(Foto: AFP)
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A escasos kilómetros del bullicio de Sao Paulo, una imponente ciudad de 12 millones de habitantes, la menor reserva indígena de "resiste" desde hace años a las presiones por un conflicto de tierras y promete ahora seguir firme ante las "amenazas" lanzadas por el presidente

Engullidos por el frenesí de la mayor metrópoli de Sudamérica, unos 700 indios de la etnia guaraní "sobreviven" en condiciones precarias en seis aldeas distribuidas a los pies del pico Jaraguá, un parque nacional por donde un día transitaron sus antepasados.

En este arrabal, los indios viven hacinados en chabolas, en un entorno similar al de las favelas más pobres de Brasil, sin saneamiento básico y con unos 400 perros abandonados que merodean cargando diversas enfermedades.

A diferencia de otras reservas indígenas de Brasil, los recursos naturales escasean en esta región adonde el Estado no llega. La basura, los restos de comida y las heces de animales se acumulan en la tierra rojiza, mientras los niños juegan ante el riesgo de contraer enfermedades infecciosas y los jóvenes lidian con la falta de futuro.

Los caciques demandan desde hace años la atención del poder público, no solo para mejorar las condiciones de vida de los pueblos originarios, sino también para garantizar las tierras que un día pertenecieron a sus ancestros.

La reserva fue reconocida y homologada en 1987, configurando la menor área indígena del país con 1.7 hectáreas. En 2015, un decreto expedido durante el Gobierno de Dilma Rousseff amplió la superficie de los guaraní hasta las 532 hectáreas, en base a los estudios antropológicos de la Fundación Nacional del Indio (Funai).

La conquista duró poco y, en 2017, durante el Gobierno de , el Ministerio de Justicia anuló el decretó que ampliaba el territorio al argumentar un "error administrativo", una decisión que intensificó la lucha del "pueblo del bosque".

"Luchamos por un territorio para vivir conforme a nuestras tradiciones, para desarrollar nuestra cultura, producir nuestra artesanía, encontrar yerbas medicinales", explicó a Efe Marcio Bolfarim Tekoa Itu, uno de los líderes de la reserva indígena.

La tierra y las costumbres de los guaraníes, asegura, han estado siempre en el punto de mira de los gobernantes, pero el recelo de esta humilde población ha aumentado desde que Bolsonaro llegó al poder dispuesto a "revisar" las demarcaciones de tierras ya homologadas en Brasil, "explotar" la Amazonía e "integrar" a los indígenas en la cultura occidental.

La política indigenista defendida por el ultraderechista ha encendido las alarmas de las organizaciones no gubernamentales y ha indignado a los indios del Pico Jaraguá, quienes vaticinan un futuro "de mucha lucha y resistencia" delante de las nuevas "amenazas".

"El actual presidente advirtió que cuando fuera electo no demarcaría un centímetro de tierra y que los indígenas tendrían que ser insertados en la sociedad, pero él no comprende que los pueblos indígenas lucharon mucho para que sus tradiciones, su forma de vida y su idioma fueran respetados", agregó Thiago Henrique Karaí Djekup, de 25 años, otro de los líderes de la aldea Yviporá.

Vestidos con unos vaqueros, una chaqueta abotonada y un cocar -como se conoce la corona de plumas de aves que los líderes indígenas usan en ocasiones especiales-, Thiago recuerda que los indios son ciudadanos "comunes", pero tienen sus propias reglas y no están "vinculados" al capital, el mismo que ahora amenaza su territorio.

La especulación inmobiliaria golpea sin sosiego las puertas de esta reserva indígena que lucha por mantener sus dioses, sus "opyi" -casas de rezo- y su historia mientras la metrópoli avanza con fuerza para imponer sus reglas.

En el bosque que los rodea no quedan materias primas para construir las casas de la forma tradicional, con madera y barro, y lo que queda, aseguran, debe ser preservado.

"Para construirlas tenemos que comprar el material, pero nosotros no somos rehenes del capital y muchas veces no tenemos recursos para construir una casa digna", sostuvo Thiago.

Para los guaraníes, el "mundo está poco a poco llegando a su fin" y en ese escenario apocalíptico dibujado por ellos, los únicos lugares todavía preservados son aquellos donde hay reservas indígenas, las mismas que ahora Bolsonaro está dispuesto a revisar.

"El Gobierno y las grandes empresas empiezan a atacar a las comunidades donde sobraron algunos minerales, árboles, riqueza natural. Nos quitan nuestro territorio y acaban con nuestros pueblos", denunció.

Según la Funai, existen actualmente 462 tierras indígenas regularizadas que suponen cerca del 12.2 % de los 8’514,876 km² que conforman la totalidad del territorio del país, la mayoría de ellas localizadas en la región amazónica, en el norte de Brasil.