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Por Mac Margolis
A fines de setiembre, cuando el nuevo coronavirus arrasó América Latina, el Gobierno del estado de São Paulo firmó un acuerdo de último minuto con el laboratorio biofarmacéutico chino Sinovac Biotech Ltd. La empresa china se asoció con el centro de investigación biomédica Instituto Butantan para desarrollar una vacuna contra el virus que hasta la semana pasada ya había cobrado la vida de 200,000 brasileños.
Providencialmente, ahora se espera que la vacuna Coronovac —que la semana pasada superó con éxito los ensayos clínicos pero cuya tasa de eficacia final sigue siendo un tema de debate— se convierta en parte del tratamiento local, en Brasil y más allá.
Esta diplomacia médica china local refleja la receta más amplia de Pekín para conquistar el mercado internacional. En lugar de basar su política exterior y alcance global únicamente en pactos bilaterales, Pekín ha alentado a las empresas, ciudades y provincias del continente a buscar clientes y socios subnacionales en América.
China comenzó a diversificar sus apuestas dentro de mercados fronterizos específicos a principios de la década de 2000, en parte para atraer nuevos clientes y en parte como cobertura política. Los autócratas disfuncionales de América Latina aceleraron sin querer la tendencia al invocar una orden central para acelerar los proyectos respaldados por Pekín, solo para ver que muchos fracasaron debido a sobrecostos, riesgos ambientales o disturbios laborales, según un reciente informe de Margaret Myers del Diálogo Interamericano.
Desde entonces, Pekín ha luchado por adaptar su cambiante estrategia de la Franja y la Ruta a las caprichosas lealtades políticas de América Latina y las relaciones a menudo tensas entre sus partidarios en conflicto y entre los Gobiernos centrales y los potentados subnacionales, concluyó Myers.
Sin embargo, especialmente en el mundo pospandémico, el esfuerzo de localización de China ofrece oportunidades para los líderes de la región hambrientos de capitales, ya sean presidenciales o provinciales.
Las autoridades nacionales y locales que buscan sacar provecho de la fuerza centrífuga de China deben mirar más allá de la emergencia actual y repensar su agenda, tanto en el ámbito local como en el extranjero. Brasil puede estar en la mejor posición para aprovechar la apertura. Gracias al apetito de la floreciente clase media urbana de China, la mayor economía de la región ha tenido superávits comerciales con China durante 17 de los últimos 20 años.
Sin embargo, la mayoría de las ganancias de Brasil en China son episódicas y dependen de los precios de las materias primas, los cambios en la demanda china o los caprichos de la intermitente guerra comercial entre Pekín y Washington.
El acuerdo actual ha traído ganancias a Brasil pero poca estabilidad comercial, y mucho menos paridad en la mesa de negociaciones. Es alentador que los tres beneficios estén al alcance, a pesar del desproporcionado equilibrio de poder y activos entre los dos países.
Para mejorar su juego con China, Brasil debe explorar nichos, aprovechar la tecnología y diversificar sus exportaciones. Durante al menos la última década, tres materias primas —soja, mineral de hierro y petróleo—han representado entre 75% y 80% de lo que China compra a Brasil, escribió la economista y diplomática brasileña Tatiana Rosito en un reciente estudio para el Consejo Empresarial Brasil-China (CEBC, por sus siglas en inglés).
Sin embargo, el éxodo del campo chino y la dinámica clase media del país son oportunidades para Brasil, cuya agroindustria impulsada por la tecnología aprendió a satisfacer a su propia hambrienta población urbana hace medio siglo.
“Los Gobiernos pueden resistir, pero la historia y la geografía conspiran a nuestro favor. Necesitamos pensar estratégicamente para lograr ganancias duraderas con China”, señaló Marcos Jank, académico en agronegocios globales de la escuela de negocios Insper de São Paulo.
Si bien la soja brasileña enfrenta una dura competencia de otros exportadores de granos, los agricultores del país pueden escalar en la cadena de valor procesando la soja para producir piensos y, de este modo, vender más carne. Los agricultores brasileños son 24% más eficientes que sus pares en China en la conversión de pienso en aves de corral y 38% mejores en convertirlos en carne de cerdo, según la Asociación Brasileña de Proteína Animal.
La tecnología también puede ayudar a Brasil a superar la trampa de la dotación. Sí, el mineral de hierro de una ley excepcionalmente alta brinda a las mineras brasileñas una ventaja natural sobre sus competidores.
Sin embargo, el artífice de los acuerdos de China, que está bajo presión para reducir su huella de carbono, podría estar importando el mineral en los buques Valemax de segunda generación del conglomerado minero brasileño Vale SA, las mayores embarcaciones de carga de mineral del mundo, que reducen las emisiones de gases de efecto invernadero hasta en 41% en comparación con naves estándar, destacó Rosito.
La destreza de Brasil en la prospección de petróleo de pozos marinos ultraprofundos ayuda a que China obtenga el crudo de grado medio y bajo contenido de azufre que codicia. Petrobras aprovechó un fallo local de Pekín del 2015 que permite a las refinerías privadas cerrar sus propios contratos de importación. Actualmente, las refinerías independientes compran un tercio del petróleo que la gigante brasileña vende a China, que absorbe dos de cada tres barriles que Petrobras exporta.
Brasil y sus vecinos podrían sacar un mayor provecho. Expertos y estudiosos con frecuencia lamentan que, aunque China tiene una estrategia para América Latina, América Latina todavía tiene poca idea de lo que quiere a cambio. México carece de una “agenda a corto, mediano y largo plazo” para negociar con China, concluyó un centro de estudios.
La falta de preparación de Argentina la deja crónicamente superada en la mesa de negociaciones. “Solía sentarme con delegaciones chinas con 40 traductores a su disposición”, señaló el abogado corporativo argentino Juan Uriburu Quintana, quien a menudo era el único que hablaba mandarín en el lado argentino.
Esto es aún más válido para Brasil, que a pesar de su relación cada vez más intensa con China, “no tiene un solo documento con una estrategia de política exterior clara para guiar este ejercicio de planificación estratégica con China”, concluyó Rosito del CEBC.
Los Gobiernos federal y estatales han escatimado en campañas de promoción de exportaciones en China y han enviado a pocos representantes de la industria y el comercio para romper el hielo en el continente. Y lo que es aún más sorprendentemente, la inversión de capital brasileño en China ha sido irrisoria: US$ 320 millones desde el 2006 hasta mediados de 2019.
En comparación, la inversión extranjera directa brasileña en Estados Unidos aumentó de alrededor de US$ 6,700 millones en el 2006 a US$ 22,000 millones en 2019, según datos del Banco Central de Brasil.
Una mayor presencia en China, tanto a través de inversión directa como de visitas de funcionarios gubernamentales, podría ayudar a Brasil a profundizar el comercio, abrir los mercados y combatir la información errónea sobre la seguridad de los productos (una importante preocupación durante la reciente crisis de la carne contaminada en China) que podría poner en riesgo las exportaciones.
Sin embargo, los desafíos locales de Brasil pueden ser el mayor obstáculo para una estrategia china más efectiva. El año pasado, reformas cruciales para agilizar la administración pública, simplificar el código tributario y reducir las decenas de partidos políticos se estancaron mientras Brasil luchaba contra la crisis del COVID.
Los nacionalistas y las élites rurales oportunistas han invocado la amenaza de China para arremeter contra una enmienda parlamentaria potencialmente transformadora que flexibiliza las restricciones a la propiedad extranjera de tierras, una medida que podría atraer capital externo, impulsar la productividad agrícola y aumentar los ingresos fiscales sin poner en peligro la soberanía. Este asunto inconcluso “genera incertidumbre entre los inversionistas y limita el crecimiento”, afirmó Jank de Insper.
Una medida mejor, argumentó, sería que Brasil negociara el acceso preferencial a los mercados locales estrechamente vigilados y altamente competitivos de China —para, por ejemplo, más carne, textiles de alta gama o comercio electrónico— a cambio de participaciones chinas en granjas, energía o infraestructura.
“China es nuestro mayor socio comercial y probablemente lo será en el futuro previsible”, sostiene Jank, “pero si no crea transparencia, previsibilidad y confianza mutua en la relación, estaremos sujetos a una economía de montaña rusa y volatilidad”.
Una montaña rusa es lo último que América Latina necesita para llegar a una recuperación postCOVID. La creciente cartera de acuerdos locales de China es prometedora, pero para que esas oportunidades prosperen es necesario que los funcionarios anfitriones vean más allá de la crisis actual, actúen estratégicamente y aprendan a hablar el idioma de Pekín, a veces literalmente.
“Los chinos piensan a largo plazo”, dice Quintana. “Nuestro largo plazo es la próxima semana”.