Bryan Latkanich muestra un informe de toxicología, el 22 de octubre de 2020 en Marianna (Pensilvania). (Foto: AFP)
Bryan Latkanich muestra un informe de toxicología, el 22 de octubre de 2020 en Marianna (Pensilvania). (Foto: AFP)

Bryan Latkanich dice que fue “el mayor defensor” de la industria del fracking, pero ahora culpa a los pozos de gas de haber acabado con la salud de su familia y su granja, en el suroeste de Pensilvania.

La maestra jubilada Rose Friend cuenta que los productores de gas cortaron árboles centenarios y le hicieron la vida imposible con el polvo y la contaminación acústica de las interminables filas de camiones que recorrían el área donde vive su familia.

A pesar de sus vivencias, ambos dicen que votarán el 3 de noviembre por, defensor acérrimo de la fracturación hidráulica, así como de los combustibles fósiles en general.

Sus casos ilustran la complejidad de uno de los temas centrales de las presidenciales de Estados Unidos del 2020.

Friend y Latkanich son ejemplos de los muchos residentes de Pensilvania, una de las regiones del país en las que más se ha extendido esta polémica técnica de extracción de combustibles, y donde hay resentimiento con una industria que había prometido un gran futuro.

“Estaba totalmente hundido cuando vinieron y dijeron: ‘Oye, eres millonario’”, recuerda Latkanich, de 49 años, sobre una reunión con Atlas America, adquirida luego por Chevron.

Acababa de someterse a una cirugía por un tumor que lo dejó ciego de un ojo, se estaba divorciando y había perdido su trabajo cuando le dijeron que los depósitos de gas de sus tierras podrían generarle hasta US$ 13 millones.

Pero solo recibió US$ 135,000 antes de que la compañía recogiera sus bártulos y se fuera.

Los primeros problemas llegaron en el 2013, cuando vio quemaduras en el cuerpo de su hijo mientras lo bañaba.

Ryan, ahora de 10 años, todavía experimenta síntomas como asma e infecciones de oído, mientras que Bryan tiene problemas cardíacos, asma y neuropatía, que atribuye a la contaminación del agua de pozo.

Esta experiencia puso a Latkanich contra el fracking, pero votará a Trump porque cree en el derecho a portar armas.

Friend aboga por una mayor regulación del fracking, pero no votará por el demócrata Joe Biden. “Estoy contra el aborto”, dijo la mujer de 83 años. “No creo en matar bebés”.

Pedidos de regulación

El fracking (extracción de gas y petróleo de rocas subterráneas profundas mediante una inyección de agua y productos químicos) tuvo un auge a mediados de la década del 2000.

Para el 2014, permitió a Estados Unidos convertirse en el mayor productor global de petróleo y gas.

Pero tiene altos costos: la perforación desencadena terremotos, e investigadores vinculan sus emisiones al aire y la contaminación del agua con problemas de salud.

Luego, si bien el metano es el combustible fósil de combustión más limpio, se filtra desde los pozos al aire, donde se convierte en un potente gas de efecto invernadero.

En el condado de Washington, que alberga más de 1,600 pozos de fracturación hidráulica, muchos residentes acogieron con satisfacción la promesa de una recuperación económica tras la desaparición de la industria del carbón.

La bailarina profesional Lois Bower-Bjornson, de 55 años, regresó al área cuando comenzó el boom. Y entendió que tenía que hacer algo.

El agua está en la zona por encima de los niveles de radioactividad debido a los contaminantes del fracking, como el radio, que son depositados en vertederos y luego enviados a plantas de tratamiento de agua y por último vuelven al río Monongahela.

Bower-Bjornson apoya al exvicepresidente Biden, a favor de prohibir el fracking en tierras públicas y la transición energética.

Pese a su oposición a la industria, ella como tantos otros demócratas del lugar quieren una regulación más estricta en lugar de una prohibición, que consideran inviable.

Por el momento, los reguladores no están haciendo su trabajo, dicen los residentes.

La investigación de un gran jurado publicada este verano concuerda con Bower-Bjornson, y el fiscal general del estado declaró que la industria recibió un “pase libre”.

Las organizaciones sin fines de lucro han tenido que llenar el vacío.

Industria “sobrevalorada”

Otrora demócrata, el condado de Washington lleva años apoyando a los republicanos, cambio que se atribuye al fracking.

“Tenemos bajo nuestros pies la energía para impulsar a Estados Unidos, y esa energía ha permitido que nuestra economía florezca”, explica Diana Irey Vaughan, una de las tres comisionadas electas del condado.

Está en duda la cantidad de puestos de trabajo vinculados a la práctica. El sector cita análisis que sitúan la cifra estatal en medio millón, incluidos trabajadores indirectos, pero las estimaciones oficiales estiman 26,000.

Antes de que la pandemia afectara al mercado del petróleo, el fracking ya sufría una recesión, indicando que esta industria estaba muy sobrevalorada, según la periodista de negocios Bethany McLean.

Otro de los puntos de controversia es saber si la perforación de lutitas explica un aumento del 40% de un cáncer pediátrico extremadamente raro registrado en la región.

Los defensores de la industria aseguran que no hay pruebas que lo vinculen.

Pero para Alison Steele, de la ONG Proyecto de Salud Ambiental del Suroeste de Pensilvania, estos argumentos son los mismos que la industria tabacalera esgrimía en décadas pasadas.

“Cuando observas las tendencias sobre el impacto en la salud y la proximidad de las personas que experimentan esos impactos a las plataformas de pozos, las cifras son realmente asombrosas”, afirma.