Entre los empresarios hay una cierta esperanza: que los italianos, al tener más difícil veranear en el extranjero, vayan a las playas de su país. (Foto: EFE)
Entre los empresarios hay una cierta esperanza: que los italianos, al tener más difícil veranear en el extranjero, vayan a las playas de su país. (Foto: EFE)

Dos obreros se afanan en pintar de nuevo el letrero de “Battistini”, la playa privada más antigua de Ostia. Esta localidad del litoral romano se prepara para abrir a pesar de la ausencia total de visitantes, mientras sus habitantes miran con miedo e incertidumbre hacia una atípica temporada estival.

Con diez kilómetros de arenal, esta ciudad a apenas media hora de Roma es un lugar predilecto de vacaciones para italianos y extranjeros. Los hosteleros, que dependen del turismo, creen que las pérdidas de estos meses de cierre son "irrecuperables", como dice Lia, propietaria de un bar cercano a la playa.

Enfrente está Roberto, que muestra orgulloso el expositor de marisco de su local. Antes del , aquello era un festín de ostras, mientras que ahora solo tiene una pequeña fuente de crustáceos para sus escasos clientes.

"Tengo terror de decirlo, pero hemos perdido alrededor de un 70%", calcula. Por ello decidió hacer huelga, como muchos otros empresarios, el primer día que se permitía abrir, el pasado lunes 18: "El Estado nos ha dejado solos, no hemos recibido ninguna ayuda".

Fuera, en la playa, hay bastantes paseantes y pocos bañistas. Este día soleado de finales de mayo es el que han escogido muchos romanos para volver a ver el mar después de casi tres meses.

“Ver el mar es una bella sensación, da la idea de que algo está mejorando”, dice Valentina, que es de Ostia pero no había pisado el paseo marítimo hasta hoy. Su pareja, Simone, ha venido desde Roma y aprecia este “ensayo de normalidad”.

Preguntados por su empleo, ambos dicen al unísono que están “momentáneamente en el paro”. La devastadora destrucción de empleo que ha provocado la crisis del coronavirus ha permitido que muchas parejas jóvenes, como la de Valentina y Simone, estén un día entre semana paseando por la playa, muchas con sus hijos.

Lia es la única que trabaja en su familia. Su hija es camarera en un bar de Sorrento, una pequeña ciudad turística cerca de Nápoles. Allí, con pocos habitantes y mayor dependencia del turismo que Ostia, “la situación es desastrosa”.

Su otro hijo gestiona un apartamento turístico en el centro de Roma y no ha recibido ninguna reserva para el verano. "No espero que vuelvan a trabajar antes de la primavera del 2021", dice, resignada.

Italia ha acelerado su desescalada para revivir una desesperada , que supone el 13% de su PBI, según la Agencia Nacional de Turismo (ENIT). Por ello abrirá las fronteras entre las regiones y al extranjero el próximo 3 de junio.

Entre los empresarios hay una cierta esperanza: que los italianos, al tener más difícil veranear en el extranjero, vayan a las playas de su país.

"Nuestra esperanza es trabajar con los romanos, que no podrán ir a sitios lejanos este verano", asegura Giorgio, dueño de una histórica joyería cuya supervivencia pende de un hilo.

En “Battistini”, la primera playa privada que abrió en Ostia, en 1919, su propietaria califica este año como un “completo desastre”. Silvana, protegida con una mascarilla con la bandera italiana, cree que los turistas locales “no son suficientes”, ya que aquí contaban con españoles, alemanes o franceses, entre otros.

“Yo tengo 12 trabajadores, no sé si tendré que despedir a alguno. Ahora trabajan todos, pero si la gente no viene...”. Deja en el aire la cuestión, que es la misma que se plantean muchos trabajadores del sector. La apertura, que se esperaba para el 25 de abril, se atrasa en la región del Lacio, donde están Roma y Ostia, hasta el 29 de mayo.

Afuera, una excavadora va redistribuyendo la arena negra característica de esta playa. Está permitido el baño, pero no tomar el sol hasta el 1 de junio, por una normativa municipal. Aun así, hay algunas familias que desafían la prohibición y se sientan a disfrutar de un día casi veraniego.

La mayoría de los paseantes portan mascarilla a pesar del calor. Roberto, un jubilado que ha aprovechado el día para venir a ver el mar con su mujer, ve "difícil" que la gente la lleve en la playa y que se mantenga la distancia de seguridad con los niños.

"El mar parece muy limpio, lo echábamos mucho de menos. Estamos emocionados de volverlo a ver después de un momento tan delicado", dice Rosalba, también jubilada. Acto seguido, abronca a su marido por llevar la mascarilla bajada hasta la barbilla durante la entrevista.

El paseo por Ostia es un continuo contraste entre los paseantes y bañistas, contentos de volver al mar, y los empresarios y trabajadores de los locales turísticos, en tensa calma ante una vuelta a la normalidad muy alejada de la que conocían.