guerra comercial
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El presidente de Estados Unidos, , ha dicho durante mucho tiempo que el objetivo de su política comercial consiste simplemente en obtener mejores acuerdos para los estadounidenses.

Pero a medida que la se intensifica, parece cada vez más probable que sus políticas conduzcan a algo más: una ruptura duradera con China y una nueva alineación del poder global.

En primer lugar, considere la evidencia de la ruptura. El estancamiento actual en las negociaciones comerciales fue provocado por un cambio repentino en los términos por parte de los negociadores chinos.

Es probable que este cambio haya sorprendido a la administración con la guardia baja, pero la respuesta de Trump es notable: inmediatamente elevó los aranceles y luego anunció una prohibición de negociar con la firma china de telecomunicaciones y líder nacional

Estas medidas pusieron entre la espada y la pared al presidente chino, Xi Jinping, y convirtió la disputa comercial en una cuestión de orgullo nacional chino. Esto limita la posibilidad no solo de una resolución rápida, sino también de las probabilidades de que el pueblo chino acepte algún tipo de concesión a EE.UU.

El manejo de Trump de esta situación contrasta con su estrategia de negociación en otros temas. A pesar de que el presidente criticó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte durante su campaña, ha promocionado su reemplazo como un gran éxito, a pesar de que solo es cosméticamente distinto, y ha estado dispuesto a suspender sus aranceles en Canadá y México para facilitar su paso por el Congreso.

Del mismo modo, Trump ha estado más que dispuesto a pregonar sus exitosas negociaciones con el líder norcoreano, Kim Jong Un, aunque la evidencia de dicho éxito es escasa. Mientras tanto, la dura conversación del presidente contra Europa y Japón por sus prácticas comerciales, y contra los aliados de la OTAN por sus gastos de defensa, ha sido mayormente frustrante.

Sin embargo, cuando se trata de China, Trump redobla la apuesta. Ha alentado a las cadenas de suministro de EE.UU. a que se muden de China y ha establecido programas de subsidios para proteger a los agricultores de los efectos de una prolongada guerra comercial.

Lo que lleva a las implicaciones a largo plazo de esta batalla. Una prolongada guerra comercial casi garantizaría una realineación global.

Las cadenas de suministro que se ejecutan a través de EE.UU. y China estarían constantemente sujetas a interrupciones, por lo que los fabricantes mundiales tendrían que decidir si seguir una estrategia centrada en EE.UU. o en China.

Ese ya es el caso en la esfera digital, donde las restricciones chinas en internet dividen el mundo en dos partes: la que atiende a los gigantes tecnológicos de EE.UU., como Google y Facebook, y la que depende de firmas chinas como Baidu y WeChat. La amenaza de China de interrumpir el acceso de EE.UU. a minerales de tierras raras también apunta a una posible bifurcación en los mercados de productos básicos.

La tendencia es clara: a medida que crece el poder económico y geopolítico de China, los países que se encuentran dentro de la esfera de influencia del gigante asiático sentirán una creciente presión para integrar sus economías con las cadenas de suministro y las multinacionales chinas en lugar de las estadounidenses.

Al mismo tiempo, como señala mi colega de Bloomberg Opinion, Tyler Cowen, el ascenso de China es el principal motor del sentimiento populista en EE.UU. y Australia. Esto genera presión política en esos países para profundizar un aislamiento con China.

En EE.UU., Trump ha dejado claro que ve la guerra comercial con China como algo políticamente ventajoso para él, y probablemente tenga razón. Probablemente también sea cierto que este sentimiento antichino perdurará a su mandato.

Sume todos estos factores y la guerra comercial entre EE.UU. y China parece ser el comienzo de una profunda ruptura en el orden global. Como China y EE.UU. forman dos coaliciones económicas y geopolíticas opuestas, el resto del mundo se verá obligado a elegir.

Tal vez la Unión Europea pueda formar un tercer polo no alineado, ya que la membresía de Francia y Alemania en la UE (y la ausencia del Reino Unido) les proporciona el poder de negociación para evitar caer bajo la esfera de influencia china o estadounidense.

Por supuesto, en cierta manera, este tipo de alineación multipolar sería un retorno al pasado. El mundo de dos superpotencias que existió durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX fue siempre una excepción, y la era de la supremacía estadounidense que comenzó después del colapso de la Unión Soviética no iba a durar para siempre.

Hasta hace poco, sin embargo, parecía posible un nuevo tipo de arreglo bipolar: un tipo de asociación competitiva entre China y EE.UU., con la UE desempeñando un papel de apoyo. Los acontecimientos de las últimas semanas han hecho que parezca cada vez menos probable.

Por Karl W. Smith

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.