Pampelonne Plage (Saint Tropez). (Foto: AFP)
Pampelonne Plage (Saint Tropez). (Foto: AFP)

En Saint-Tropez, el puerto está lleno de , en su mayoría franceses, pero los ánimos no están para fiestas en este célebre balneario del sur de Francia que este año se ha visto desertado por la acaudalada jet-set mundial a causa de la epidemia de

En la plaza de Lices, que suele estar llena de jugadores de petanca, Jérémy encadena las partidas bajo los árboles de plátano: "Queríamos ir a Alemania, pero con el virus este verano hemos preferido quedarnos en Francia, por lo que hemos venido a visitar Saint-Tropez", explica este habitante de Marsella (sureste) desde hace 20 años.

El gran número de turistas llegados este verano pese a la no tienen el mismo perfil que otros años. “En verano tenemos un 85% de internacionales y 15% de franceses, pero este año el 60% son franceses”, dice Claude Maniscalco, director de la Oficina de Turismo.

Se trata de una tendencia general en la célebre Costa Azul francesa, donde el "aumento" de las reservas observado desde el 20 de julio se debe a una "clientela esencialmente francesa y de países vecinos", confirma el Comité Regional de Turismo.

Otra señal de la ausencia de extranjeros es el tráfico del aeropuerto internacional de Niza, el más cercano, que se ha reducido a "la mitad" este verano, según la dirección.

A diferencia de la jet-set, las "familias no consumen de manera exagerada" y hay "excursiones por el día", constatan los responsables del turismo en Saint-Tropez.

"Es una clientela francesa y europea acomodada, que se aloja en establecimientos de alta gama pero que no despilfarra como nuestros visitantes rusos o estadounidenses", explica Georges Giraud, una autoridad local en Saint-Tropez.

El director del puerto, Jean-François Tourret, comparte esta opinión. Desde la capitanía observa los barcos que esperan para amarrarse hacia las 16H00 GMT, la hora punta: "Estamos mejor que el año pasado, nuestro puerto está prácticamente lleno todas los noches, aunque tenemos menos yates y más embarcaciones de menos de 40 metros", constata.

Desde julio, lo barcos franceses han aumentado 43% en comparación con otros años cuando los inmensos yates de la jet-set mundial, sobre todo procedente de Rusia, Estados Unidos y los países del Golfo, solían ser la mayoría en esta escala mediterránea.

Se cree que “aquí todo está permitido”

A unos metros, en las calles comerciales del antiguo puerto de pesca, Chloé Coulomb, directora de una tienda de marroquinería de lujo, está "agradablemente sorprendida para julio". "No hemos tenido pérdidas gracias a las rebajas, pero se siente que los más ricos que consumen sin complejos no han venido, son compras más pequeñas", dice.

Pero en los últimos días se ha empezado a acercar un nubarrón: desde el 1 de agosto, la mascarilla es obligatoria en bares y restaurantes ante el aumento de casos de COVID-19.

"Tener que llevar mascarilla con este calor... Los veraneantes van a anular", teme Chloé Coulomb, preocupada por las ventas de agosto.

En el hotel de Trois-Palmiers, en la plaza de Lices, Diane, la responsable de reservaciones, ha registrado una decena de cancelaciones desde el anuncio de la medida. "Es una pena, el hotel está lleno todas las noches, tiene que seguir así", desea.

Varios establecimientos de la ciudad han tenido que cerrar por los casos de COVID-19 que se han registrado entre los empleados, entre ellos el café Sénéquier, una auténtica institución.

La actriz francesa Brigitte Bardot lo hizo célebre a mediados de los años 1950 durante el rodaje de la película "Y Dios creó a la mujer". Los pintores Matisse y Picasso, el modisto Karl Lagerfeld o el expresidente francés Jacques Chirac solían sentarse en sus sillones rojos.

En Saint-Tropez como en las animadas playas de Pampelonne, en Ramatuelle, "los clientes, como no van a las discotecas porque están cerradas, bailan en lugares que no están previstos para esto", dice Giraud.

“Cuando la gente ha bebido un poco, no respeta tanto las reglas. Esto puede dar la impresión de que aquí todo está permitido”, lamenta Patrice de Colmont, el propietario del exclusivo restaurante de playa Club 55.