Vía crucis. Muchos cruzan toda Lima con tal de conseguir oxígeno a un precio razonable. (GEC/Rolly Reyna)
Vía crucis. Muchos cruzan toda Lima con tal de conseguir oxígeno a un precio razonable. (GEC/Rolly Reyna)

La mayor esperanza para los pacientes de coronavirus en Guinea está en un destartalado cobertizo amarillo en el recinto de su principal hospital: una planta de oxígeno que nunca se ha encendido.

La planta formaba parte de una renovación del hospital financiada por donantes internacionales en respuesta a la crisis del ébola en el África Occidental de hace unos pocos años.

Pero los técnicos extranjeros y los suministros necesarios para completar el trabajo no pueden entrar en el país debido a las cuarentenas del coronavirus, a pesar de que decenas de técnicos chinos llegaron en un vuelo arrendado el mes pasado para trabajar en las lucrativas minas del país.

A diferencia de muchos hospitales públicos de Guinea, las minas tienen un suministro continuado de oxígeno.

Conforme se expande el coronavirus, la creciente demanda de oxígeno está dejando al descubierto una sombría realidad global: incluso el derecho a respirar depende del dinero. En buena parte del mundo, el oxígeno es caro y difícil de conseguir, y es un marcador de la desigualdad tanto entre países como dentro del mismo territorio.

Se entrega en forma líquida con camiones cisternas y llega por conducciones hasta las camas de los pacientes de coronavirus. Quedarse sin reservas es casi impensable, para un recurso que literalmente se obtiene del aire.

En , cuando subieron las muertes por coronavirus, equipos de ingenieros tendieron 7 kilómetros (4 millas) de tuberías en menos de una semana para llevar suministro directo a 1,500 camas en un hospital de campaña. El oxígeno también abunda y produce beneficios en industrias como la minera, la aeroespacial, la electrónica y la construcción.

Pero en los países pobres, desde Perú a Bangladesh, escasea de forma letal.

En , el oxígeno es un costoso desafío para instalaciones financiadas por el gobierno como el hospital público de Donka en la capital, Conakry.

En lugar de la nueva planta que haría llegar el oxígeno a las camas a través de tuberías, una camioneta de segunda mano lleva las botellas por carreteras en mal estado desde una fábrica construida en la década de 1950. Fuera de la capital, los médicos dicen que no hay oxígeno en absoluto.

Tras la muerte de Alassane Ly, un ingeniero de telecomunicaciones y residente en Estados Unidos que repartía su tiempo entre los suburbios de Atlanta y su país de origen, el ministro de Salud del país, RémyLamah, afirmó que el fallecido había recibido una atención excelente en Donka.

Pero cuando el propio Lamah se infectó del virus este mes, hizo como otros miembros del gobierno y acudió a un hospital militar reservado a personas influyentes.

Para muchos pacientes graves de COVID, la hipoxia -un nivel muy bajo de oxígeno en sangre- es el principal peligro. Sólo una gran cantidad de oxígeno puro les da el tiempo suficiente para recuperarse. También se utiliza oxígeno para tratar problemas respiratorios como la neumonía, la principal causa de muerte de niños en todo el mundo.

Pero hasta el 2017, el oxígeno no estaba siquiera en la lista de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de medicamentos esenciales. En gran parte del África subsahariana, América Latina y Asia, eso implicaba que había poco dinero de donantes internacionales y poca presión sobre los gobiernos para invertir en conocimiento, acceso o infraestructura relacionada con el oxígeno.

A diferencia de las vacunas, el agua limpia, los anticonceptivos o la medicación para el VIH, no hay estudios globales sobre a cuánta gente le falta tratamiento con oxígeno, sólo estimaciones generales que sugieren que al menos la mitad de la población mundial no tiene acceso a ello.

Perú

En , que superó hace poco a Italia en el número de casos confirmados por COVID-19, el presidente ha ordenado a las plantas industriales que aumenten la producción de oxígeno para uso médico o lo compren en el extranjero. Asignó US$ 28 millones a tanques de oxígeno y nuevas plantas.

Algunos hospitales tienen plantas de oxígeno que no funcionan o no pueden producir suficiente, mientras que otros no tienen ninguna planta.

En la ciudad de Tarapoto, en el norte de Perú, parientes de pacientes de COVID-19 fallecidos por falta de oxígeno protestaron con una cacerolada ante un hospital con una planta fuera de servicio. El gobierno ha enviado por vía aérea tanques de oxígeno y se espera que instale una nueva planta.

Annie Flores ha perdido dos parientes por la falta de oxígeno para enfermos de coronavirus. La familia se embarcó en una búsqueda desesperada para comprar oxígeno después de que el hospital dijera que no tenía. Los precios estaban disparados, con tanques a seis veces el precio habitual.

La tía de su cuñada murió el domingo, 30 minutos después de que un proveedor de oxígeno rechazara rellenar un tanque que la familia había comprado en otro lugar.

En todos los lugares donde falta el oxígeno, los aparatos para medir el nivel de oxígeno en sangre son aún más escasos, lo que hace casi imposible que médicos y enfermeras sepan cuándo se ha estabilizado un paciente. Para cuando sus labios se vuelven azules, un indicador habitual, suele ser demasiado tarde para salvarle.

África

Algunos lugares han hecho progresos, en gran parte gracias a activistas locales que presionaron para conseguir más plantas de oxígeno y mejorar el acceso fuera de las grandes ciudades. Kenia, Uganda y Ruanda lo han convertido en prioridad, según el doctor Bernard Olayo, del Centro de Salud Pública y Desarrollo en África Oriental.

Guinea fue el origen de la epidemia de ébola iniciada en el 2014, que se extendió por África Occidental y mató a más de 11,000 personas en dos años. El doctor Amer Sattar, experto en salud pública que trabajó en Guinea en esa época y sigue en el país, dijo incluso después del ébola, el país no hizo lo necesario por tener una sanidad básica.

La crisis del coronavirus, señaló, es una oportunidad de que los donantes internacionales y gobiernos por igual inviertan en el largo plazo “para que estemos listos para la próxima pandemia”.

En el hospital de Donka, todo el mundo cuenta con que la planta de oxígeno empiece a funcionar, pero nadie sabe cuándo. No hay presupuesto para un vuelo arrendado para los técnicos, ni fecha para la reanudación de vuelos comerciales. Entre tanto, los enganches en la pared que algún día podrían llevar oxígeno hasta las camas siguen acumulando polvo.

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