La guerra comercial se ha agravado en los últimos meses. (Foto: AFP)
La guerra comercial se ha agravado en los últimos meses. (Foto: AFP)

China acaba de asestar un golpe a la industria mundial de bienes de lujo. Podemos culpar a la guerra comercial por eso.

La represión al comercio daigou –en el que turistas, amigos y familiares compran productos de alto valor en el extranjero y los envían a China para evitar los elevados impuestos sobre las ventas y a la importación del país– ha hecho derrumbarse las acciones de las casas de lujo.

Después de que LVMH Moet Hennessy Louis Vuitton SE dijera a los inversionistas el miércoles que las autoridades estaban inspeccionando estas importaciones grises en los aeropuertos chinos, las acciones en una serie de compañías de gama alta cayeron 5% o más.

El anuncio cristalizó los crecientes temores en la industria al confirmar oficialmente algo que ha sido objeto de rumores en las redes sociales chinas durante la última semana más o menos. Como escribió mi colega Andrea Felsted, China representa ahora alrededor de un tercio de las ventas de lujo, y contribuyó con cerca de tres cuartas partes del crecimiento del gasto en el sector en los ocho años hasta el 2016.

La pregunta es, ¿por qué elegirían las autoridades este momento para contrariar a sus ciudadanos aspiracionales? La mejor explicación se relaciona con dos aspectos de las tensiones comerciales de China con Estados Unidos.

En primer lugar, está el hecho de que el comercio daigou es muy amplio. Los turistas chinos gastaron en el 2017 alrededor de US$ 762 por cabeza en compras estando en el extranjero, según Nielsen Holdings Plc.

Si bien esto es sólo una cuarta parte de sus gastos totales en vacaciones, cuando se extiende a 131 millones de viajes, representa alrededor de US$ 100,000 millones de bienes extranjeros que se introducen sin declarar.

En cualquier caso, eso posiblemente es una subestimación: gran parte del comercio daigou lo realizan personas que no son turistas, como estudiantes chinos en Melbourne que compran vitaminas y fórmula para bebés para enviar por correo a sus contactos en su país.

Incluso antes de los actuales enfrentamientos con Washington, el presidente Xi Jinping ya tenía como objetivo clave el aumento en la cantidad de mercancías que entraban en el país; una feria de importaciones está programada para el próximo mes en Shanghái.

Alentar a los consumidores chinos a comprar más en el extranjero tiene un doble objetivo: reducir aún más el superávit comercial del país de US$ 350,000 millones con el mundo y, al mismo tiempo, empujarlo hacia un reequilibrio desde un crecimiento impulsado por la industria a uno impulsado por el consumo.

Por supuesto, registrar bolsas e imponer fuertes impuestos sobre las ventas a las personas que intentan traer whisky Johnnie Walker, cosméticos Shiseido Co. y bolsos de Tapestry Inc. a través del aeropuerto de Shanghái no va a hacer que ese comercio desaparezca de la noche a la mañana.

Incluso después de reducir su abrumadora lista de 1,500 aranceles de importación en julio, China sigue aplicando un impuesto sobre las ventas del 17%, que es mucho más alto que en otras partes de Asia, así como impuestos especiales sobre el consumo para una serie de productos "pecaminosos" como el alcohol, el tabaco, los productos de gama alta y automóviles.

Aun así, cualquier cambio en esa factura de compra de US$ 100,000 millones de las importaciones del comercio daigou no registradas hacia transacciones oficiales en las tiendas de la China continental ayudará para reducir el superávit comercial. Si sólo se pudiera oficializar un tercio del total anual, el superávit se reduciría en 10%.

También hay un segundo beneficio. Al igual que Estados Unidos, China ha estado recortando los impuestos sobre la renta para agasajar a su población y prepararla para la batalla que se avecina. Eso hace que se enfrente a un trilema imposible, a medida que trata simultáneamente de aumentar el gasto y reducir su déficit en el contexto de una economía en desaceleración.

La reducción de los aranceles de importación empeora las cosas, al recortar otros 60,000 millones de yuanes (US$ 8,700 millones) del presupuesto, según Deloitte.

Si el gasto de lujo de China pudiera traerse al país y formalizarse, ese agujero negro podría llenarse mucho más fácilmente. Los impuestos sobre las ventas por sí solos sobre la mitad del comercio daigou serían suficientes para cubrir la reducción de los aranceles de importación; si se agregan los impuestos al consumo, que tienen una serie de tasas diferentes que llegan hasta el 56%, el gobierno estará muy por delante.

Tratar de ajustar los desequilibrios en las balanzas fiscales y comerciales de China mediante inspecciones severas a los turistas que regresan es una forma torpe de hacer política pública, y es más probable que fracase a que tenga éxito.

Mientras que los artículos de lujo son famosos por su precio inelástico –lo que significa que el aumento de su coste al traer el comercio al país no debería reducir la demanda en gran medida–, los consumidores chinos a menudo favorecen los productos traídos desde el extranjero debido a la percepción de la calidad y la falsificación. Esto significa que los equivalentes comprados localmente no son un sustituto perfecto para las importaciones.

Eso no sirve de consuelo para las boutiques de lujo de Tokio, Seúl, París, Milán y Hong Kong. Las métricas de comercio de China podrían mejorar gracias a la represión. Las tiendas se verán afectadas, al menos hasta que los consumidores estén seguros de que la costa está despejada.

(*) Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.