Venezuela
Venezuela

ha dejado de exportar petróleo y, en su lugar, ha empezado a exportar gente.

La ha caído casi dos tercios en los últimos 16 años, lo que ha convertido al país que tiene las mayores reservas probadas del mundo en apenas un actor marginal en los mercados globales.

Los venezolanos, mientras tanto, salen en masa del país. Se estima que 1.6 millones de personas se han ido desde el 2015, alrededor del 5% de la población. Ahora las estiman que unos 2.3 millones de venezolanos viven en el exterior, mientras que en el 2005 sólo eran 437,000.

Esa nueva exportación rinde frutos. La diáspora venezolana tiene ingresos cada vez mayores y envía más a su país para ayudar a familiares necesitados. Las remesas aumentaron a US$ 1,500 millones en el 2017 y treparán otro 60% este año, a US$ 2,400 millones, según la consultora Ecoanalítica, que tiene sede en Caracas.

Es una suma insignificante en comparación con la riqueza que puede generar un buen año de exportaciones de petróleo. Es, además, apenas una parte de lo que reciben los países que tradicionalmente dependen de remesas. (El pequeño El Salvador, por ejemplo, recibe unos US$ 5,000 millones al año.) Pero en un país donde millones han quedado sumergidos en la pobreza como consecuencia de la hiperinflación y la parálisis económica, cada dólar importa.

Las transferencias, que pueden ser de apenas US$ 10 por mes, evaden los controles de divisas y llegan a los bolsillos de los venezolanos a través de redes de pequeñas empresas y de familiares que tienen la suerte de poseer cuentas bancarias en el exterior. Ecoanalítica estima que alrededor de 2.1 millones de venezolanos enviaron dinero a su país el año pasado.

Asdrúbal Oliveros, el director de una compañía, dice que el acceso a dólares ha dividido Venezuela en tanto el país enfrenta una inflación que se estima ascenderá a 1 millón por ciento este año, así como escasez de todo, desde pollo hasta autopartes.

“Prácticamente hay dos sociedades que coexisten”, dijo Oliveros. En el caso de los que carecen de ayuda externa, “es muy probable que la hiperinflación los lleve a la pobreza o la miseria”.

En Petare, una caja de huevos cuesta 120 bolívares y un kilo de pollo, alrededor de 78 bolívares, aproximadamente US$ 1.20 y US$ 0.75 respectivamente. Los precios son una ganga para los pocos que tienen dólares, pero para la mayor parte de la población suponen un gasto muy alto.

“Es como magia”, dijo Gretty Tovar, de 44 años, al referirse a conseguir que su salario cubra los gastos. “Nunca alcanza. El dinero desaparece con la compra de un poco de queso”.

Las remesas son desde hace mucho tiempo un pilar en los países pobres. El estima que unos US$ 80,000 millones se enviaron a Sudamérica en 2017. Los economistas dicen, sin embargo, que es imposible calcular con exactitud cuándo llega a Venezuela. Pero a medida que la industria petrolera se derrumba –debido a la falta de inversión, el éxodo de las compañías extranjeras de las empresas conjuntas y una fuga de cerebros de ingenieros y ejecutivos-, las remesas son cada vez más importantes.

Venezuela se mueve en dirección a Haití”, dijo Manuel Orozco, director del Programa de Migración, Remesas y Desarrollo de Diálogo Interamericano, un centro de investigaciones con sede en Washington.