Cuatro años después de llegar a la Casa Blanca con su estruendosa y ambiciosa cruzada en favor del proteccionismo comercial, Donald Trump busca la reelección con resultados dispares: logró imponer la renegociación del acuerdo con México y Canadá (USMCA, en inglés) pero el pulso con China y la Unión Europea (UE) ha dado más dolores de cabeza que réditos.
Su agresiva retórica de nacionalismo económico no ha perdido ímpetu, pero su presidencia ha demostrado también los límites del poder al frente de la primera economía mundial.
“Estamos ganando de nuevo”, ha sido uno de las frases más repetidas de Trump en sus cuatro años en la Casa Blanca.
No obstante, los expertos discrepan acerca de sus victorias y las ponen en perspectiva.
“En general, el presidente no ha ganado mucho en materia comercial. Si miras los déficit en Estados Unidos, las relaciones con socios, el estatus de la Organización Mundial de Comercio. Todas estas cosas están peor que hace cuatro años”, explicó Josh Lipsky, director del centro de GeoEconomía del Atlantic Council.
Lipsky subrayó que “ha habido algunos logros, como el USMCA, pero ha sido solo una mejora marginal respecto a Nafta. Y el gran reto, el acuerdo con China, bajo todos los indicadores ha fracasado”.
Aranceles, aranceles, aranceles
Esgrimió batallas comerciales con tradicionales socios de hacía décadas que dejaron asombrados a los legisladores republicanos, históricos defensores del libre comercio; mientras se acercaba a posiciones defendidas por el ala más izquierdista de los demócrata.
Avivaba así una de las principales puntas de lanza de su lema “Volver a hacer a Estados Unidos grande de nuevo”.
Disparó contra todas las dianas posibles: las importaciones de aluminio de Canadá, los vinos de Francia, la carne de Argentina, las aceitunas de España, los coches de México y, obviamente, a China, su gran adversario.
“Los aranceles son buenos”, señala Trump como un mantra, al asegurar que sirven para engordar las arcas del Tesoro estadounidense sin mencionar que en muchos casos han sido la excusa de los importadores para reubicar sus intercambios comerciales hacia economías más favorables.
Para Lipsky, “lo que Estados Unidos hizo fue extender su uso lógico, algo que no se había hecho antes al apuntar cuestiones de seguridad nacional. El problema es que hizo que otros países dijeran, un momento, también tenemos que hacerlo. En cierto modo, abrió una caja de pandora. Y lo cierto es que el presidente Trump ha cambiado la manera de ver los aranceles, y si el vicepresidente Biden gana en noviembre no vamos a ver una vuelta al pasado”.
Victoria en el TLCAN con México Y Canadá
Uno de los casos donde Trump logró salirse con la suya fue en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en vigor desde 1994 con Canadá y México.
“Sin los aranceles no estaríamos hoy aquí”, aseveró el mandatario al dar a conocer el nuevo pacto, exultante, en la Casa Blanca.
Tras meses de arduas negociaciones, Washington hizo valer el peso de su economía y ser el mayor mercado, para conseguir un nuevo acuerdo del que Estados Unidos fue el país más beneficiado.
La dureza y descontento quedó patente con la ausencia en la ceremonia del primer ministro Justin Trudeau, y la polémica presencia del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador.
Dispares resultados con Europa y China
Pese a la retórica insistente, sin embargo, los resultados han sido menos luminosos de lo esperado con la Unión Europea (UE) y China.
Trump ha expresado su frustración acerca de la dificultad de negociar con los socios europeos, en lugar de hacerlo de manera bilateral.
Tanto el bloque europeo como China respondieron a Washington con aranceles recíprocos, en muchos casos dirigidos expresamente a estados agrícolas donde se encuentra la base de su electorado, como el Medio Oeste.
Con China avanzó el “mejor acuerdo comercial de la historia”, pero luego tuvo que contentarse con una tregua dada la presión del gigante asiático que recondujo las compras de soja y cerdo hacia otros suministradores, como Brasil, dejando casi en caída libre a los agricultores estadounidenses.
De hecho, hace unos días, el Representante de Comercio Exterior, Robert Lighthizer, actualizaba su acuerdo con Brasil a la vez que apuntaba a Pekín.
“China ha realizado un movimiento muy significativo en Brasil. Es algo sobre lo que estamos preocupados, y sobre lo que el Congreso de Estados Unidos está preocupado”, reconocía Lighthizer, habitualmente receloso de hacer comentarios a la prensa.
Al rescate de los agricultores
En un asombroso giro para un presidente que se jacta de reducir el peso del gobierno federal, se ha visto forzado a lanzar tres multimillonarios programas de asistencia financiera al campo de más de US$ 40,000 millones.
El último, curiosamente, apenas unas semanas antes de que se celebren las elecciones presidenciales, en las que Trump se enfrenta a su rival demócrata, Joe Biden.
“El presidente Trump está demostrando una vez más su compromiso para asegurar que los granjeros y rancheros de Estados Unidos se mantienen en pie para producir la comida, el combustible y la fibra que Estados Unidos necesita para prosperar”, aseveró Sonny Purdue, secretario de Agricultura.
La situación, agravada por la pandemia, ha provocado que en el aporte federal supondrá casi el 40% de los ingresos totales, y que sin ellos, los ingresos de los granjeros y agricultores habrían retrocedido por primera vez en casi 15 años, según datos del Agricultural Policy Research Institute.