Venezuela
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Es casi seguro que Donald Trump no quiere invadir . A pesar de sus amenazantes declaraciones sobre mantener todas las opciones sobre la mesa, un presidente que ha anunciado en repetidas ocasiones su intención de terminar todas las "guerras interminables" de Estados Unidos (EE.UU.) probablemente no querrá iniciar otro complicado conflicto militar.

En cambio, la administración está siguiendo una estrategia que mezcla la diplomacia coercitiva con la política amenazadora, en un esfuerzo por romper el control de Nicolás Maduro sobre el poder. La estrategia representa un enfoque más bien razonable para abordar una crisis moral, diplomática y geopolítica cada vez mayor. Sin embargo, también conlleva riesgos que se están intensificando en sí mismos.

Años de mala gestión han llevado a la economía venezolana a una caída libre, con enormes flujos de refugiados, terrible sufrimiento humano y temores de una hambruna masiva. El régimen ilegítimo de Maduro se ha hecho cada vez más represivo y violento.

se ha convertido en el principal fuerte de la influencia china, rusa, iraní y cubana en Latinoamérica. No es sorprendente ni inapropiado que la administración Trump persiga la salida de Maduro y el regreso al orden democrático.

La idea de que Trump pueda usar la fuerza para lograr un cambio de régimen ha crecido a causa de la repetida negación de la administración de descartar las opciones militares, y también por un episodio en el que el Asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, "accidentalmente" reveló que la administración estaba considerando enviar 5,000 tropas al vecino Colombia.

Los rumores fueron intensificados por los mordaces comentarios en Twitter del Senador Marco Rubio: en una publicación parecía sugerir que Maduro seguiría el camino de Muammar Gaddafi si no renunciaba. Gaddafi, por supuesto, fue derrocado en una intervención liderada por EE.UU. antes de ser asesinado por sus enemigos.

Por todo esto, algunos comentaristas han advertido que Washington podría dirigirse a una aventura militar en Suramérica. En realidad, hay pocos indicios de que la administración realmente planee una intervención militar para derrocar a Maduro.

El Departamento de Defensa ha enfatizado correctamente el imperativo de enfocarse en la competencia de grandes potencias, y probablemente se opondría fuertemente a cualquier participación estadounidense en Venezuela. En cambio, las amenazas y los gestos deben verse como parte de una estrategia para agotar al régimen, y en últimas derrocarlo induciendo a los militares venezolanos a cambiar de bando.

La administración Trump entiende que los militares son el voto indeciso crucial en el sistema político venezolano. Si permanecen leales a Maduro, el régimen sobrevivirá. Si cambian de bando o se rehúsan a apoyar al gobierno, el régimen caerá casi con toda seguridad.

De acuerdo con lo anterior, la administración Trump ha estado trabajando con la oposición venezolana, liderada por el autodeclarado presidente interino , para cambiar la lealtad de las fuerzas armadas mediante el uso de incentivos y castigos.

Guaidó ha prometido a los oficiales militares venezolanos amnistía por los crímenes cometidos bajo los gobiernos de Maduro y Hugo Chávez, siempre y cuando deserten del régimen. A la vez, EE.UU. ha impuesto sanciones económicas dirigidas a los altos rangos militares, a fin de demostrar que quienes apoyen al dictador de Venezuela ponen en peligro sus propios medios de subsistencia.

A finales de enero, Trump impuso amplias sanciones a la industria petrolera venezolana para aniquilar los esfuerzos de Maduro por sobornar a los altos mandos. EE.UU. y docenas de otros países han generado presión adicional despojando al régimen de su legitimidad diplomática y reconociendo la autoridad de Guaidó.

Finalmente, el equipo de Trump ha amenazado con que podrían venir medidas más drásticas, y ha intentado poner a los militares venezolanos en situaciones en las que deben decidir entre disparar a los civiles o romper con el gobierno de Maduro. Los esfuerzos de entregar ayuda humanitaria a través de las fronteras –a los cuales las tropas venezolanas ocasionalmente han respondido abriendo fuego– encajan en este enfoque.

La administración Trump merece algo de crédito por armar esta estrategia. Para EE.UU. se estaba volviendo moralmente insostenible y estratégicamente problemático no hacer más para sacar a Maduro, dada la crisis humanitaria en decadencia y las oportunidades para el vandalismo geopolítico creadas por el régimen.

Indudablemente, Washington tiene razón en que cualquier estrategia para restaurar la democracia en Venezuela debe enfocarse en "voltear" a los militares. No menos importante es que la administración que a menudo ha tenido dificultades con la diplomacia multilateral ha coordinado una oposición internacional cada vez mayor al gobierno de Maduro, no solo en Latinoamérica, sino también en Europa.

Dicho esto, la estrategia también conlleva tres riesgos diferentes.

Primero, la administración Trump ha puesto una cara estadounidense a la crisis más allá de lo deseable. En efecto, es difícil lograr el equilibrio en este punto. El liderazgo estadounidense es importante para movilizar la condena regional e internacional al régimen; no identificarse con Guaidó levantaría acusaciones de falta de interés en el futuro del pueblo venezolano o su democracia.

No obstante, la administración pudo haber cometido un error al saltarse la fila para reconocer a Guaidó en enero. Aparentemente, el reconocimiento de EE.UU. debía seguir un movimiento similar de otros 13 países latinoamericanos para cederles el liderazgo del cambio diplomático.

En cambio, EE.UU. antecedió al movimiento latinoamericano, con lo que dio la impresión de que Washington estaba moviendo las cuerdas. Además, al dar tanta importancia a su oposición al "socialismo" venezolano, emitiendo amenazas militares implícitas al régimen, la administración se arriesga a convertir la crisis en un enfrentamiento entre Maduro y EE.UU., en vez de entre Maduro y el pueblo al que oprime.

Segundo, la estrategia de Trump podría empeorar las cosas, por lo menos en el corto plazo. Las sanciones al petróleo acelerarán el declive de la economía venezolana y generarán un mayor sufrimiento humano del cual el régimen culpará a EE.UU.

Además, dado que los altos mandos militares están vinculados a Maduro, la presión de EE.UU. podría causar deserciones en los niveles menores que generarían enfrentamientos entre facciones de los militares, con lo que crece el riesgo de guerra civil.

Finalmente, existen riesgos relacionados con la política amenazadora. Esta es la parte menos considerada de la estrategia de Trump. Probablemente afecta poco la campaña de presión, porque la amenaza de la intervención militar no parece particularmente creíble.

Aun así, crea la percepción de que EE.UU. es una superpotencia feliz de halar el gatillo, una percepción que los funcionarios venezolanos no tienen problema en aprovechar. También puede crear una trampa: si Maduro se rehúsa a renunciar, o los militares no rompen con él, la administración Trump se enfrentaría a la decisión de escalar la presión o reconocer que solo estaba amenazando.

La retórica de la política amenazadora es una de las tácticas favoritas del presidente, quien cree que le da ventaja en las disputas internacionales. Sin embargo, también pone el prestigio y la credibilidad de EE.UU. en juego, y puede salir mal si Maduro reta a Trump a mostrar sus cartas.

Por Hal Brands