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Cuando el acuerdo comercial entre Estados Unidos y Perú entró en vigencia en el 2009, los partidarios lo calificaron como un brillante ejemplo de buen sentido ambiental. Fue la primera vez que el texto principal de cualquier acuerdo comercial incluía protecciones detalladas para el medio ambiente y la mano de obra. Eso fue importante y lo sigue siendo, tanto como modelo para otros acuerdos comerciales y porque el medio ambiente que aparentemente está siendo protegido incluye una gran parte de la selva tropical del Amazonas.

Como parte del Anexo del Sector Forestal del acuerdo, Estados Unidos proporcionó US$ 90 millones en asistencia técnica para reforzar la ejecución por parte del servicio forestal del Perú y crear un sistema electrónico destinado a rastrear cada tronco desde el tocón hasta la exportación. (Parece que ese sistema no funciona hasta ahora, debido a problemas de software, según rumores).

Perú a su vez acordó, entre otras cosas, garantizar la independencia de su agencia de vigilancia forestal, llamada Osinfor, que envía a sus agentes al campo para verificar que los madereros realmente hayan cosechado los árboles reportados en sus documentos de exportación. (Ese sistema funciona demasiado bien, demostrando en repetidas ocasiones que las empresas madereras mienten). En el proceso, el entonces senador Max Baucus aseguró a los escépticos que la aplicación de la disposición adicional del tratado "tendría mucha fuerza".

Lamentablemente, el Acuerdo de Promoción Comercial de EE.UU. y Perú se está ‘arrastrando’ hacia su décimo aniversario el 1 de febrero en medio del caos, provocado en este momento por el último intento del Gobierno peruano de trabar, paralizar o deshacerse de este insoportable Osinfor.

Desde el principio, el acuerdo con Perú ha servido de excusa para la tala ilegal, casi ridículamente incontrolada. La Agencia de Investigación Ambiental, un grupo sin fines de lucro, presentó pruebas detalladas en el 2012 de que la industria maderera del Perú era una "máquina de lavado", que producía en masa documentación "legal" para madera robada.

Robada, quiere decir, de parques nacionales, áreas protegidas y tierras de comunidades indígenas, cuyos líderes se arriesgaban a ser asesinados si se oponían. Para nada ridícula, después de todo, especialmente porque gran parte de la madera robada ha estado abriéndose camino rutinariamente desde el puerto de Iquitos en el Amazonas hasta las tiendas de bricolaje y astilleros estadounidenses.

La Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos, que tradicionalmente se ha centrado en promover el comercio, ha sido inoperante al responder. Esperó hasta el 2016 para pedirle al Gobierno peruano que verificara la legalidad de un envío de madera, y aun así lo hizo solo después de que el Departamento de Seguridad Nacional, actuando en base a la información de Osinfor, ya había incautado la madera en Houston.

Fue la primera vez que la USTR emitía una solicitud de verificación en cualquier acuerdo comercial. Cuando los inspectores de Osinfor demostraron posteriormente que el 93% de la madera incautada era ilegal, la USTR respondió suspendiendo a un solo exportador peruano de madera del mercado de Estados Unidos por hasta tres años. La respuesta de Perú fue despedir al jefe de Osinfor, quien huyó del país después de amenazas de muerte y una bomba incendiaria en una de las oficinas regionales de Osinfor.

El Gobierno peruano, que tiene una calificación de 37 de 100 en la escala de Transparencia Internacional sobre corrupción percibida (siendo 100 "muy limpio"), ha estado maniobrando desde entonces para poner a Osinfor bajo su control. A mediados de diciembre, cuando muchas personas estaban distraídas por las actividades previas a la Navidad, el Consejo de Ministros del Gobierno decidió con poca antelación y sin consultar a las agencias afectadas enterrar a Osinfor en el Ministerio del Ambiente.

El representante Richard Neal, demócrata de Massachusetts, como presidente entrante del Ways and Means Committee de la Cámara de Representantes, envió una carta a la USTR, protestando airadamente por esta "decisión descarada de mala fe" como "un ataque flagrante al corazón del anexo forestal". La sorpresa llegó cuando el representante comercial, Robert Lighthizer, designado por una administración Trump que, por lo demás, despreciaba abiertamente las preocupaciones medioambientales, respondió dos días después, "en completo concordancia con usted y sus colegas de que este suceso es inaceptable".

Una posible explicación es que la USTR finalmente se ha cansado después de diez años de haber sido blanco de mentiras y burlas por parte del Perú. También es posible que Lighthizer puede simplemente estar haciendo una demostración de fuerza sobre los compromisos ambientales pasados para ayudar a facilitar el tratado Nafta revisado, el Acuerdo entre Estados Unidos, México y Canadá, a través de las próximas audiencias en el Congreso. (Afortunadamente para EE.UU., las disposiciones ambientales de los impronunciables USMCA son en gran medida demasiado débiles para requerir mucha aplicación).

Por ahora, Lighthizer ha "solicitado consultas con Perú en virtud del Capítulo de Medio Ambiente" del acuerdo comercial, otra novedosa medida para la USTR, con la posibilidad de aplicar sanciones más adelante. En Lima, los ministros del gobierno están adoptando una actitud de "esto también pasará".

No debería pasar. Tolerar las importaciones de madera robada cuesta el trabajo de miles de estadounidenses en la industria de la madera legal. Da una mano ávida a la deforestación en momentos que un bosque amazónico intacto se ve cada vez más como un factor crítico en la lucha contra el cambio climático.

Implica a todos los que compran o venden madera, o que viven en una casa de madera, en un patrón global de corrupción, asesinato y devastación. Y convierte todos los acuerdos comerciales en pequeñas invitaciones al crimen.Si, de hecho, la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos ha superado sus dificultades iniciales, eso es una buena noticia. Ahora, cuando los socios comerciales demuestran ser falsos, debería aprender a castigar.

Por Richard Conniff*

El dato*

Richard Conniff es un renombrado periodista, ganador del National Magazine Award por sus artículos en Smithsonian y del Wildscreen Prize, otorgado por la BBC, por la mejor historia del mundo natural. Colabora, además, con Atlantic Monthly, The New York Times Magazine y National Geografic.