Estados Unidos
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Los críticos de la política exterior del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parecen pensar que su desprecio por el orden mundial liberal es algo ajeno a la política estadounidense moderna. No lo es. Y hasta que los críticos de Trump entiendan el atractivo popular y las profundas raíces de este desprecio, será difícil restaurar un sistema internacional que se está desintegrando.

La teoría es que desde 1945, los líderes políticos de EE.UU. apoyaron en cierto modo al país como el ancla de un orden global que promovía el libre comercio, disuadía la agresión militar y alentaba las sociedades abiertas. Entonces Trump ganó las elecciones de 2016 y todo cambió.

Como Robert Kagan muestra en su nuevo libro, "The Jungle Grows Back" (La Jungla Vuelve a Crecer), esto es solo en parte verdad. Entre 1945 y 2008, presidentes de EE.UU. de ambos partidos favorecieron una presencia militar global y el libre comercio. Este fue el orden mundial liderado por EE.UU. que concibieron George Kennan y Dean Acheson.

Pero siempre ha habido una cepa de política estadounidense que favorecía un apartamiento del mundo. En los primeros años de la Guerra Fría, algunos republicanos cuestionaron el sentido de la reconstrucción de las economías de Europa con el Plan Marshall.

Después de la guerra de Vietnam, la izquierda y la centro-derecha comenzaron a cuestionar el sentido de contener el comunismo. Nada menos que Richard Nixon, que enfrentó la Guerra Fría, pensaba que el mundo sería más seguro si Europa, EE.UU., China, Japón y la Unión Soviética fueran igualmente poderosos en un equilibrio relativo.

En el 2000, George W. Bush hizo campaña en contra de que EE.UU. se empantanara en la construcción nacional, una crítica indirecta a la visión de su padre de un "nuevo orden mundial" después del colapso de la Unión Soviética.

Sin embargo, no fue hasta Barack Obama que un presidente estadounidense comenzó a desafiar el acuerdo que EE.UU. había alcanzado con el mundo después 1945.

Como lo ve Kagan, Obama "se dispuso a reposicionar a EE.UU. en un papel más modesto apropiado para una nueva era de convergencia global". Esto significaba buscar un acercamiento con rivales de la Guerra Fría como Cuba, Irán y Rusia. Significaba retirar las tropas estadounidenses de Irak, aunque solo fuera temporalmente (algunas de ellas regresaron después de la masacre del Estado Islámico en 2014).

Kagan destaca que los republicanos en el Congreso permitieron los esfuerzos de Obama para rehacer la política exterior de EE.UU. y convertirla en algo menos excepcional. Lo atacaron por proporcionar apoyo aéreo a la misión de la OTAN para detener la masacre de Muammar Gadafi en Libia. Se opusieron a sus esfuerzos por sanciona el uso de armas químicas de Bashar al-Assad en Siria.

Tanto Obama como sus críticos republicanos estaban leyendo correctamente el estado de ánimo de sus electores. Kagan observa: "Y así a dos años de iniciada su presidencia, e incluso cuando el orden mundial liberal comenzaba a mostrar más signos de tensión y fisuras, Obama hizo lo que el pueblo estadounidense evidentemente quería, que era muy poco".

Por eso el libro de Kagan es tan importante ahora. En un lenguaje claro y contundente, aboga porque EE.UU. continúe su papel de garante de un orden mundial liberal. Sin una democracia liberal poderosa como el ancla de ese sistema, regresará el mundo que dio origen al fascismo europeo y japonés.

Otras grandes potencias buscarán dominar a sus vecinos más débiles. Aceptar el mundo tal como es, requiere aceptar un mundo en el que la guerra es más probable.

Kagan ilustra este punto pidiendo a los críticos del intervencionismo estadounidense que consideren el último cuarto de siglo. A pesar de los ataques terroristas, la guerra en Irak, las atrocidades en Siria y la crisis migratoria en Europa, los últimos 25 años "se han caracterizado por la paz de los grandes poderes, un aumento del PBI mundial y la democracia generalizada", escribe.

Esto se compara favorablemente a los primeros 45 años del siglo XX, en que se registraron las dos guerras mundiales, el auge del comunismo y el fascismo, el Holocausto y la hambruna ucraniana.

Esta relativa prosperidad, paz y libertad no sucedió por accidente. Ocurrió a causa del poder militar, económico y diplomático de EE.UU. Un orden mundial liberal liderado por EE.UU., nos recuerda Kagan, no es el orden natural de las cosas. No es normal, para hacer eco del estribillo de la resistencia de Trump.

Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, los fuertes han dominado a los débiles y los autoritarios han prosperado. El descenso hacia la oscuridad no es inevitable, pero tampoco lo es la expansión del liberalismo. Corresponde a los estadounidenses en este momento de la historia convencer a sus conciudadanos de que un retiro del liderazgo global nos pone en peligro a todos.

Por Eli Lake

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.