Dublin, Irlanda. (Foto: Reuters)
Dublin, Irlanda. (Foto: Reuters)

En el estudio de Dublín que comparte con otras dos personas, el griego Aris se queja de la disparada de los precios, agravada por la presencia de y otras grandes empresas tecnológicas, que está dejando a muchas familias sin hogar.

"Es muy duro", dice este guardia de seguridad de 42 años que comparte con dos compañeros un alquiler mensual de 850 euros (US$ 970) por un apartamento de 30 metros cuadrados.

Hay muy poco espacio para guardar las cosas, así que sus pertenencias yacen en el suelo. Desde uno de los colchones se puede tocar la cocina. Los otros dos están lado a lado.

"Estas no son condiciones humanas para vivir", dice lamentando el hacinamiento este hombre que emigró a Irlanda hace tres años y prefiere no dar su apellido.

Desde hace semanas, se organizan protestas en las calles de Dublín contra la subida meteórica de los alquileres, que amputó el poder adquisitivo de los inquilinos y dejó a muchas familias en la calle.

La situación de Aris no es inhabitual en la capital irlandesa, actualmente en el centro de una "tormenta perfecta" que ha hecho pasar el alquiler medio a entre 1,600 y 2,000 euros.

Un fenómeno en el que se conjugan varios factores: el aumento de la inmigración, el fin de las reservas de vivienda social, la reticencia a construir edificios altos y el ansia de dinero rápido por los propietarios tras años de dura recesión.

A esto se suma el creciente papel de Dublín como centro tecnológico europeo, con la instalación en la ciudad de gigantes como Facebook o Google, que atrajo a empleados con altos ingresos, y su popularidad como destino turístico que Airbnb está aprovechando en detrimento de los alquileres a largo plazo.

En un momento dado este este año, la web inmobiliaria Daft.ie afirmaba que había en Dublín 1,258 viviendas disponibles para alquiler a largo plazo, mientras que Airbnb ofrecía 1,419 para estancias cortas.

"La gente está desesperada"

"Hay tal demanda de vivienda que la gente está desesperada", dice John-Mark McCafferty, responsable de la ONG Threshold.

"Hay toda una serie de situaciones diferentes, ya se trate de personas que entran en algún nivel de pobreza o de personas que viven en situaciones de hacinamiento agudo, y está afectando a la calidad de vida de la gente", agrega.

Las últimas cifras publicadas por el ministerio de Vivienda mostraron que en una única semana de octubre 1,295 familias necesitaron alojamiento urgente por los servicios sociales.

En agosto, las imágenes de una joven madre y sus seis hijos pasando la noche en las sillas metálicas de una comisaría de policía por falta de alojamiento de urgencia conmocionaron al país.

Un mes después, policías encapuchados y guardias privados de seguridad desalojaban a un grupo de manifestantes de una enorme casa vacía en el centro de Dublín.

Desde entonces, el grupo de activistas Take Back the City (Retomemos la ciudad) organiza con regularidad protestas en que participan miles de personas.

"¡La vivienda es un derecho humano!" o "¡Casas para alojarse, no para enriquecerse!", gritan los manifestantes.

"No hacen lo suficiente"

Los activistas también ocuparon las oficinas de Airbnb, que como otros gigantes de internet instalaron su sede europea en Irlanda atraídos por su bajo impuesto de sociedades.

"Airbnb parece haber colonizado rápidamente grandes porciones de nuestra ciudad, expulsando a la gente fuera de los hogares", afirmó en un comunicado Take Back the City, que en noviembre irrumpió en las oficinas del organismo oficial encargado de solventar los diferendos sobre alquiler.

El gobierno del primer ministro Leo Varadkar marcó límites a los alquileres por Airbnb y sanciones de 30,000 euros para los propietarios que vulneren las restricciones, al tiempo que intenta reponer el parque de viviendas.

En la ceremonia de inauguración de un desarrollo inmobiliario en noviembre, una vecina denunció ante Varadkar el retraso en la construcción de nuevos edificios.

"¡Tardaron diez años en construir estos dos!", le lanzó Catherine Cooke, de 58 años. Y mientras el primer ministro y su cortejo partían en sus vehículos, se quedó mascullando: "No hacen lo suficiente".

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