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Mi colega Conor Sen hizo recientemente una audaz predicción: que el gobierno será el impulsor de la economía estadounidense en las próximas décadas. La era de Silicon Valley terminará, reemplazada por los imperativos de la lucha contra el cambio climático y la competencia con China.

Sería un cambio trascendental. Las compañías tecnológicas más grandes –Amazon.com, Apple Inc., Facebook Inc., Google (Alphabet Inc.) y (sorprendentemente) Microsoft Corp.– han dominado cada vez más los encabezados y el mercado accionario estadounidense:

Muchos especularon que los efectos de las redes en línea llevarían a estas compañías a dominar la industria privada como nunca antes. Amazon se encargaría de todas las necesidades de compra, Facebook de todas las redes sociales, y así sucesivamente. Mientras tanto, el dramático éxito de estas compañías alebrestó a los inversionistas a descubrir el próximo gigante tecnológico.

Invirtieron dinero en empresas como Uber Technologies, Lyft, Snap Inc., Tesla Motors y WeWork, con lo que enardeció un segundo auge tecnológico y el talento corrió a Silicon Valley, Nueva York, Seattle y algunos otros centros.

Sin embargo, el prolongado auge de la tecnología podría estar alcanzando ciertas limitaciones. Para las empresas grandes, son de índole política: el incrementado poder de algunos gigantes, aparentemente imposibles de responsabilizar, ha renovado el interés en el antimonopolio.

A las personas les preocupa las agresivas negociaciones de Amazon con las ciudades, las presuntas violaciones de Facebook a la privacidad y su tolerancia con las noticias falsas, y/o el supuesto sesgo de Google, así como la capacidad de estas compañías para aplastar a sus competidores más pequeños.

En concordancia con ese sentimiento, la Senadora Elizabeth Warren reveló recientemente un plan para dividir y/o regular a las grandes compañías tecnológicas, con el argumento de que estas empresas se han vuelto tan sistémicamente importantes para la economía que deberían recibir el tratamiento de los servicios públicos.

Además de deshacer grandes fusiones tecnológicas –por ejemplo, ordenar a Facebook separarse de Instagram o Whatsapp–, propone regular fuertemente el motor de búsqueda de Google.

También obligaría a Amazón a separarse de sus unidades que venden productos en su plataforma, de modo que el gigante del comercio electrónico no pueda competir con sus usuarios que son terceros.

Para las compañías más recientes, las limitaciones son más prácticas: simplemente no debe haber más espacio para nuevos dioses en el panteón de las grandes tecnológicas. Uber y Lyft están preparando gigantescas OPI, pero siguen sin lograr generar ganancias, probablemente debido a su incapacidad para protegerse a sí mismos de la competencia.

Snap no ha podido registrar flujos de efectivo positivos por sus operaciones, lo que significa que aún se mantiene con el dinero de los inversionistas, a pesar de ser una compañía pública.

Tesla tiene la oportunidad de convertirse en uno de los gigantes automotrices, pero podría gastar mucho dinero y caer en bancarrota. Netflix cada vez parece menos una plataforma y más un estudio de cine y televisión convencional.

Mientras tanto, si alguien va a producir otra tecnológica para el consumidor a la par con los computadores, la Internet, los teléfonos inteligentes y las redes sociales, no se sabe qué pueda ser.

La llamada inteligencia artificial es el tema de moda, pero es más una tecnología de respaldo para mejorar el funcionamiento de otras aplicaciones; en otras palabras, no está sujeta al mismo efecto de red fuerte que dan a Amazon, Google y Facebook su dominio.

La inteligencia artificial puede generar mejoras de productividad, pero no los rendimientos por acciones a los que se han acostumbrado los inversionistas.

Entonces, mientras continúa la incertidumbre, hay buenas razones para creer en la tesis de Sen de que las tecnologías de la información no volverán a ser el motor económico que fueron; por lo menos no para los inversionistas, y probablemente tampoco para la economía en general.

Sin embargo, asumir que el gobierno ocupará el lugar de la tecnología tiene sus inconvenientes. Todas las cosas que el gobierno podría querer hacer durante la próxima década requieren una gran cantidad de tecnología.

Analicemos la lucha contra el cambio climático. La tarea más urgente para la creación de una economía libre de carbono, tanto en EE.UU. como en el exterior, involucra la tecnología y la innovación.

Esto incluye la creación de mejores baterías y otras formas de almacenamiento energético, la transmisión de electricidad de un lugar a otro sin grandes pérdidas de energía, la fabricación de cemento y la calefacción sin liberar carbono y el desarrollo de métodos baratos para capturar carbono del aire.

La investigación del gobierno puede y debe ayudar a lograr avances en esas áreas, pero mucho del trabajo para hacer las tecnologías baratas, prácticas y extendidas puede lograrlo mejor el sector privado.

Entonces, es de esperar un aumento en los subsidios del gobierno, las asociaciones público-privadas y los contratos de infraestructura en el sector de la energía verde.Otro importante imperativo para el gobierno es la creciente rivalidad tecnológica con China.

Mucha de esta competencia se dará en el campo de la IA: el país que pueda desarrollar mejores sistemas de aprendizaje de máquinas tendrá una ventaja natural en el armamento en red y de precisión, la guerra cibernética, el espionaje y otra variedad de áreas estratégicamente importantes.

En esta nueva carrera espacial, EE.UU. probablemente no podrá darse el lujo de acabar con el conjunto de talento, capital y tecnología que representan sus grandes compañías. Google, por ejemplo, con su proyecto líder Google Brain, además de Amazon Web Services, serán importantes para la seguridad nacional.

Por ende, una posibilidad clara es que las grandes tecnológicas no sean reemplazadas por el gobierno, sino que ambos se fusionen. Las grandes compañías tecnológicas podrían mantener sus posiciones dominantes a cambio de mayor regulación y más cooperación con el gobierno en la carrera contra China y la lucha por salvar el clima.

Así como Ford y General Motors fueron armas en el esfuerzo bélico estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, e IBM ayudó durante la Guerra Fría, Google, Amazon, y otras compañías de vanguardia pueden acercarse al gobierno.

Por Noah Smith