Donald Trump
Donald Trump

El hecho de que el presidente no comprenda que representa a todos los estadounidenses, y no solo a sus partidarios más acérrimos, podría explicar por qué tiene el nivel de aprobación más bajo frente a cualquier otro presidente en el mismo momento en su primer mandato.

Y podría ser la razón por la que ha intentado en reiteradas oportunidades una táctica de negociación que ha fracasado todas las veces. Las maniobras que trató de llevar adelante para la salud, los “” y la separación de familias tienen como objetivo causar daño. La lógica parece ser: si puedo hacerle daño, se verá obligado a hacer concesiones.

Este tipo de comportamiento agresivo podría tener resultados en el área de los bienes raíces, pero es muy poco probable que tenga éxito en política. El problema es que cuando causa un daño deliberado, no son sus socios de negociación los que se ven afectados. A los que perjudica es a los grupos de electores, y eso no funciona en beneficio del presidente.

Un ejemplo son sus políticas que buscaban generar primas de seguro más altas para que el presidente pudiera presionar a los demócratas a apoyar la derogación del programa Obamacare. Esas medidas fracasaron porque es difícil garantizar que solo los grupos en distritos representados por demócratas se vean afectados.

El problema fundamental es que los votantes (y los medios) tienden a culpar o atribuir a los presidentes la mayoría de las cosas que suceden, incluso cuando el presidente no es responsable. Dicho de otra manera: la estrategia no puede funcionar porque cualquier electorado que se vea perjudicado por las acciones de un presidente (o simplemente las desaprueben) también forma parte del electorado del presidente, que es todo el país.

Entonces, cuando Trump revocó el programa de Acción Diferida para Jóvenes Inmigrantes (DACA) y luego intentó obligar a los demócratas a "resolver" el problema aceptando sus propuestas para construir un muro fronterizo y reducir la inmigración legal, la presión no recayó en el partido de la oposición. En su lugar, aterrizó directamente sobre el presidente.

De nuevo: esto es lo que sucede incluso cuando el presidente no es responsable de algún error. La reacción es tan mala, o peor, cuando el presidente deliberadamente hace daño.

Es cierto que el propio parece sentir que todo está bien mientras sus partidarios más acérrimos estén felices. Pero las consecuencias son malas para él, incluso si él (y esos acérrimos partidarios) no se dan cuenta: Trump es el menos popular de todos los presidentes en el mismo momento de su mandato durante la era electoral a pesar de las buenas noticias económicas en general. Tampoco puede lograr las cosas que dice que quiere, como el muro fronterizo y la reducción de la inmigración legal.

Hasta cierto punto, el enfoque de Trump puede ser un subproducto de su convicción declarada de que no existe tal cosa como una negociación en que todos ganen. Esta idea es aún más defectuosa en política de lo que podría ser en los negocios. Pero en gran medida, Donald Trump continúa gobernando como si las únicas personas por las que debe hacerse responsable fueran sus partidarios más acérrimos.

Esto también puede ser un remanente de su pensamiento empresarial. Para ganar dinero con la Universidad Trump, solo fue necesario que una pequeña fracción de todos los consumidores lo apoyara. No importó si otras personas pensaron que toda la organización era una estafa, y que la persona que prestó su nombre fuera un bufón. Pero la política no es así.

Los oponentes fuertes no son para nada iguales a los apacibles o indiferentes. Cuanto más molesto se siente alguien respecto del presidente, más se movilizará para oponerse a él. Y a medida que aumenta el número de personas molestas, crecen los recursos de la oposición en términos de dinero y horas de trabajo voluntario y experiencia.

También es cierto que, hasta cierto punto, Trump, tal vez asesorado por republicanos que han participado en enfrentamientos previos, está replicando las cuestionables estrategias de secuestro que los legisladores del partido han utilizado en pleitos con presidentes demócratas. Excepto en esos casos, los republicanos no han tenido la Casa Blanca, y generalmente no infligían daño primero para luego pedir concesiones para hacerlo desaparecer.

O quizás Trump simplemente no es bueno para negociar por otros motivos. El "por qué" de ello realmente no importa. Lo que sí importa es que Donald Trump no está aprendiendo de intentos previos de usar esta estrategia. Y cuando los presidentes no aprenden de sus errores, generalmente les cuesta caro. A ellos y al país.

Por Jonathan Bernstein

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.