(Foto: AFP)
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En el pasado el ultrafino papel washi japonés se usaba para todo, la escritura, la pintura, las pantallas de las lámparas, los paraguas y hasta las puertas correderas. Pero el estilo de vida occidental tumbó la demanda y lo obligó a reinventarse: ahora salva a los pergaminos de los grandes museos.

En su pequeño taller del oeste de Japón, Hiroyoshi Chinzei vigila la fabricación de un "washi" siguiendo un proceso inventado por él para este papel, el más fino del mundo, que propone a bibliotecas y pinacotecas como el Louvre o el British Museum para rescatar del olvido los manuscritos.

Su última versión, creada hace seis años, impresiona por sus medidas: 0.02 mm de grosor por 1.6 g el metro cuadrado. Increíble si se compara con los 0.09 mm de 70 g por metro cuadrado de un papel clásico de fotocopiadora.

"Es tan fino como la piel de las personas", presume este hombre de 50 años en su fábrica del pueblo de Hidaka, a más de 600 km al sudoeste de Tokio.

Tan fino que es transparente, una característica esencial para descifrar el texto cuando se restauran los pergaminos, explica.

También sólido. "El washi es más flexible y resistente" que el "papel occidental", que se deshace con el tiempo, añade.

"Alas de efímera"

La historia del washi, incluido en la lista del patrimonio cultural inmaterial de la Unesco, se remonta a más de 1,300 años.

Se fabrica a partir de corteza de morera, un arbusto llamado "kozo" con fibras mucho más largas que las del algodón o la madera usados para el papel occidental. "Gracias a estas fibras los viejos libros japoneses de los siglos VII y VIII todavía están en buen estado", recalca Hiroyoshi Chinzei.

Para conseguir este resultado, el kozo se calienta al vapor, se le quita la corteza y se hierve hasta que se ablande. Las fibras quedan como una telaraña viscosa blanca que se mezcla con cola y agua. Después se escurre y, por último, se seca.

Esta sucesión de técnicas mezcla métodos ancestrales a mano y máquinas. Esto le aporta la finura necesaria para reforzar los manuscritos antiguos, lo que se consigue insertándolos entre dos hojas de washi o añadiendo trozos de este papel japonés en las partes más frágiles.

Chinzei no tenía previsto ponerse al frente de la empresa familiar. Quería seguir su propio camino y de joven se fue a estudiar finanzas a Seattle, en Estados Unidos.

"Pero volví, me sentía responsable de pasar el testigo a la próxima generación", relata.

Por el momento, el volumen de washi destinado a la restauración de documentos y de objetos antiguos es todavía escaso, pero hay mucho interés, asegura Hiroyoshi Chinzei, quien exporta a más de 40 países.

En su opinión tiene potencial "como instrumento de restauración y como lienzo" para el mundo del arte.

Caída del mercado

Este washi, a veces denominado "alas de efímera" (o mosca de mayo), también sirve para restaurar estatuas.

En Saitama, un suburbio de Tokio, el conservador Takao Makino aplica delicadamente el papel con un cepillo en un elemento de una pieza búdica de hace 800 años.

"El washi se inserta fácilmente en las esculturas con formas complejas, a diferencia de los papeles de fibras químicas o de envoltorio", detalla este hombre de 68 años. "La historia demuestra que dura. Es puro, fuerte y duradero".

Antes de la versión ultrafina, Makino ya recurrió al washi para proteger en el 2007 una de las dos principales estatuas del conocido templo Sensoji, en el barrio turístico de Asakusa en Tokio.

Estaba dañada y "la cubrimos con washi para impedir que se deteriorara más", cuenta. "Es un material de protección más sedoso, que se puede quitar preservando la superficie original".

La producción del papel japonés alcanzó un tope durante el periodo Edo, del siglo XVII al XIX, antes de decaer bajo los efectos de la producción industrial de papel a partir de la madera.

El retroceso se acentuó mediante la evolución del modo de vida de los japoneses. "Hay menos cuartos de estilo japonés (con tabiques y puertas correderas) y falta espacio para colgar rollos decorativos", lamenta Chinzei.

Las estadísticas oficiales confirman una caída desde hace veinte años. El mercado de la caligrafía y de los paneles correderos se dividió por más de cuatro en una década.

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