Por Tyler Cowen
En algunos casos, ya es posible emitir juicios morales sobre las diversas respuestas de los gobiernos al COVID-19. Por ejemplo: que Estados Unidos desperdició meses de tiempo de preparación a principios de 2020, y que la administración del presidente Donald Trump usó y promovió estrategias de comunicación muy riesgosas; que China debería haber sido más transparente sobre el virus desde el principio; que el liderazgo brasileño se ha comportado de manera especialmente irresponsable.
No obstante, el tipo de “moralización del coronavirus” es sospechoso. A fin de cuentas, podría ser mejor ignorar los análisis sobre el COVID-19 acompañados de juicios morales de líderes o sistemas políticos.
Comencemos con un ejemplo relativamente no controvertido ni emocional para la mayoría de los estadounidenses. Al principio, Kosovo parecía estar haciendo un trabajo decente contra el COVID-19, con relativamente pocos casos y muertes. Ahora la cifra de muertes se está disparando fuertemente.
¿El éxito inicial se debió a la política, la suerte, el relativo aislamiento o algún otro factor? ¿Los problemas actuales se deben a algún error particular de política o simplemente el tiempo le está pasando la cuenta a Kosovo? Es demasiado pronto para sacar conclusiones firmes o lecciones morales.
O, por ejemplo, Japón. Durante meses tuvo problemas relativamente leves con el COVID-19, y su liderazgo apuntó a su cultura de uso de mascarillas y estrategia de rastreo de casos para identificar focos más grandes. Ahora Japón está experimentando una segunda ola que es mucho peor que la primera.
Nuevamente, no es obvio lo que debemos pensar de la estrategia japonesa, que inicialmente parecía bastante temeraria. De hecho, es posible que haya sido temeraria, o bien, es posible que el país se vea beneficiado de una especie de “doble suerte”: fue una suerte que la primera ola fuera relativamente benévola, y luego tuvo la suerte de que aparecieron mejores tratamientos a tiempo para la segunda ola.
Pero esas son hipótesis. Es posible que no surja en un año o dos un sentido claro de la calidad de la política japonesa.
Cada vez hay más países afectados por una segunda ola. España tuvo una primera ola muy dura, luego los casos disminuyeron a muy pocos y ahora están volviendo a aumentar y superan los 2.700 por día. Es probable que ahora se observe una tasa de mortalidad elevada.
Una vez más, es difícil decir si estas segundas olas fueron en gran medida inevitables o el resultado de errores de política. O tal vez fueron el resultado de errores, pero ninguna nación, excepto quizás algunos de los países insulares más pequeños, puede alcanzar el nivel de perfección de política requerido.
Ni siquiera los tecnócratas de Singapur pudieron evitar la gran cantidad de casos que surgieron en dormitorios de trabajadores en ese país.
Otra pregunta es cuánto pueden mantener la disciplina los ciudadanos que han demostrado tenerla. Cuarenta personas en un crucero noruego dieron positivo, y se esperan más casos, y este es un informe de esta semana, no del invierno pasado. Esto simplemente demuestra que las personas están ansiosas por reanudar alguna versión de sus vidas anteriores y están tomando más riesgos.
Luego está el experimento sueco, que ha sido objeto de una gran controversia. Aquí, una vez más, la mayor parte de la moralización es prematura, pese a que los suecos cometieron algunos errores claros, como no proteger sus hogares de ancianos lo suficientemente bien.
Suecia tuvo un alto nivel de muertes iniciales, pero tanto los casos como las muertes han caído a un nivel muy bajo, a pesar de que Suecia nunca se confinó. Por su parte, la economía sueca ha sido una de las menos afectadas en Europa.
Si una segunda o tercera ola afecta al resto de Europa, y no a Suecia, la política sueca repentinamente se verá mucho mejor. Si, por el contrario, Suecia experimenta una segunda ola de contagios tan grande como las de sus vecinos, se verá mucho peor.
Uno de los casos más extremos es Rusia, que vacunará a sus ciudadanos en octubre. Es posible que la vacuna no sea segura o eficaz, y expertos occidentales condenan la estrategia.
Personalmente, no me pondría la vacuna, ni apoyo su aprobación para ser usada en EE.UU., dados los riesgos involucrados y la posible pérdida de confianza pública. Aun así, reconozco que los juicios de la historia se hacen en retrospectiva, y que existe la posibilidad de que esto resulte para mejor. Entonces, aunque creo que los rusos deberían ser más cautelosos, no estoy del todo listo para condenarlos directamente.
En EE.UU., la mayoría de las muertes, por lejos, se han producido en el estado de Nueva York y áreas en su entorno, en su mayoría controladas por los demócratas. Pero no necesariamente se deduce que los liderazgos demócratas tengan la culpa, al igual que no se debería aceptar la reiterada insistencia de Paul Krugman de que los estados republicanos están manejando la crisis mucho peor.
La tentación de moralizar es una de las propensiones humanas más fuertes. Sin embargo, cuando sentimos esa tentación, debemos reconocer que se deriva del mismo tipo de impaciencia imprudente que empeoró inicialmente nuestra respuesta al COVID-19.