Cuando irrumpió la pandemia, los chilenos apenas estaban asimilando que su país, el más estable de Latinoamérica, estuvo al borde del precipicio.
De un día para otro, las masivas protestas, los saqueos y la violencia policial dieron paso a una ristra de infectados y muertos por el COVID-19, con más de 330,000 contagios y cerca de 9,000 fallecidos hasta la fecha.
Los expertos alertan de que estos dos acontecimientos tan seguidos forman un tándem “muy peligroso”, que podría provocar una crisis de salud mental de dimensiones aún incalculables.
"Son muchos meses de desgaste, de malas noticias. No hay quien aguante esto", dice Ana Montes, una conserje de 58 años, que tiene desde hace un tiempo un "pinchacito" en el pecho que no le deja dormir.
Cree que es angustia, pero no sabe muy bien qué le hace sentirse así. En su casa todos tienen trabajo menos su yerno, a quien despidieron en febrero. Tampoco ninguno de los suyos se ha enfermado de COVID-19, pero se siente constantemente intranquila.
Dice que no necesita ayuda le alivia charlar con su hermana cuando vuelve de trabaja y se niega a tomar “esas pastillas que les recetan a algunas vecinas y que las dejan medio dormidas”.
Crisis de salud mental
Antes de la emergencia sanitaria y de la ola de protestas iniciada en octubre contra el Gobierno y las desigualdades económicas que dejó una treintena de muertos y miles de heridos, el 20% de la población chilena tenía “malestar emocional” y un 7% de ellos necesitaba ayuda especializada.
El Colegio de Psicólogos de Chile calcula que el porcentaje de personas que requerirá próximamente terapia profesional se va a elevar al 25% y que la crisis de salud mental durará al menos tres años.
"Vamos a tener depresiones, trastornos de ansiedad, shocks postraumáticos y, desgraciadamente, más suicidios", explica a Efe la vicepresidenta del gremio, Isabel Puga.
Es demasiado pronto para tener estadísticas oficiales porque la pandemia está lejos de haberse superado y la mitad de los chilenos siguen aún en cuarentena, pero sí han salido algunas cifras que arrojan algo de luz.
Según la Superintendencia de Seguridad Social, las licencias médicas por trastornos psíquicos crecieron 25% entre enero y mayo, comparado con el mismo periodo del 2019, mientras que un estudio de la aplicación farmacéutica YAPP reveló que la demanda de ansiolíticos aumentó un 186% durante el primer cuatrimestre del año.
“El estallido social fue muy devastador y activó temores antiguos y una suerte de división de la población en bandos. La incertidumbre y la angustia que generaron las protestas son muy parecidas a las que estamos viviendo con la pandemia. Son acontecimientos que se saben cuándo empiezan, pero no cuando acaban”, apunta Puga.
Presupuesto exiguo
Quien sí acudió al terapeuta fue Nicolás Henríquez, un joven de 28 años que perdió en octubre su trabajo en una peluquería cercana al epicentro de las manifestaciones. Con el finiquito, estaba decidido a emprender, pero comenzó la pandemia y se gastó sus pírricos ahorros ayudando a sus padres pensionistas.
Un día colapsó e incluso se le pasó por la cabeza “lanzarse al Mapocho”, el río de Santiago: “El Chile prometedor, al que todos venían para hacer plata, no existe. Somos igual de pobres que el resto de Latinoamérica”, se lamenta.
El Gobierno lanzó hace unas semanas el plan “Saludablemente”, que incluye charlas online y teléfonos donde pedir ayuda, aunque los expertos aseguran que lo que realmente hace falta es aumentar el presupuesto en salud mental, que apenas llega al 2% de todos los fondos dedicados a la sanidad, cuando en los países más desarrollados supera el 10%.
“La mayor parte de la gente volverá a su estado emocional habitual, incluso habrá algunos que se hayan fortalecido, pero hay otros que van a necesitar terapia. Estamos a tiempo de evitar un desastre”, alerta la psiquiatra y profesora de la Universidad de Chile, Vania Martínez.
La académica señala que los tres segmentos de la población más vulnerables son los sanitarios, “por su lucha en primera línea”; los adultos mayores, por su riesgo a contagiarse y su aislamiento tecnológico; y los adolescentes, “porque se confinan con sus padres en un momento donde necesitan cortar los cordones umbilicales”.
Chile, asegura por su parte Puga en un mensaje de aliento, “es un país con experiencia en catástrofes”: “Hemos tenido terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas... Está instalado dentro de nuestra idiosincrasia, lo pasamos muy mal, pero salimos adelante”, concluye.