La explosión en Beirut. (Foto: AFP)
La explosión en Beirut. (Foto: AFP)

De pie en medio de las ruinas de su bar destruido por la explosión del puerto de , la libanesa Gizelle Hasun dice que espera seguir con el negocio, pero en un país en crisis solo le queda una solución: la financiación colectiva o micromecenazgo.

“Este lugar es mi vida”, cuenta la copropietaria de Madame Om, con un pie apoyado sobre un montón de piedras y contraventanas destrozadas, en el mismo sitio donde antes estaba la pista de baile de su pub, en el barrio de Gemmayzé.

La fachada azul decorada con tradicionales ventanas de triple arco saltó por los aires debido a la explosión. Ahora desde allí se divisan las ruinas del puerto. “De repente, bum, no quedó nada”, lamenta.

Detrás de ella, en una pared todavía en pie, hay fotografías en blanco y negro de la cantante más famosa del mundo árabe, Umm Kalzum (seudónimo de Fatima Ibrahim al Baltagi, también transcrito como Om Kalsoum), quien inspiró el nombre del bar.

El establecimiento, conocido por su tolerancia hacia la comunidad LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales) acogió en su día espectáculos de drag queen.

Eso era antes. El balcón se derrumbó, el suelo se hundió. Para seguir con el negocio, Gizelle Hasun tendrá que encontrar otro lugar.

En su página de financiación colectiva en línea (crowdfunding o micromecenazgo), Hasun ya ha recaudado algo más de US$ 5,000 (unos 4,200 euros) de los US$ 85,000 (72,800 euros) que pide.

“Organizamos una colecta de fondos para quizá poder reconstruir algo, levantarnos, volver a dar trabajo a nuestros empleados”, explica.

“Enorme solidaridad”

La explosión del 4 de agosto causó más de 190 muertos y 6,500 heridos, además de devastar los barrios con más vida nocturna de Beirut, a unos cientos de metros del puerto.

Para los bares, cafeterías hípsters y restaurantes de Gemmayzé y Mar Mikhael, la explosión fue el acabose, después de meses de crisis económica y de cierre impuesto por la epidemia del nuevo coronavirus.

En ausencia de ayudas públicas, sin la posibilidad de un préstamo bancario en un Líbano en bancarrota, el micromecenazgo parece la única posibilidad para retomar los negocios y pagar los salarios.

Las donaciones provienen sobre todo del extranjero, en un país donde ninguna clase social se ha librado de la crisis.

Mes y medio después de la tragedia, algunos establecimientos han reabierto, en medio de edificios derrumbados y viviendas desiertas.

La pequeña cafetería Cortado es uno de ellos. Hany Bourghol y un socio la abrieron a principios del 2019.

Para financiar las obras, este abogado francolibanés que vive entre Beirut y Dubái obtuvo un préstamo en Emiratos Árabes Unidos que espera reembolsar gracias al micromecenazgo. “No podemos esperar a que el ejército o el gobierno se muevan”, recalca.

El abogado de 37 años ya ha recaudado una cuarta parte de los US$ 20,000 (17,100 euros) que solicita.

Un amigo que vive en Rumania y le enseñó los secretos del oficio convenció a varios locales rumanos de que donen parte de sus ganancias a Cortado. “Ha habido una enorme solidaridad”, se alegra Bourghol.

Para ayudar a reconstruir la sala de escalada donde se entrena, Laura Karam también ha recurrido a la financiación colectiva.

Gracias a ella, el centro Flyp, en el barrio de Karantina, lindante con el puerto, ha recaudado más de US$ 16,000 (13,700 euros).

“Pedimos ayuda a los aficionados a la escalada del extranjero”, añade la joven de 24 años.

“Reconstruirlo todo”

La joven toma fotos de los voluntarios que quitan con una grúa las asas del muro de escalada dañado. Las subirá a internet. “En Beirut hay que reconstruirlo todo”, insiste Karam.

Un total de 19,115 comercios y empresas y 962 restaurantes sufrieron destrozos por la explosión, calcula el ejército.

Según las autoridades, la explosión se produjo en un depósito donde había almacenada una enorme cantidad de nitrato de amonio desde hace años y “sin medidas de precaución”.

Para recaudar más fondos, Diala Samakieh, copropietaria del centro Flyp, también ha lanzado una campaña de micromecenazgo.

Su objetivo: reparar los daños en un sitio de parkour (disciplina física en la que se usa el cuerpo para sortear obstáculos urbanos) adyacente a la pared de escalada y pagar los salarios de los empleados.

Esta mujer de unos 40 años, que también vio su apartamento destruido por la explosión, no se hace ilusiones sobre las ayudas del Estado. “No creo que el gobierno vaya a hacer nada por nosotros”, lanza.

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