(Foto: Difusión)
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El último taller de que queda en , propiedad de una familia de artesanos que lleva más de 100 años fabricando a mano estos complementos, está en riesgo de desaparecer al no poder afrontar una deuda de 117,000 euros con el ayuntamiento por el alquiler del local.

“La cosa empezó a ir mal en el 2015”, cuenta Anne Hoguet, de 74 años, que encarna a la cuarta generación al frente del Atelier Hoguet, fundado en 1883 por su bisabuelo en un pequeño pueblo de 3,000 habitantes, Sainte-Geneviève, situado 70 kilómetros al norte de París.

Su bisabuelo traspasó el negocio a su abuelo, que hizo lo propio con su padre. Este último abandonó el pueblo y compró en 1960 el último taller parisino que hacía abanicos, la casa Ernest Kees, trasladando allí su propia marca.

Precisamente ese año, Anne, que todavía era una adolescente, empezó a ayudar a su padre en su actividad profesional. En 1994 recibió el título de maestra artesana y continuó haciendo abanicos a mano hasta el día de hoy.

El taller está en un piso amplio del centro de París, dividido en varias estancias habilitadas como zonas de trabajo: con tablas de madera, mesas, estanterías, rollos de tela, herramientas y piezas a medio hacer. Todas las habitaciones están repletas de abanicos, colgados a modo de decoración, de exposición o a la venta.

El taller funcionó con normalidad hasta hace cinco años. Sus beneficios venían, según la propia Hoguet, de las ventas de los abanicos, de la restauración de ejemplares antiguos y de las entradas de un museo de abanicos que abrieron en su propio local en 1993 y que en 2004 fue declarado patrimonio nacional francés.

Además, esa sala “de estilo Enrique II” es la única que se conserva tal y como la construyeron en 1893.

Un alquiler inasumible

Pero en el 2015 hubo unas obras en el edificio que dificultaron mucho el acceso al museo, que suponía el 50% de sus ingresos. Otro factor que mermó sus finanzas fue que ella misma “decidió disminuir el tiempo que dedicaba al taller y al museo”.

La llegada de la pandemia este pasado marzo fue el último empujón hacia el precipicio, pues el cierre de los espectáculos culturales supuso que Hoguet perdiera a algunos de sus mejores clientes: las compañías de teatro que le encargaban abanicos personalizados para el vestuario de sus personajes.

Así, el alquiler mensual de 3,200 euros por el local, que Hoguet dejó de pagar cuando la bajada de ingresos se lo impidió, se ha ido acumulando hasta generar una deuda de 117,000 euros que le fue notificada la víspera de la pasada Navidad junto a la orden de abonar esa cantidad y la amenaza del desahucio, todavía sin fecha.

Su situación precaria la llevó a acudir a los medios de comunicación y, tras una entrevista en el diario Le Parisien, encontró una solución.

“Los estadounidenses valoran mucho el patrimonio artístico francés y fueron los primeros en reaccionar. Cuando leyeron la noticia preguntaron si había un micromecenazgo, me pareció una buena idea y un vecino me ayudó a ponerlo en marcha”, relata la propietaria del Atelier Hoguet.

En dos semanas ha recogido más de 5,000 euros. “Necesito 9,600 para poder pagar el alquiler del próximo trimestre. El local pertenece al ayuntamiento y de momento ellos me han dado una prórroga”, comenta la artesana, que confía en poder alcanzar esa cifra.

Tiempos mejores

Ahora el local pasa por apuros económicos, pero no siempre fue así. Durante muchos años, el Atelier Hoguet trabajó con las casas de alta costura francesa y con los grandes diseñadores, haciendo los abanicos de algunos de sus conjuntos.

“Al que más conocí y traté personalmente fue a Karl Lagerfeld, pero también trabajé con Coco Chanel, Christian Lacroix, Christian Dior y Louis Vuitton”, rememora Hoguet.

A día de hoy, aunque a menor escala, ella sigue dedicando sus jornadas a restaurar abanicos antiguos, a hacer visitas guiadas al museo y a vender los abanicos que hace con sus propias manos, un producto con precios distintos.

“Los más baratos cuestan 50 euros, pero puedo llegar a vender alguno por 4,000 euros, en función del material que utilice y el encargo de que se trate”, apunta.

Esta manufacturera descarta vender algunas piezas del museo en caso de no reunir el dinero necesario para el alquiler: “Es un patrimonio que ha pertenecido a mi familia desde hace mucho tiempo”, sostiene.

Mientras intenta asegurar por el momento la pervivencia de este legado familiar, Hoguet, que no tiene hijos y ha consagrado toda su vida al taller, busca a su vez a alguien que entienda el valor histórico de su oficio para traspasarlo. Sin embargo, de momento no ha encontrado a nadie.

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