A juzgar por los comentarios que surgieron a fines de la semana pasada en los mercados, ahora aparece un factor adicional en el cálculo de algunos observadores de la Fed mientras esperan la reunión de dos días del Comité Federal de Mercado Abierto esta semana: ¿cómo responderán los responsables políticos a los tuits del presidente en que sugiere que el banco central se abstenga de aumentar las tasas de interés y corra el riesgo de "eliminar nuestra gran ventaja competitiva".

Las opiniones varían mucho, y por razones comprensibles. Algunos creen que los encargados de formular las políticas de la Reserva Federal se esforzarán por ignorar la presión, mientras que otros creen que no tendrán más remedio que ser influenciados por los comentarios del presidente.

Dentro de este último grupo, incluso hay desacuerdo sobre cómo se manifestará esta influencia. Esto conlleva un mayor riesgo de un error de política en un momento complicado para los bancos centrales de todo el mundo.

Al comprender esto, es probable que la Fed decida sobre las políticas y actúe –tanto interna como externamente– como si Trump nunca hubiera hecho los comentarios. Sin embargo, puede que la Fed tenga dificultades para evitar que se malinterprete lo que termine haciendo y por qué.

El problema de los desafíos políticos para los bancos centrales es antiguo. La historia está llena de casos tanto abiertos como tras bambalinas de demandas motivadas políticamente sobre estas instituciones para que adopten políticas más estimulativas. Una breve encuesta sobre ellas señala tres cosas básicas que los operadores e inversionistas desearían tener en cuenta mientras piensan cómo responderá –y debería responder– la Fed esta semana.

Nº 1. La influencia de la política en los bancos centrales no es un problema nuevo.

La Fed ha tenido una relación variable con los líderes políticos de Estados Unidos. Hasta el día de hoy, Arthur Burns, presidente de la Fed entre 1970 y 1978, es recordado por sucumbir a la presión del presidente Richard Nixon para relajar la política monetaria en el período previo a las elecciones de 1972.

Esta presión fue impuesta directamente en reuniones cara a cara (como cuando Nixon le pidió a Burns que "pensara en acelerar la economía... al final del verano y el otoño de este año y el próximo año") e indirectamente a través de filtraciones a la prensa y amenazas de aumentar estructuralmente el control de la institución por parte de la Casa Blanca.

Eso siguió a intentos anteriores (y fallidos) del presidente Lyndon Johnson para persuadir al presidente de la Fed Willian McChesney Martin a flexibilizar la política monetaria, incluida una reunión en la que se dice que Johnson reclamó que "mis chicos están muriendo en Vietnam y tú no imprimes el dinero que necesito".

El presidente George H.W. Bush, en medio de un muy disputado intento por ser reelegido en 1992, también intentó no muy sutilmente de influenciar a la Fed, diciendo "me gustaría ver otra reducción de tasas de interés... puedo entender que la gente se preocupe por la inflación. Pero no creo que ese sea el gran problema ahora".

La Fed no es el único banco central que lidia con problemas políticos en estos días. Los políticos no se han intimidado al expresar fuertes opiniones sobre las políticas del Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra.

Por supuesto, los casos más escandalosos de persistente influencia política en los bancos centrales están en los mercados emergentes, y el resultado generalmente ha incluido una combinación de inflación y agitación financiera externa e interna y una desestabilizadora corrida de las reservas.

En los últimos meses ha ocurrido de manera más evidente en mercados de países como Argentina y Turquía donde las preocupaciones sobre la interferencia política han causado considerable inestabilidad en los tipos de cambio y los diferenciales de riesgo.

Y luego está Venezuela donde la fuerte injerencia del gobierno en las operaciones del banco central ha contribuido a impulsar una tasa de inflación que se dirige a 1 millón por ciento, de acuerdo con la última evaluación del Fondo Monetario Internacional.

Nº 2. La presión política tiende a poner a los bancos centrales en una posición en que todos pierden.

Ningún banquero central quiere despertarse ante la noticia de un aumento de la presión política.

La resistencia amenazaría con contrariar a los políticos y exponer al banco central a un daño estructural más grande y duradero. Pero aceptar las demandas políticas que no tienen justificación económica llevaría a los bancos centrales a derogar sus objetivos de política. Y lo que sea que terminen haciendo, la comunicación siempre es muy complicada y deja expuesta a la institución a un importante daño a su reputación y otros riesgos.

Nº 3. Por eso los bancos centrales valoran tanto su autonomía, al igual que los economistas.

Debido a todo esto, muchos bancos centrales han buscado y garantizado diversos grados de autonomía. En muchos casos, esto implica la libertad de decidir las herramientas que usarán para cumplir objetivos que, aunque han sido especificados por los políticos, no son fáciles de cambiar. (Esto es lo que los economistas llaman independencia instrumental pero no independencia de objetivos). Para asegurarse de que la estructura haga el trabajo pesado, la autonomía del banco central a menudo se establece mediante una legislación.

La conveniencia de la autonomía del banco central es una de las pocas cosas en que la gran mayoría de los economistas coincide sin problemas. Se considera que jugó un papel clave en romper espirales inflacionarias, como en la década de 1970, en que afectó a muchas economías avanzadas y emergentes.

Y, cuando hace menos de 10 años la economía global enfrentaba el peligro real y presente de caer en una devastadora depresión de varios años, la autonomía aseguró que los bancos centrales tuvieran la libertad de desplegar políticas no convencionales. Eso es algo que todos deberíamos agradecer.

En este contexto, esperemos que la Fed responda –muy cuidadosamente– de la siguiente manera a los tuits de Trump:

En el período previo y posterior a las reuniones del FOMC de esta semana, los funcionarios harán todo lo posible para evitar cualquier comentario público sobre el tema.

Trabajarán duro para dejar de lado los comentarios durante sus deliberaciones políticas, que continuarán siendo impulsadas por consideraciones puramente económicas, financieras y de mercado.

Las decisiones de política que iteran, incluyendo qué decir sobre el momento y el número de alzas para el resto de este año, es poco probable que reflejen de manera sustantiva las visiones que ha expresado el presidente Trump sobre la política monetaria.

Esto, sin embargo, no hará que la tarea de comunicación pública de la Reserva Federal sea más fácil. De hecho, independientemente de lo que la Fed decida hacer, más de alguien dirá que fue influenciada por el presidente en una de dos formas: sucumbir a sus presiones si el miércoles decide no indicar una alta probabilidad de un alza de tasas en septiembre; y, si de hecho envía esa señal, ser acusado por algunos de haber adoptado una postura demasiado dura para demostrar que valora su independencia.

Hay buenas razones por las cuales muchos han advertido a los políticos de no comentar sobre los bancos centrales. Es probable que esta semana veamos manifestarse otra vez algunos de los argumentos subyacentes a pesar de que la Fed terminará comportándose exactamente como si Trump no hubiera comentado sobre sus políticas.

Por Mohamed A. El-Erian

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.