Agentes de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) durante uno de sus operativos. (Foto:EFE).
Agentes de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) durante uno de sus operativos. (Foto:EFE).

Los políticos a menudo dicen que prefieren a los inmigrantes altamente calificados antes que a los poco calificados. Pero los datos muestran que atraer a personas con títulos extranjeros no es necesariamente la política más eficiente.

En su discurso sobre el Estado de la Unión pronunciado en enero, el presidente Donald Trump dijo que era "hora de comenzar a avanzar hacia un sistema de inmigración basado en el mérito. Uno que admita a personas que sean calificadas. Que quieran trabajar. Que contribuirán a nuestra sociedad".

En el Reino Unido, donde la insatisfacción popular con las políticas migratorias contribuyó a desencadenar el brexit, el foco está en llevar más inmigrantes calificados. Y en muchos países de Europa continental, los partidos antiinmigración habitualmente hacen una diferencia entre inmigración “basada en el mérito” o “especializada” y personas en busca de asilo, a menudo descritas como “inmigrantes económicos ilegales” incapaces de contribuir a la sociedad.

Un nuevo informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sobre las calificaciones de los inmigrantes ofrece datos a menudo sorprendentes de países desarrollados que ponen a prueba esa retórica. La OCDE obtuvo las cifras no solo analizando información sobre calificaciones formales de los inmigrantes, sino también mediante el uso de una prueba para determinar habilidades reales de alfabetización, aritmética y resolución de problemas (intenté responder las preguntas del examen en diferentes idiomas; no son intimidantes para una persona con educación universitaria, pero hay una clara desventaja para hablantes no nativos).

Los inmigrantes, según los datos de la OCDE, son en general menos educados que los nacidos en el país receptor. En Alemania, el 30 por ciento de los inmigrantes y el 15 por ciento de los nativos no han completado la educación secundaria; en Francia, la proporción es de un 45 por ciento contra un 25 por ciento. Pero en países con sistemas “basados en el mérito”, tales como Australia, Nueva Zelanda y Canadá, el panorama se invierte: en Canadá, por ejemplo, el 58 por ciento de los inmigrantes y solo el 42 por ciento de los nativos son altamente educados. No es de sorprender que esas políticas también signifiquen que una mayor proporción de personas nativas que de inmigrantes trabajen en empleos poco calificados.

Los países con políticas de inmigración selectiva también registran las menores brechas en las puntuaciones de alfabetización y aritmética entre inmigrantes y nativos. En Suecia, por ejemplo, la diferencia es mayor porque hay una gran cantidad de inmigrantes humanitarios. Las brechas se explican en gran medida por la barrera idiomática. Cuanto más tarde una persona llegue a un país donde él o ella necesita aprender, o comenzar a usar, un nuevo idioma, mayor es la brecha de habilidades. La "distancia lingüística" también es importante; es mucho más fácil para un holandés alcanzar a los nativos de un país de habla inglesa, o para un croata a los eslovenos, que para un sirio que habla árabe cerrar la brecha de habilidades con los suecos.

Esto no significa, sin embargo, que los países con sistemas de inmigración basados en el mérito, que son relativamente reacios a abrir sus puertas a las personas que simplemente necesitan ayuda, se están beneficiando más de sus políticas de inmigración que los países en el otro extremo del espectro. Las brechas de habilidades entre nativos e inmigrantes todavía existen en todos los niveles educativos, y son mucho más importantes para la competitividad de un trabajador en empleos altamente calificados que en los de baja especialización.

Eso probablemente explica por qué un conjunto diferente de datos de la OCDE –Perspectiva de las migraciones internacionales 2018 -- muestra que en todos los países desarrollados excepto Suiza, los inmigrantes con educación universitaria realizan ocupaciones poco calificadas con más frecuencia que los nativos. Según la OCDE, un tercio de los inmigrantes con educación universitaria están sobrecalificados para sus trabajos, una tasa 12 puntos porcentuales más altas que para los nativos.

En Canadá, según las estadísticas oficiales, la tasa de desempleo entre los inmigrantes con títulos universitarios fue del 6,1 por ciento el año pasado, comparado con un 2,9 por ciento para los naturales canadienses con el mismo nivel educacional. Al mismo tiempo, los inmigrantes que son graduados de la escuela secundaria tienen las mismas probabilidades de estar desempleados que los nativos canadienses con títulos similares.

El problema del "desperdicio de cerebros" –médicos y arquitectos que conducen taxis o que reciben subsidios por desempleo– no es, discutiblemente, malo para un país. Datos de la OCDE sobre Canadá, sin embargo, muestran que los inmigrantes educados en el país de acogida tienen resultados en el mercado laboral mucho mejores que los educados en el extranjero. Esa es una clara evidencia de que importar profesionales “listos para usar” a través de algún tipo de sistema basado en puntos no es óptimo, y para un país es mejor traer jóvenes brillantes y educarlos localmente.

Además, los sistemas de inmigración basados en méritos realmente no ayudan a resolver el problema de los inmigrantes de Medio Oriente y del norte de África, que, en cada país de destino, tienden a estar desempleados más a menudo que los inmigrantes de otras regiones. Las diferencias culturales, la distancia lingüística y los sesgos arraigados tienden a mantener a muchos de ellos al margen de la sociedad tanto en Canadá con su inmigración basada en puntos, como en Europa, donde las políticas de inmigración tienen una inclinación más humanitaria.

Las políticas de inmigración inteligentes no deben basarse en el "mérito", descrito como alguna medida de logro educativo o calificación profesional. Deben estar vinculadas al potencial de integración de un país, su capacidad para cerrar las brechas de habilidades creadas por las barreras lingüísticas y culturales, y su fortaleza en la formación de trabajadores competitivos en todos los niveles de logro. A veces tiene sentido para un país desarrollar pericia en la formación en áreas que no requieren títulos universitarios, como el cuidado de ancianos o el turismo, y atraer a inmigrantes capaces de formarse y dispuestos a hacerlo.

Otras veces, cuando se requieren personas más educadas, el país receptor debería prestar más atención a probar las habilidades de los niños que solicitan ingreso que a verificar los antecedentes de sus padres.

Desafortunadamente, la retórica política, tanto de la variedad de izquierda como de extrema derecha, está nublando la visión de los creadores de políticas cuando se trata de diseñar estas políticas y de construir el potencial de integración de los países. A medida que aumenta la inmigración internacional, las consignas crean una bomba de tiempo.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

Nota Original: Why Merit-Based Immigration Isn’t the Answer: Leonid Bershidsky