La OCDE advirtió que la disputa comercial puede afectar el comercio y los negocios en todo el mundo. (Foto: Reuters)
La OCDE advirtió que la disputa comercial puede afectar el comercio y los negocios en todo el mundo. (Foto: Reuters)

El océano Atlántico empieza a verse terriblemente ancho. Para los europeos, Estados Unidos se ve cada vez más lejano, bajo un presidente imprevisible que se deleita en tratarlos con prepotencia, cuestiona el futuro de la alianza transatlántica y a veces muestra más calidez hacia dictadores que hacia demócratas.

Los estadounidenses ven un continente envejecido que, aunque bueno para los turistas, se está descosiendo políticamente y está quedando retrasado económicamente, tan débil en su crecimiento como excesivo en su regulación. Para los atlantistas, incluyendo The Economist, tal fatalismo respecto de las divisiones entre Europa y Estados Unidos es preocupante. Además, es equivocado.

Es cierto, algunas diferencias son muy grandes. Estados Unidos ha abandonado el acuerdo climático de París y el pacto nuclear con Irán, mientras que Europa sigue sosteniendo ambos. Hay amenaza de otros desacuerdos. El presidente estadounidense, Donald Trump, ha dicho de la Unión Europea (UE) que es un "adversario" comercial y está evaluando imponer aranceles punitorios a los autos europeos.

La confianza se ha desplomado. Solo uno de cada diez alemanes confía en que Trump hará lo correcto en las relaciones internacionales, comparado con nueve de cada diez que confiaban en Barack Obama en el 2016. Hace veinte años la OTAN celebró su 50º aniversario con una cumbre de líderes que duró tres días.

El temor a otro enfrentamiento con Trump ha relegado los planes de una fiesta por el setenta aniversario de la alianza el 4 de abril, limitándose a un encuentro de ministros de relaciones exteriores de un día.

Las relaciones íntimas del pasado no bastan para mantener hoy sentimientos cálidos. Europa inevitablemente importa menos hoy a los ojos de Estados Unidos que en otros tiempos. La generación que estableció vínculos luchando lado a lado en la Segunda Guerra Mundial está desapareciendo e incluso la Guerra Fría se está volviendo un recuerdo distante.

Mientras tanto, Estados Unidos se vuelve menos europeo. Hace un siglo más del 80% de su población de origen extranjero venía de Europa; ahora la cifra es de solo el 10%. Las economías asiáticas en auge reclaman más la atención de Estados Unidos.

Pero, a través de sus muchas subidas y bajadas, la relación se ha demostrado resistente. El flujo comercial entre Estados Unidos y Europa sigue siendo el mayor del mundo, por más de US$ 3,000 millones al día.

Los valores democráticos compartidos, aunque vacilantes en algunos lugares, son un factor a favor de la libertad. Y, subyaciendo a todo, la alianza provee estabilidad frente a una variedad de amenazas, desde el terrorismo hasta una Rusia agresiva, que han dado a la alianza un nuevo destaque.

En el corazón de esta sociedad de seguridad está la OTAN. Al llegar a su 70º aniversario la alianza se destaca como un sobreviviente. En los últimos cinco siglos el promedio de vida de las alianzas defensivas colectivas ha sido de quince años. Mientras los líderes europeos se preguntan cuánto más podrán confiar en Estados Unidos, la relación en la práctica esta floreciente.

Esto es debido a la capacidad de cambio de la OTAN. Nadie imaginó que el compromiso de mutua defensa contenido en el artículo 5 sería invocado por primera y hasta ahora única vez en respuesta a un ataque terrorista en Estados Unidos, en setiembre del 2001, o que los estonios, lituanos y polacos se contarían entre los miembros de la OTAN que sufrieron bajas en Afganistán.

Desde el 2014 los aliados han respondido vigorosamente a la anexión de Ucrania por Rusia. Han incrementado el gasto en defensa, trasladado unidades de batalla a los Estados bálticos y Polonia, establecido metas ambiciosas de disponibilidad militar y conducido sus mayores ejercicios desde la Guerra Fría.

En Estados Unidos las encuestas sugieren que la opinión pública hacia la OTAN se ha vuelto en realidad más positiva desde que Trump llegó a la presidencia. También en el congreso el respaldo para la alianza es muy sólido, reflejado en votos de apoyo y la presencia en la conferencia de seguridad de Múnich el mes pasado de un número récord de legisladores estadunidenses.

Nancy Pelosi, líder demócrata de la cámara baja, ha extendido una invitación bipartidista al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, para que hable ante una sesión común de ambas cámaras del Congreso en la víspera del 70º aniversario.

El éxito de la OTAN ofrece lecciones para la relación transatlántica de conjunto. Para prosperar en el futuro, no solo debe sobrevivir a Trump, sino que debe cambiar tan audazmente como lo ha hecho en el pasado.
Primero, esto significa aprovechar sus puntos fuertes, no debilitarlos: eliminar barreras al comercio, por ejemplo, en vez de caer en guerras de aranceles. Trump tiene razón cuando exige a sus aliados que cumplan sus promesas de gasto en defensa.

Pero está equivocado al pensar en cobrarles el costo más el 50% por las bases estadounidenses, como dijo que esta rumiando. Tales cuestiones no deben tratarse como "un negocio inmobiliario de Nueva York", le dijo un exvicepresidente, Dick Cheney, al actual, Mike Pence, la semana pasada. Esas bases europeas ayudan a Estados Unidos a proyectar su poderío en todo el mundo.

En segundo lugar, el realismo debería reemplazar la nostalgia. Los europeos no deberían engañarse pensando que el siguiente presidente de Estados Unidos simplemente volverá atrás el reloj. En cambio, para ser útiles a Estados Unidos, los europeos tienen que volverse menos dependientes de ese país. Por ejemplo, en defensa solo han dado pasos muy pequeños para cubrir los baches en su capacidad y evitar duplicaciones que son un malgaste de recursos.

Sus esfuerzos debieran ir más allá de la UE, cuyos miembros después del Brexit solo aportarán el 20% del gasto en defensa de los países de la OTAN.

Una Europa más capaz ayudaría frente al tercer y mayor cambio: responder al ascenso de China. Estados Unidos concentrará cada vez más su atención en la superpotencia rival.

China ya está haciendo sentir su influencia sobre la alianza, desde el equilibrio nuclear hasta las implicancias de seguridad, digamos, de que Alemania compre equipos 5G a Huawei, o que Italia se involucre en los proyectos de infraestructura de la iniciativa Belt and Road -también llamada la nueva Ruta de la Seda-.

Sin embargo, los aliados apenas han comenzado a pensar seriamente en todo esto. Un nuevo trabajo de la Comisión Europea que considera a China un "rival sistémico" al menos es un comienzo.

Deliberación sin ataduras
Si los aliados se esforzaran por encontrar la manera de desarrollar sus intereses comunes frente a China, podrían comenzar a forjar una nueva asociación transatlántica, con una división del trabajo destinada a responder a la tracción del Pacífico.

Esto implicaría que los europeos asuman una mayor parte de la carga de la seguridad en su propio patio trasero a cambio de continuar teniendo la protección de Estados Unidos y coordinación frente al desafío económico y tecnológico de China. Hoy falta el liderazgo para hacer esto. Pero los europeos y los estadounidenses ya una vez forjaron la visión que trajo décadas de paz y prosperidad. Tienen que hacerlo de nuevo.