delante de tanque del Estado y pedirle que respete los derechos que constitucionalmente les corresponden.