Un manifestante anti-Brexit sostiene un cartel que dice "Brexit: ¿vale la pena?". Protesta frente a las Casas del Parlamento en Londres el 6 de diciembre. (Foto: AFP).
Un manifestante anti-Brexit sostiene un cartel que dice "Brexit: ¿vale la pena?". Protesta frente a las Casas del Parlamento en Londres el 6 de diciembre. (Foto: AFP).

Por Clive Crook

En este momento, a pesar de una fuerte competencia de , Gran Bretaña es el líder de la crisis política en el mundo industrializado. El plan para el de la primera ministra, , ha sido rechazado de forma aplastante en la Cámara de los Comunes –el margen de la derrota no tiene precedentes–, pero el gobierno sigue moviéndose a pasos arrastrados. Como explicó May: por una parte, ha escuchado lo que acaba de decir el Parlamento y lo respeta; por otra, su acuerdo con Europa es el mejor acuerdo para el país. Parece que hay algo de "no, no, mil veces no" que no entiende.

Por tanto, no es momento de cuestionar la preeminencia del Reino Unido en cuanto a disfuncionalidad. Sin embargo, aún vale la pena preguntarse si Europa está manejando como debe su parte de la crisis.

Hasta ahora, la postura básica de la Unión Europea ha sido que el Brexit es en efecto una crisis, pero para el Reino Unido, no para el resto de Europa. Gran Bretaña creó su problema, Gran Bretaña lo está manejando mal y Gran Bretaña debería esperar padecer las consecuencias. Es una lástima, pero no hay mucho que Europa pueda hacer, y de todos modos no es nuestro problema.

Puede que esta resulte ser una posición de negociación astuta; será difícil saberlo hasta conocer el resultado final. Pero sería extraño que los líderes europeos realmente pensaran que el Brexit no es el mayor obstáculo al que se ha enfrentado la Unión desde su inicio. Una de las mayores economías del mundo está abandonando el proyecto europeo, con consecuencias potencialmente graves para el resto de la UE, en un momento en que sus economías se están tambaleando. Uno pensaría que evitar por completo el Brexit, o por lo menos mitigar sus posibles daños, merecería algo de atención.

De hecho, Europa habría podido evitar el Brexit del todo. Podría haber aceptado la solicitud de pequeñas concesiones sobre el libre movimiento de personas dentro de la Unión presentada por el primer ministro David Cameron cuando por primera vez se dispuso a renegociar los términos de participación del Reino Unido. Los demás líderes europeos lo rechazaron, ya que consideraban el libre movimiento de personas "indivisible" del de bienes, servicios y capitales. Dado que, evidentemente, el libre movimiento de personas puede separarse fácilmente de los demás, Europa no estaba diciendo en realidad que no pudiera hacerlo, simplemente se estaba rehusando. El resultado de esa intransigencia fue el referendo y el Brexit.

Cuando Gran Bretaña se sorprendió a sí mismo y al mundo votando para salir, y antes de haber notificado su partida formalmente, los líderes europeos habrían podido reconsiderar; pero no lo hicieron.

Cuando se emitió la notificación formal del Artículo 50, habrían podido permitir negociaciones en una amplia variedad de temas para una sociedad cercana entre la UE y el Reino Unido, a fin de preservar tanto como fuera posible la integración económica lograda para beneficio mutuo en las décadas anteriores. En cambio, insistieron en una separación estricta entre los términos de la renuncia, que se establecerían primero, y los arreglos a largo plazo, que solo se discutirían en detalle cuando la primera parte estuviera lista.

Esta separación sin sentido entre las dos partes tuvo una consecuencia grave. Los negociadores europeos querían una cláusula en el acuerdo de renuncia –el llamado "backstop" para impedir que se volviera a endurecer la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte. En efecto, esta demanda se anticipó al acuerdo a largo plazo y lo obstruyó, incluso antes del inicio de las negociaciones al respecto. En buena medida, lo hizo de modo que acarreaba la anexión económica del norte a la UE.

Entonces, la UE insistió en una secuencia estricta y contraproducente de negociaciones, luego se apartó de su propia posición al respecto implantando una clausula –potencialmente a largo plazo– que sería altamente perjudicial para el Reino Unido. Lo más impresionante de esta increíble maniobra es que May la haya aceptado. En cualquier caso, fue el backstop –una invención que podría no haber sido necesaria nunca– el que hizo el acuerdo de retiro imposible de aprobar en el Parlamento británico.

Muchos simpatizantes del Brexit que revisen esta historia notarían una falta de piedad calculada por parte de la UE. Cuando Gran Bretaña quisiera irse, tendría que sufrir y los demás tendrían que ver el sufrimiento, de modo que ningún otro país intentara hacer lo mismo (la Unión Soviética aplicó la misma lógica, aunque con menos sutileza, a Hungría en 1956). Sin embargo, no es fácil entender por qué la UE debería estar a la defensiva: si las bendiciones de sus muchas libertades indivisibles son tan evidentes, la partida de Gran Bretaña sin infligirle mayores daños evitables sería un mensaje lo suficientemente claro para los demás miembros.

Hay que reconocer que, en el momento, las bendiciones no son tan evidentes. Aún así, creo los líderes europeos se sentirían halagados de imaginar que pueden formar y ejecutar una estrategia que cumpla mejor con los intereses de Europa.

En cuanto al Brexit (y no solo en cuanto al Brexit, por cierto), simplemente han estado ausentes, intelectual, política y diplomáticamente. Han puesto a burócratas descuidadamente inflexibles a cargo de las negociaciones de salida, como si no hubiera mucho en riesgo, y luego se acomodaron en una posición de decirle a Gran Bretaña que una concesión es imposible, y que la otra no podría darse, y que las negociaciones habían concluido y que el acuerdo de May era la palabra última y definitiva.

El voto de los legisladores fue un contratiempo para esta falta de estrategia. Tal vez, en esta última y lamentable etapa, motivará a las capitales europeas a replantearse todas las cosas que Europa no podría aceptar de ninguna manera. Gran Bretaña es, sin duda, el principal autor y la mayor víctima de esta penosa saga, pero Europa también tiene mucho que perder, y no solo de un Brexit al borde del abismo, sino también de un resultado que deje a ambas partes llenas de ira. ¿Será mucho pedir a los líderes europeos que empiecen a actuar como si lo entendieran?

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