Madrid. (Foto: AFP)
Madrid. (Foto: AFP)

Estos días Madrid no parece . La ciudad que nunca duerme pareciera anclada en una inaudita somnolencia en la que comerciantes y vecinos no quieren continuar.

La capital española inicia mañana, lunes, la fase 1 en la reapertura tras el confinamiento por el , en la que los míticos bares madrileños podrán abrir sus puertas aunque muchos de ellos asumen que no lo harán por rentabilidad.

"Se abre para dar el servicio y no dejar al cliente tirado, pero no para hacer un gran negocio" dicen unos; otros se entregan al apoyo ciudadano: "Los turistas han desaparecido, pero los vecinos se están volcando".

Mientras los ciudadanos se preparan para el esperado primer paso en la vuelta a la normalidad, comercios, hostelería y servicios se afanan hoy por tener todo listo para mañana.

A los madrileños y a los que viven en la multicultural Madrid les gustan el sol, las terrazas y las fiestas populares, pero la llegada de la acabó con todo eso menos con el calor que ya empieza a azuzar esta primavera.

A estas alturas, Madrid estaría lleno de , cuyas visitas suponen el 6.5% del PBI de la región y en lo que va de año se redujeron en 62.04% respecto al 2019 según datos del Ayuntamiento.

En mayo del 2019, 962,000 visitantes disfrutaron del buen tiempo, la oferta cultural y comercial de Madrid, pero hasta hoy sigue reinando el silencio y la calma.

Los museos más visitados, como el Prado, el Thyssen Bornemisza o el Reina Sofía, que acogen las obras de Velazquez, Goya o El Guernica de Picasso, no abrirán este lunes, pese a que el plan de desescalada del Gobierno español lo permite.

Todo apunta a que su apertura se realizará a principios de junio y lo harán con un 30% de su aforo.

A unas calles de los museos, Julián Carranza regenta El Florista: "Tradicionalmente este ha sido un barrio en el que conviven turistas con vecinos, pero los turistas han desaparecido".

Pese a ello, los vecinos no tardaron en salir a ayudar a sus comerciantes: "estamos supliendo la ausencia de turistas con la gente que vive en el barrio de toda la vida".

Los vecinos al rescate del comercio

En una ciudad de casi cuatro millones de habitantes, las relaciones humanas son más frías que en poblaciones menores. Aun así, una de las consecuencias de esta pandemia fue la creación de un tejido vecinal en el que germinaron bancos de alimentos barriales o redes de cuidados que ahora se movilizan para ayudar al pequeño comercio.

"Hoy estamos más flojos pero ayer había cola para llevarse flores", cuenta ilusionado Julián, quien recuerda cuando solo podían hacer encargos a domicilio, en gran parte para personas que habían superado el COVID-19: "se emocionaban ellos y nosotros, también han pasado cosas buenas".

A Oliver Jiménez la pandemia le pilló en medio del traslado de su negocio a otro local. Su tienda de ropa, Pinpilinpauxa, junto a la floristería, aún está poniéndose a punto.

"El turismo era lo que nos mantenía, ahora intentamos hacerlo con los vecinos", quienes, según cuenta, "estos primeros días curiosean más que compran, pero ya hay quien se anima".

Ignacio Reig, director de Furiosa Gallery, explica que el 70% del público que llegaba a su galería era extranjero.

"No hay mucha afluencia de público a pie de calle pero los clientes que hemos contactado han venido a recoger obras y hemos vendido otras online", comparte.

Pese a ello, reconoce que habrá actividades típicas de las galerías, como las inauguraciones de exposiciones, que no podrán llevarse a cabo en los próximos meses: "hay que reinventarse", matiza.

Algo similar le sucede a Juan Gómez, propietario del restaurante La Traviesa, en las inmediaciones de la Plaza Mayor, una parada obligada para los turistas que llegan a Madrid.

"Los turistas suponen un 70%-80% de nuestra clientela", narra el dueño de esta taberna que no levantará la persiana mañana porque "no sale rentable".

Para Gómez, la ausencia de turistas y las restricciones de aforo en la terraza hacen inviable poner en marcha de nuevo el negocio, donde trabajan 16 personas que ahora se encuentran acogidos a un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE).

Este empresario aplaza la decisión de reabrir en la fase 2, cuando las limitaciones sean más laxas, aunque sin grandes expectativas. "Abriremos porque no nos queda más remedio", asegura. "Trabajaremos con la gente del barrio y ya está".

Los comercios no sacan beneficios pero abren para los vecinos

Desde hace tres semanas, Julio Zamarrón abre todos los días la cervecería La Buena Pinta en Lavapiés, un céntrico y popular barrio de Madrid con una gran actividad asociativa.

"La cosa se levanta muy poco, hay poco pedido, para casa y además estamos llevándolo nosotros, pero es el empujoncito que hace falta ahora", comenta a Efe este joven, el único de los cinco empleados del negocio que ha vuelto a trabajar.

Ante la situación, los chicos de La Buena Pinta, que tiene venta de cerveza embotellada y degustación en el local, decidieron abrir solo unas horas al día. La parte de bar aún no está permitida, pero al encontrarse en un mercado tampoco tienen muy claro cuándo podrán hacerlo.

"En condiciones normales el mercado estaría abarrotado y ahora tenemos uno o dos clientes por mañana y un par de repartos al día, se abre para dar ese servicio y no dejar al cliente tirado, pero no para hacer negocio", asegura.

Fuera del centro histórico y turístico, Ketty, encargada del bar ecuatoriano "Delicias y Tortazos", situado un barrio de clase media, solo podía servir comida para llevar y a partir de mañana abrirá la terraza, aunque sea solo al 50% de su capacidad.

En este tiempo hubo muy poca demanda de comida por encargo y hasta días que no vendieron nada. Pero, según dice, este sistema le permitió seguir en contacto con los clientes, con la esperanza de no perderlos hasta que pueda reanudar la actividad completamente.

A partir de mañana tampoco cubrirá gastos aunque sí podrá recuperar a uno de los tres trabajadores del establecimiento que están acogidos a un ERTE.

"Se trata de que no se olviden de mí", de demostrar que este negocio sigue dispuesto a ofrecer un buen servicio y afrontar los sacrificios "desde el lado positivo", comenta esperanzada esta mujer ecuatoriana, que sigue luchando tras días "muy duros", sin ingresos, y de un tiempo "que no se recuperará".

Esperar a la normalidad entre mascarillas, guantes y distancia

Las mascarillas de tela son una de las prendas que llegan en cajas a Pinpilinpauxa, cuando todo lo que se prueban los clientes debe pasar una desinfección de tres días antes de volver a las perchas.

"Al volver a abrir hemos tenido que sacar todo el producto porque estaba lleno de polvo, y desinfectarlo. Los primeros días están siendo muy raros", dice Oliver junto a mascarillas de un uso, líquido desinfectante y guantes para los clientes.

También los lugares religiosos se preparan para el cambio de fase y programan más ritos debido a la imposibilidad de llevarlos a cabo a plena capacidad, limitada ahora a un tercio.

La iglesia católica de San Mateo, en un barrio obrero, pudo reanudar el culto público el lunes pasado con limitación de fieles, y aseguran que el día de hoy es "clave" para comprobar el interés por regresar al templo, según el padre Ricardo.

De las 550 feligreses que normalmente pueden asistir a misa, hoy solo podrán hacerlo 87, para preservar al menos un metro y medio de distancia. Después de cada celebración, los bancos se desinfectarán "a fondo" y las confesiones podrán reanudarse, aunque no en los confesionarios, sino en espacios que aseguren la distancia.

"No tengo prisa por que la asistencia sea masiva, no tiene mucho sentido; vamos aprendiendo poco a poco y tomando rutinas basadas en la experiencia", dice este sacerdote, quien afirma quien lo peor de estos días fue no poder abrazar a familiares que perdieron un ser querido y el aumento de la pobreza entre quienes pierden el trabajo.

Lo mejor de lo que viene por delante es "la alegría de volver a ver a la gente", celebra.

Por delante quedan varias fases de desconfinamiento en las que tampoco se puede bajar la guardia ante un posible repunte de contagios si las medidas de seguridad no se respetan.

Y es que nadie quiere una repetición de la pandemia, que en la región de Madrid ha causado ya casi 68,000 contagios y cerca de 9,000 muertos.

"El confinamiento era necesario, pero también hemos cuestionado poco cómo podría afectar de manera individualizada, como la gente mayor que tiene que salir a pasear para tener buena salud, por ejemplo", opina Diego, un vecino de Madrid.

Tiene claro que a partir de mañana aprovechará para ver a los amigos con quien durante estos dos meses solo pudo hablar a través de videollamadas, pero también que hay que ser conscientes de que el virus aún no ha desaparecido.

“Claro que tengo ganas, pero tengo en mente lo mal que lo hemos pasado y lo necesario que es tener cuidado para no tener un repunte”, zanja.