Universida de Stanford. (Foto: Bloomberg)
Universida de Stanford. (Foto: Bloomberg)

Las posibilidades de que un se convierta en una compañía multimillonaria son casi nulas. Pero si de alguna manera nace un unicornio, las probabilidades son de más que de 1 a 10 de que el fundador o cofundador haya asistido a una universidad: Stanford.

Es una estadística notable, incluso teniendo en cuenta que su población estudiantil está invadida por personas decididas: lo suficientemente ambiciosas para postularse y lo suficientemente inteligentes para ingresar.

Más fundadores de unicornios han asistido a Stanford que a cualquier otra universidad de EE.UU., según datos compilados por Bloomberg y basados en las listas de CB Insights de principales capitalistas de riesgo y empresas unicornio. Y si bien Harvard ha generado más exalumnos con una fortuna propia de al menos US$ 500 millones, los de Stanford son, en promedio, 11 años más jóvenes.

¿Cómo lo hicieron? Una respuesta obvia es la ubicación. En lugar de crear una burbuja académica dentro del corazón de la meca tecnológica del mundo, Stanford ha adoptado su proximidad a Silicon Valley para brindar a los estudiantes una poderosa ventaja.

Stanford y Silicon Valley son "inextricables", asegura la alumna Heidi Roizen, una capitalista de riesgo y colíder de la Asociación de Líderes Empresariales DFJ de Stanford, donde hace parte del equipo de enseñanza. "Hay que mirarlos juntos".

Si bien ese vínculo les brinda a los estudiantes acceso sin paralelo a mentores, modelos a seguir y financiamiento, también conlleva problemas: las empresas nuevas tienen prioridad sobre el trabajo escolar y surgen conflictos de interés cuando los profesores también son inversionistas.

Bloomberg realizó docenas de entrevistas sobre la escena de emprendimientos de Stanford y sus ventajas y peligros. Estos son algunos de los perfiles que capturan diferentes aspectos de la cultura de la escuela.

El desertor
En el dormitorio en Stanford de Ryan Breslow durante la primavera de 2014 no había fotos en las paredes, ni ropa en el armario, ni edredón en la cama. Eso es porque nadie debía estar viviendo allí.

Breslow era un estudiante de segundo año de informática cuando se retiró a principios de ese año para trabajar en Bolt, su emprendimiento de pagos.

"Me apasioné mucho más por eso que por mis clases", asegura Breslow, de 24 años. Pasó el resto del año escolar escondido en el campus, viviendo en secreto en el dormitorio de repuesto y recibiendo comidas con la ayuda de un cocinero del comedor del que se había hecho amigo.

Hoy en día, Bolt tiene un valor aproximado de US$ 250 millones, según Adam Augusiak-Boro, asociado senior de EquityZen, un mercado para el intercambio de acciones de empleados de compañías estrechamente controladas.

Al menos tres miembros de la facultad de informática son inversionistas de Bolt.

Breslow no es el único desertor exitoso de Stanford. También se cuentan Evan Spiegel, de Snap Inc., quien abandonó la licenciatura; o Elon Musk, de Tesla Inc., quien duró menos de una semana en su Ph.D. Un notable alumno multimillonario, Peter Thiel, creó una beca que ofrece a los jóvenes emprendedores US$ 100,000 para que pongan la universidad en espera.

El académico
Algunas empresas nacen en el aula. Terry Winograd se ve como un académico, con cabello blanco espeso y bigote como el de Einstein. Cuando el exprofesor de ciencias de la computación comenzó a trabajar en Stanford en 1973, sus intenciones también eran académicas. Volverse millonario no era parte del plan, pero estaba destinado a asesorar el proyecto de investigación de posgrado sobre búsqueda web de Larry Page.

Winograd nunca invirtió en el emprendimiento de su estudiante, pero fue invitado a trabajar en Google durante un año sabático en 2002 y se le pagó principalmente con acciones previas a la OPI. La compañía, ahora llamada Alphabet Inc., salió a bolsa en 2004 y está valuada en US$ 797,000 millones.

"No soy multimillonario", dice, "pero estoy bien".

El profesor-inversionista
Otros profesores de ciencias de la computación han adoptado un enfoque más directo para aprovechar las ideas de sus estudiantes. David Cheriton, por ejemplo, fue uno de los primeros inversionistas de Google. Las ganancias que Cheriton ha recibido de la venta de sus acciones de Alphabet constituyen la mayor parte de su fortuna de US$ 4,300 millones, según el Índice Bloomberg Billionaires.

También en el departamento se encuentra Mehran Sahami, quien aún enseña en Stanford y tuvo a Mark Zuckerberg, cofundador de Facebook Inc., como visitante en una de sus clases de informática.

Sahami ha invertido en varias de las compañías de sus estudiantes, incluida una empresa de pagos móviles llamada Clinkle Corp. A principios del 2013, más de una docena de estudiantes del departamento de informática se retiraron para trabajar con el fundador de Clinkle, Lucas Duplan.

"Mi expectativa para los estudiantes y Lucas Duplan, el director ejecutivo, era que se graduaran", afirma Sahami.

Poco después del éxodo de Clinkle, la universidad agregó una sección a su política de conflicto de intereses que requiere que cualquier miembro de la facultad involucrado en el programa académico de un estudiante obtenga permiso de los administradores antes de invertir en ese estudiante.

El aliado
En el 2009, justo después de su tercer año, Cameron Teitelman decidió hacer algo acerca de un problema que notó en el campus: una universidad con tantos empresarios no tenía un entorno estructurado para conectarse y resolver problemas comunes. Su solución fue StartX, un acelerador para fundadores relacionados con Stanford. En 2018, StartX se clasificó entre los tres primeros aceleradores del país, aunque la compañía no se considera tal.

Teitelman, de 30 años, también fundó StartX para crear un espacio seguro para los estudiantes fundadores que trabajan por primera vez en las aguas infestadas de tiburones de Silicon Valley. Después de escuchar las historias de estudiantes a los que sus profesores les habían ofrecido tratos injustos, Teitelman quiso ayudar a los estudiantes a evitar esas situaciones, cuenta.

"A veces los profesores, me parece, se aprovechan de los estudiantes, y eso realmente me molesta", asegura Teitelman.

El inversionista-profesor
Peter Levine, socio general de Andreessen Horowitz, se presenta a sí mismo como un inversionista primero y luego como profesor de Stanford.

Casi al mismo tiempo que Levine comenzó en la firma de capital de riesgo en 2010, la escuela de negocios lo invitó a enseñar a tiempo parcial, y él aceptó con entusiasmo.

"Es un honor enseñar allí", dice Levine. "Se trata de devolver algo y compartir la experiencia que tengo".

Ser un capitalista de riesgo rodeado de estudiantes emprendedores, inteligentes y ambiciosos, que buscan financiamiento, es un beneficio adicional, y cuenta que a veces se acercan a él para presentarle nuevas empresas mientras está comiendo en la cafetería.

"Saben quién soy y saben lo que hacemos", dice Levine.

La estudiante de la escuela de negocios Tadia James da la bienvenida a profesores que deseen invertir en los estudiantes.

"Son muy generosos y realmente creen en nosotros", asegura. "No es nada raro que un profesor invierta en uno de sus estudiantes, especialmente después de que un estudiante haya tomado su clase".

Teitelman, que estudió ciencias de la administración e ingeniería, destacó la distinción entre las inversiones de los profesores a tiempo parcial y los profesores titulares a tiempo completo.

"En su mayor parte, los profesores titulares en Stanford son muy cuidadosos", afirma Teitelman. "Lo que más les importa es la investigación y la educación de un estudiante".

Financiación futura
Incluso Stanford está participando. En el 2013, la escuela fundó el Fondo Stanford-StartX, que le permite a la universidad invertir en las empresas de StartX.

"Capacitamos y albergamos estas mentes creativas, y es justo que invirtamos en su éxito futuro", dijo el entonces presidente de Stanford, John Hennessy, en una declaración en el momento.

La universidad ha invertido más de US$ 150 millones en el Fondo Stanford-StartX hasta fines del 2018, asegura el director financiero de Stanford, Randy Livingston, en un correo electrónico; eso es 50% más de lo que predijo en una entrevista del 2013 con The New Yorker.