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En la víspera de las elecciones de México, incluso antes de que el Instituto Nacional Electoral diera a conocer los resultados, el presidente Donald Trump felicitó por Twitter al probable vencedor Andrés Manuel López Obrador. Al día siguiente, los dos líderes sostuvieron una agradable conversación telefónica.

Una semana después, tres secretarios del gabinete de Estados Unidos, junto con el asesor de la Casa Blanca Jared Kushner, viajaron a Ciudad de México para reunirse con sus contrapartes y el presidente electo.

La prensa y los mercados han tomado estos gestos como signos de relaciones más positivas a futuro. No esté muy seguro. Estas sutilezas iniciales ocultan profundos abismos en prioridades, posiciones y políticas internas. Un estallido podría no estar lejos.

La reciente carta de López Obrador a Trump muestra cuán diferente es su opinión sobre lo que implica una relación bilateral prometedora. La misiva de siete páginas expone sus planes de desarrollo económico para México, en detalle, y refleja su opinión de que las soluciones a los desafíos bilaterales de migración, seguridad y comercio dependen del progreso económico de México.

Puede decirse con certeza que el presidente Trump tiene poco interés en ambiciosos planes de plantar 1 millón de hectáreas de árboles en los estados más pobres de México, y mucho menos algún interés en ayudar a financiar esta iniciativa.

Lo mismo ocurre con los objetivos de infraestructura de López Obrador: refinerías en Tabasco y Campeche, un tren bala de Cancún a Palenque o un corredor ferroviario que conecte el Pacífico con el Atlántico a través del Istmo de Tehuantepec en el sur en un intento por competir con el Canal de Panamá.

Esta administración estadounidense no es una gran apasionada en lo que se refiere a colaborar en el desarrollo económico. Espere que López Obrador sea rechazado o ignorado en las cuestiones económicas que más le importan.

Del mismo modo, es poco probable que sea el socio del TLCAN que Trump está buscando. El presidente entrante apoya mantener el acuerdo de libre comercio de 25 años, reconociendo los beneficios para la inversión. Su principal negociador designado, Jesús Seade, está trabajando con el actual equipo negociador mexicano para prepararse para asumir la responsabilidad, uniéndose a ellos en las conversaciones en Washington.

A pesar de la demanda y las amenazas veladas de Trump para llegar rápidamente a un acuerdo, López Obrador y su equipo no se han desviado de las actuales prioridades de México --incluida la cláusula de extinción, los mecanismos de resolución de diferencias y reglas de contenido automotriz-- o mostrado interés en conversaciones bilaterales, algo que Trump también ha propiciado.

También hay poco terreno común sobre la migración centroamericana. Liderado por la secretaria del Departamento de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, y el Comisionado de Aduanas y Protección de Fronteras, Kevin McAleenan, Estados Unidos ha presionado por un acuerdo de tercer país seguro, lo que obligaría a los centroamericanos a pasar por México para solicitar asilo allí.

Si bien esto resolvería en gran medida el problema de Estados Unidos –los agentes fronterizos podrían rechazar a todos los hombres, mujeres y niños en busca de asilo–, la idea le haría un flaco favor a México. El nuevo gobierno tendría dificultades para procesar decenas si no cientos de miles de solicitudes de asilo y construir la infraestructura y campamentos necesarios para albergar a los desesperados centroamericanos, una crisis que posiblemente abrumaría la joven presidencia de López Obrador.

Y la administración de Trump parece reacia a proporcionar los miles de millones de dólares que Europa ha utilizado para obtener la aceptación de Turquía para un acuerdo similar. En cambio, sigue luchando en el Congreso por miles de millones para un muro fronterizo.

Los dos líderes están igualmente en desacuerdo sobre cómo disminuir esos flujos migratorios. López Obrador plantea un plan integral de desarrollo económico regional para atacar la raíz del problema de la migración. Trump ha propuesto reducir la ayuda a América Central en casi US$ 200 millones, o 30 por ciento cada uno de los últimos dos años.

La cooperación en materia de seguridad también parece que se verá interrumpida. Cada cambio de administración trae consigo una pausa. Sin embargo, esta pausa se prolongará por los planes de México de crear una nueva Secretaría de Seguridad Pública, Guardia Nacional y agencia de inteligencia. La creación de estas nuevas burocracias retrasará el inicio de una nueva estrategia de seguridad interna que aún está por definirse.

E incluso una vez que esté en funcionamiento, no se dirigirá en la misma dirección que Estados Unidos. Los ministros designados de López Obrador han hablado de legalizar la marihuana, proporcionar amnistía a los agricultores de cultivos ilícitos y aumentar las becas de estudio como formas de reducir la violencia. Esto no concuerda con el enfoque de línea dura a la seguridad regional de la administración Trump.

En cuanto a la diplomacia, la cooperación sobre una Venezuela que implosiona (mucho menos Nicaragua o Cuba) también está a punto de desvanecerse, cuando el nuevo liderazgo de México vuelva a adoptar un enfoque más tradicional de no intervención internacional. Washington no estará contento.

Por supuesto, pocos son los aliados tradicionales que continúan cayéndole en gracia al presidente de Estados Unidos. Pregúntele a Justin Trudeau de Canadá, la alemana Angela Merkel, el japonés Shinzo Abe y el francés Emmanuel Macron.

A medida que se acerquen las elecciones del 2020, Trump una vez más se verá tentado a demonizar a México. Con su propia base que alimentar, López Obrador tendrá dificultades para no responder de la misma manera.

López Obrador cierra su carta a Trump hablando de cómo ambos derrocaron al "establishment" en su ascenso a la presidencia. Lo que no consideró es que este “establishment” en realidad se preocupaba por el TLCAN, los “Dreamers” y México en general.

Es cierto que la asociación cada vez más profunda de los últimos 25 años ha sido más una anomalía que una norma. Sin embargo, incluso durante desacuerdos pasados, a pesar de las sospechas y la desconfianza mutuas, las dos naciones encontraron formas de trabajar juntas.

Si un enfrentamiento entre presidentes lleva a una relación más institucional, lejos de la personalización del último año y medio entre Jared Kushner y el secretario de Relaciones Exteriores saliente Luis Videgaray, también puede poner la relación en una senda más estable. Sólo no espere que sea mejor.

(*) Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloombeg LP y sus dueños.

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