(Foto: AP)
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El mismísimo presidente se ha erigido desde agosto en el principal embajador de la primera contra el coronavirus registrada en el mundo, la , convertida también en baza geopolítica.

Los científicos occidentales calificaron el anuncio de prematuro, ya que tuvo lugar antes de que empezara la fase 3 de los ensayos clínicos a nivel masivo y de la publicación de resultados científicos.

La comunidad internacional, sobre todo la occidental, también ha visto que la vacuna responde a la voluntad de de ampliar su influencia en el mundo.

Aprovechando el anuncio de Putin, que aseguró que su propia hija participaba en los ensayos de la vacuna rusa, Moscú ha suscrito acuerdos internacionales para los ensayos clínicos (con Bielorrusia, Venezuela e India) y para la producción de su vacuna (con India, Brasil, China y Corea del Sur).

Después de los hidrocarburos, las armas y la energía atómica, a Moscú le gustaría añadir la vacuna a su arsenal de influencia económica y diplomática y asegurarse una parte del mercado de los países en desarrollo.

Pero esta primera vacuna simboliza también el mantra de la política del ocupante del Kremlin desde hace dos décadas: Rusia está de regreso.

“Es una manera que tiene de demostrar que el país es capaz de formar parte de la élite científica mundial, de hacerlo mejor que los países desarrollados”, dice la politóloga Tatiana Stanovaya, fundadora del centro de análisis R. Politik.

Orgullo nacional

En 1991, tras el fin de la URSS y del Comecon (mercado común de los países comunistas), Rusia estaba prácticamente sin industria farmacéutica, por lo que durante mucho tiempo ha dependido de los países occidentales. Pero el país ha puesto en marcha un programa de sustitución de importaciones con vistas a reducir dicha dependencia.

“Las vacunas producidas en Rusia suelen ser vacunas extranjeras. En cambio, esta es una de las primeras concebidas exclusivamente en Rusia, es un orgullo nacional”, explica Jean de Gliniasty, especialista de Rusia en el instituto IRIS.

“Esto simboliza el regreso de Rusia al grupo de los grandes en materia farmacéutica. Van a tratar de aprovechar el máximo de beneficios en términos de ‘soft power’ (poder blando)”, agrega este exembajador de Francia en Moscú.

De hecho, el nombre dado a la vacuna muestra las intenciones. La “Sputnik V”, que lleva el nombre del primer satélite del mundo que puso en órbita la URSS en 1957, recuerda una proeza científica rusa y un revés histórico para el rival estadounidense.

Aunque Moscú querría cooperar con Occidente (como lo demuestra la asociación con AstraZeneca), son sobre todo los países con los que Rusia mantiene relaciones positivas los que primero han respondido.

No obstante, Tatiana Stanovaya advierte: “hay campos en los que los rusos son buenos”, pero su tendencia a politizarlo todo juega en su contra.

Más allá de la geopolítica, Rusia quiere avanzar rápidamente por su propio interés: apuesta por la vacuna para evitar un segundo confinamiento que asfixiaría la economía y salir cuanto antes de la crisis.

Y Moscú trata de aumentar su capacidad de producción mediante acuerdos internacionales.

Déficit de producción

Rusia ha anunciado que ha recibido pedidos para reservar 1,200 millones de dosis, pero su capacidad de producción es reducida.

Las autoridades han informado de que el país producirá dos millones de dosis para finales de este año, muy poco para sus cerca de 145 millones de habitantes, teniendo en cuenta además que se necesitan dos dosis por paciente.

A finales de octubre, el presidente reconoció que el país se enfrentaba a un cuello de botella en la producción por lo que estaba dispuesto a cooperar “con los colegas científicos [de Rusia] más estrechamente que antes”.

Rusia ha concluido un acuerdo con un grupo indio que se ha comprometido a producir más de 100 millones de dosis al año.

Moscú podría innovar en este terreno, vaticina Nathalie Ernoult, codirectora del Observatorio de la Salud Mundial de IRIS: “Si Rusia realiza verdaderas transferencias de tecnología, da la fórmula para producir la vacuna, esto respondería a un apetito de muchos países de ir hacia la autonomía”.