rascacielos

Desde hasta favela vertical, el rascacielos que revolucionó el paisaje urbano brasileño, el edificio Martinelli, cumple 90 años como símbolo del esplendor, la decadencia y la resurrección del centro de

El gigante de hormigón rosado de estilo ecléctico, ubicado en el centro histórico de la ciudad, se yergue a lo largo de 30 plantas, 130 metros de altura y 2,133 ventanas que han marcado la memoria de los paulistanos.

"Mi mayor pasión es Vilma, mi esposa; la segunda, es el edificio Martinelli", señaló Edison Cabral, responsable de relaciones públicas del rascacielos, donde trabaja desde el 2001 y del que ya fue portero y agente de seguridad.

Dedicado durante los últimos años a investigar la historia de la obra arquitectónica, Cabral es una de las personas que mejor narra la trayectoria detrás de sus muros.

El edificio toma el nombre de su ideólogo, un inmigrante italiano llamado Giuseppe Martinelli, natural de la Toscana y criado por una familia dedicada a la construcción que llegó a en 1889, cuando tenía 19 años.

Poco más de tres décadas después, Martinelli ya se había hecho con una gran fortuna, que le permitió emprender su gran sueño: levantar el edificio más grande de América Latina.

"Vamos a fundar este edificio con 30 plantas, y no quiero escuchar si el Ayuntamiento o la Justicia nos dejará hacerlo", expresó en aquel entonces el emprendedor italiano, parafraseado por Cabral.

El proyecto creó toda una polémica en una ciudad cuyas construcciones apenas llegaban a las cinco alturas, a excepción del edificio Sampaio Moreira que, con 12 plantas y 50 metros, era entonces el edificio más alto de la ciudad.

Después de enfrentarse a la opinión pública de la urbe y al gobierno municipal, que paralizó las obras cuando estas llegaron al piso 24 por temor a la seguridad, Martinelli convenció a todos con una promesa: él mismo viviría con su familia en un palacete en lo más alto del edificio para demostrar que no se caería.

El edificio fue armado por unos 600 trabajadores sobre el proyecto inicial del arquitecto húngaro William Fillinger, aunque acabó culminado por el sobrino del empresario italiano, Ítalo Martinelli, dando como resultado un diseño que mezcla los estilos barroco francés, neoclásico, rococó y art decó.

Desde su inauguración, en 1929, hasta mediados de los años 1930, el edificio vivió su época de esplendor como punto de encuentro de la elite paulistana que acudía al cine Rosario, se hospedaba en el hotel de lujo Sao Bento o se instruía en la academia de danza allí alojada.

Unos años después de que Giuseppe Martinelli perdiera toda su fortuna junto a la quiebra de la bolsa de valores de Nueva York en 1929, la propiedad acabó en manos de un consorcio de corredores de Río de Janeiro y del Banco de América.

"Se volvió una persona triste, depresiva, y murió dos años después, con 76 años. Para él ya nada tenía sentido", explicó Cabral.

A partir de los años 1950, comenzó la etapa más oscura del inmueble, cuando fue ocupado por unas 3,000 personas de forma irregular y se convirtió en hogar de delincuentes y prostitutas que convivían con clínicas clandestinas de aborto, según explicó el estudioso del histórico edificio.

Estos años de degradación se extendieron hasta 1975, cuando bajo el Gobierno del alcalde de Sao Paulo Olavo Setubal (1975-1979), el Ayuntamiento intervino el edificio junto al Ejército.

Según relata Cabral, cuando las autoridades entraron, la construcción se encontraba en tal grado de degeneración que había un foso de basura de 30 metros de altura que llegaba hasta el noveno piso, donde se encontraron desde huesos humanos hasta animales muertos y fetos.

Un testigo de aquella época oscura del rascacielos es Sebastiao Martins, de 78 años, quien regenta una tienda de plumas y bolígrafos en el edificio desde 1954 y al que no le gusta que se relacione la historia del Martinelli con la violencia, pero sí admite la degradación de la época.

"Pasar por la calle sin ser bañado en orina o sin que te cayera un puñado de heces era algo difícil", narró Martins, en tono jocoso.

El vendedor explicó que el pasado 16 de junio, cumplió "65 años de Martinelli" y a la hora de expresar lo que aquellos muros significan para él, fue tajante: "Todo".

"Este edificio representa mucho en la historia, no sólo de Sao Paulo, representa a los inmigrantes que vinieron a Brasil y transformaron el país", expresó Martins, descendiente de expatriados.

En la actualidad, el 70% del Martinelli abriga secretarías municipales y el resto está repartido entre el banco estatal Caixa Económica Federal, el sindicato de banqueros y hasta 11 tiendas, lo que genera un flujo diario de más de 5,000 personas en el edificio.

El Ayuntamiento abrió la azotea para visitas este año de nuevo desde que en el 2017 se cancelara el servicio ante algunos episodios de suicidios.

De esta forma, unas 300 personas al día visitan la parte más alta del viejo edificio para disfrutar de unas vistas que en el pasado fueron exclusivas de un hombre que soñó ver la ciudad desde lo más alto y hoy están plagadas por miles de sucesores de hormigón y acero que perfilan el "skyline" de Sao Paulo.