(Foto: AP)
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Elizabeth Leite de Souza luce abatida. La joven casada y madre de un niño lleva buscando trabajo infructuosamente desde hace más de tres años. Aunque vive en la ciudad más rica de Latinoamérica, de Souza está rodeada de miseria y urgencias.

Al igual que ella, cientos de habitantes de Paraisópolis, una de las mayores favelas de la capital de Sao Paulo y vecina al barrio acomodado Morumbi, dependen de un programa de asistencia oficial que entrega leche a la población vulnerable. “Al menos está mejor ahora, leche no compro más”, dijo la mujer.

Mientras la economía brasileña no consigue salir del pozo y, como de Souza, más de 13 millones de personas no encuentran empleo, otro indicador continúa empeorando de forma silenciosa: la

De acuerdo con un estudio de la Fundación Getulio Vargas publicado en mayo, la brecha entre los brasileños más privilegiados en el mercado de trabajo y quienes están en la franja más postergada de acuerdo con sus ingresos llegó al nivel más alto de los últimos siete años.

Brasil alcanzó 0,63 en el índice de Gini de la renta de los trabajadores per cápita, una medida de la desigualdad que va de 0 (muy equitativo) a 1 (muy desigual).

América Latina es una de las regiones más dispares del mundo, según datos del . Marcelo Neri, economista director de la Fundación Getulio Vargas, indicó, sin embargo, que Brasil está encima de algunos de sus vecinos como Colombia o Uruguay.

El estudio de la Fundación arrojó otro dato alarmante: quienes más sufrieron los efectos de la crisis que comenzó en el 2014 fueron las personas de menos recursos. En siete años los ingresos de la porción más rica de los brasileños aumentaron 8.5% mientras que los de los más postergados cayeron 14%.

De acuerdo con el estudio, los trabajadores más calificados pudieron sortear la crisis mientras que la mayor cantidad de mano de obra con menor calificación presionó los salarios hacia abajo.

Según el último censo del 2010, en Paraisópolis viven 43,000 personas, pero los vecinos dicen que son entre 80,000 y 100,000 quienes habitan hacinados en apartamentos y casas pequeñas que se apilan como piezas desordenadas de Lego.

La , vista desde Paraisópolis, abruma. Frente a un barrio de calles estrechas y callejones laberínticos se levantan algunas torres residenciales de Morumbi, uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Allí están las tiendas de marcas de lujo y los guardias de seguridad privada que custodian residencias y edificios con helipuertos, desde donde cada día muchos ejecutivos vuelan hacia sus trabajos.

“Todo va quedando caro, no nos sobra nada. El dinero apenas da para comer”, dijo de Souza. El único ingreso de la familia son los US$ 300 que su esposo recibe cada mes como ayudante de construcción en un empleo informal.

Neri explicó que pasó de un período de crecimiento con inclusión social hasta el 2014 a un presente de recesión “concentrador de riqueza”. El gigante sudamericano tuvo una contracción del Producto Bruto Interno de más de 7% entre el 2015 y 2016 y en los últimos dos años la economía apenas creció alrededor de un punto.

Según la última cifra oficial del Instituto de Geografía Brasileño, 26.5% de la población es pobre -el equivalente a 54.8 millones de personas-.

“La gran víctima es la población extremadamente pobre, con poca educación, negra y que habita en la región norte, nordeste y las periferias de las grandes ciudades”, indicó Neri.

Históricamente una tierra de contrastes, un economista brasileño bautizó a la nación más grande de Sudamérica como “Belindia”: una combinación de Bélgica con India.

Para Edmar Lisboa Bacha, quien acuñó el término en 1974, Brasil reunía a una minoría próspera que vivía como la población belga junto a una mayoría que se mantenía en condiciones de atraso y como millones en la India.

Bacha cuestionaba que el gobierno militar de 1964 a 1985 estaba profundizando esa brecha. Hoy, 45 años después, la situación está lejos de haberse revertido.

Para Neri la profunda desigualdad entorpece la reactivación económica porque los sectores más bajos, muy vulnerables en tiempos de crisis, son quienes más consumen. El economista añadió que en los últimos años hubo una falta de estímulos hacia los más postergados.

“Los gobiernos no consiguieron hacer políticas anticíclicas y expandir programas como el Bolsa Familia. Brasil se olvidó de cuidar a sus nuevos pobres”, apuntó el economista de la Fundación. Bolsa Familia fue creado en el 2003 y consiste en una ayuda económica a las familias pobres a cambio de que sus hijos asistan a la escuela y cumplan el calendario de vacunación.

La desigualdad llamó incluso la atención del La semana pasada el organismo evaluó que Brasil debe avanzar en una agenda de reformas para reducir las disparidades sociales que permanecen "altas para los padrones internacionales".

Cuando asumió la presidencia el 1 de enero generó expectativas de que la economía se revitalizaría rápidamente.

El mercado y muchos analistas especularon que la agenda liberal del ministro de Economía -un exbanquero formado en Chicago- generaría un shock de confianza. Sin embargo, el despegue continúa postergándose.

El gobierno y el sector privado redujeron varias veces la previsión de crecimiento para este año, que pasó de 2.2% del PBI a 1.6%, según anunció el Ministerio de Economía la semana pasada.

La falta de articulación en el Congreso entre el gobierno y la oposición ha entorpecido el avance de la reforma que aumenta la edad mínima para jubilarse, una medida considerada clave incluso por el FMI para equilibrar las cuentas públicas.

Para paliar la crisis Agnailza de Jesús, una vecina de 38 años de Paraisópolis y madre de dos, convirtió la sala de estar de su casa en un salón de belleza donde ocasionalmente hace trabajos de peluquería para tener algunos ingresos.

“Nunca estuve seis meses desempleada, lo máximo era uno o dos meses, cuando alguien me indicaba o veía un cartel de trabajo y conseguía. Ahora está muy difícil, hay mucha gente sin trabajo”, dijo de Jesús.