(Foto: AFP)
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Las llamas tenían la altura de un edificio de 15 pisos y se acercaban a su casa supuestamente a prueba de cuando Justin Kam abrió la puerta del lavadero. El cuarto se estaba quemando.

Eso no debería suceder, pensó Kam. Era obvio que esa fortaleza en el medio de un bosque no resistía el incendio y que corrían peligro mortal. Debían irse lo antes posible.

“Cuando el fuego penetró la estructura, supimos que había que irse”, comentó Kam. “De habernos quedado, hubiéramos pasado a ser una estadística”.

Lograron escapar -por poco- y se sumaron a unos 2,000 propietarios de viviendas cuyas casas se han quemado en los catastróficos incendios que azotan, llenos de imágenes apocalípticas que han enfocado la atención del mundo en el

El fuego ha causado la muerte de al menos 25 personas y de cientos de millones de animales y de aves. Se espera que ganen fuerza nuevamente esta semana al subir nuevamente las temperaturas después de un pequeño respiro.

Kam y su compañera, Helena Wong, construyeron su casa en Balmoral, Nueva Gales del Sur, con una estructura de hierro, vidrios reforzados tan gruesos que se necesita un martillo para romperlos y muros de contención hechos de rocas, todo para que pueda resistir los incendios forestales.

Esas defensas no bastaron ante incendios tan intensos que evaporaron los muebles del jardín, el cual quedó en un estado que recuerda las imágenes de Hiroshima tras el estallido de una bomba atómica.

Justin y Helena se mudaron a este pueblo apacible de 400 habitantes hace 20 años y pensaron que habían llegado al paraíso. Desde la casa se observa un valle lleno de eucaliptus. Canguros se paseaban por su porche y un tejón australiano instaló su madriguera debajo de su terraza. Helena estaba criando gallinas.

Sabían que deberían soportar incendios, y ya habían sobrevivido a dos.

El 21 de diciembre Justin estaba atento y vigilante, observando las llamas desde su techo con binoculares. Su hijo Gabriel, de 16 años, había estado recogiendo hojas y regando los alrededores de la casa. Tenían baldes llenos de agua, vaciaron cilindros de gas y se pusieron sus máscaras para el humo.

Pero nunca habían visto un incendio tan feroz. El valle fue arrasado por un muro de llamas, que tomaron una altura de 60 metros (200 pies). Generaban tanto calor que las llamas formaban remolinos y a veces avanzaban contra el viento.

La familia trató de apagar unas brasas a un lado de la casa, solo para ver que el fuego avanzaba desde distintas direcciones.

“Parecía una estrategia militar”, dijo Justin. “Aparecía por el frente de la casa y cuando ibas hacia ese sector, atacaba por los costados”.

El fuego mató a media docena de lagartijas que se habían refugiado en un charco de agua y a todas las gallinas de Helena. Cuando las llamas llegaron a la casa, derritieron una botella de champagne, que se fundió con la vajilla y un cuchillo de sushi.

La familia salió corriendo. A Helena se le derritieron los zapatos y le cayeron algunas brasas en los hombros. Cree que de haberse quedado 30 segundos más, no hubieran podido escapar. La parte trasera de su auto también se estaba derritiendo, por lo que se montaron en una camioneta y se dieron a la fuga.

Pero no tenían adónde ir. Estaban rodeados por las llamas. Luego de unos cinco o diez minutos, el fuego se desplazó y pudieron llegar a la estación de bomberos, donde mucha gente se estaba refugiando.

Entre ellos Rosemary Doyle, cuya vivienda había sido consumida por el fuego. La propia estación de bomberos corría peligro y todos empezaron a rezar, incluso los ateos del grupo. Se fue la luz y Doyle se dijo a sí misma: No, no me llegó la hora. Hoy no es mi turno.

El martes, Brendon O’Connor, jefe de los bomberos voluntarios, dijo que el fuego se alejaba de Balmoral, donde destruyó 25 viviendas, pero que no se sabía cuándo cedería.

“(Cederá) Cuando el Señor nos regale semanas de lluvia o queme todo hasta la costa”, comentó. “Esas son las opciones que tenemos. Es demasiado grande como para contenerlo. Nada de lo que hacemos funciona”.

O’Connor asistió el martes al funeral de dos bomberos voluntarios que fallecieron al caerles un árbol encima cuando se dirigían a Balmoral para combatir las llamas.

Cuando Justin y Helena regresaron a su casa destruida, encontraron una tiza rosada y escribieron en una pared: “¡Volveremos!”.

Será una empresa dura. Encuentran muchas trabas burocráticas y no tenían seguro para su casa. Justin, un carpintero que construyó todos los muebles de la vivienda, dijo que ello se debía a que tenían otras prioridades financieras, como matrículas estudiantiles y el cuidado de parientes mayores.

“Todo iba de acuerdo con nuestro plan, pero nos castigaron como a niños traviesos”, dijo Justin. “Esa es la Madre Naturaleza”.