Hoy, la bulliciosa estación principal del sistema de transporte del Capitolio es un hervidero cada vez que el Senado está en sesión, donde los periodistas se abarrotan para interrogar a los legisladores antes de una votación. (Foto: Bloomberg)
Hoy, la bulliciosa estación principal del sistema de transporte del Capitolio es un hervidero cada vez que el Senado está en sesión, donde los periodistas se abarrotan para interrogar a los legisladores antes de una votación. (Foto: Bloomberg)

Frecuentado por presidentes, jueces de la y hasta estrellas de Hollywood, es el medio de transporte preferido por algunos de los políticos y activistas más influyentes del mundo. Sin embargo, pocos en saben que existe.

El Capitol Subway System, una red de tranvías en las entrañas de la laberíntica sede del Congreso en Washington, ha estado transportando políticos durante más de un siglo.

Escenario de un intento de asesinato fallido, de una actuación fuera de Broadway y de un escondite para un presidente que desapareció de la Oficina Oval sin decírselo a nadie, el tren del Congreso ha acaparado titulares alguna vez, pero también deleita a visitantes anónimos a diario.

“A los niños les encanta, así que siempre hay senadores que están dispuestos a llevar a familiares con hijos o sobrinos pequeños para que se suban”, confiesa Dan Holt, uno de los historiadores del Senado. “Realmente es algo especial”.

Los rieles se extienden por casi un kilómetro, y los 90 segundos que se necesitan para ir de una estación a otra bajo luces de neón dan el tiempo suficiente para un breve debate político, un pequeño chisme, una rueda de prensa improvisada o un momento de ensoñación.

Futuros presidentes como Ronald Reagan y Barack Obama, senadores durante sus campañas electorales, también viajaron a bordo del tren del Congreso. Aunque a un juvenil “JFK”, entonces simplemente el senador Jack Kennedy, una vez se le negó la entrada, diciéndole que “se hiciera a un lado para los senadores, hijo”.

“Buena suerte... mala puntería”

Hoy, la bulliciosa estación principal del sistema de transporte del Capitolio es un hervidero cada vez que el Senado está en sesión, donde los periodistas se abarrotan para interrogar a los legisladores antes de una votación.

Pero los intercambios no siempre son amigables.

En 1950, una senadora republicana, Margaret Chase Smith, estaba a punto de dar un discurso muy crítico en el hemiciclo hacia su colega Joe McCarthy, quien lideraba una caza de brujas contra los comunistas.

“Margaret, te ves muy seria”, Smith recordó más tarde que McCarthy dijo, según Holt. “¿Vas a dar un discurso?” “Sí”, respondió ella, “y no te va a gustar mucho”.

Tres años antes, un expolicía del Capitolio, William Kaiser, había disparado contra el candidato presidencial John Bricker. Este senador de Ohio se subió al tren gritándole al conductor que arrancara cuando una segunda bala pasó por encima de su cabeza.

“Sólo la buena suerte y la mala puntería de su agresor salvaron al senador”, informó entonces el New York Times. El atacante huyó, pero fue arrestado más tarde.

Los políticos también encontraron en los vagones del Congreso un remanso de paz, lejos del ritmo frenético de la capital.

William Howard Taft, el 27º presidente de Estados Unidos, generó pánico entre sus asistentes un sábado de enero de 1911 cuando desapareció durante aproximadamente una hora para ir a ver los trenes.

“Un gran escalofrío de miedo se apoderó de la ciudad cuando las ansiosas preguntas a la Casa Blanca provocaron la respuesta de que no se podía encontrar al presidente. La alarma se extendió como un incendio forestal”, informó el Washington Times en ese momento.

Estilo Disneylandia

La primera red de transporte subterráneo del Congreso se inauguró el 7 de marzo de 1909, para senadores que esperaban evitar el fuerte calor húmedo del verano en Washington cuando tuvieran que ir de sus oficinas al hemiciclo.

Originalmente eran coches eléctricos Studebaker, que fueron sustituidos tres años después por un sistema de monorraíl. Luego, en 1960, se inauguraron cuatro pequeños trenes eléctricos, que el capellán del Senado apodó “el expreso de la democracia”, a un costo de US$ 75,000 de entonces.

Cinco años después, una línea para la Cámara de Representantes conectó el edificio de oficinas Rayburn con el Capitolio. Y en 1993, comenzó a circular con gran fanfarria un tren sin conductor estilo Disneylandia de US$ 18 millones.

El tren del Congreso no solo tiene incondicionales.

Algunos senadores se quejaron de que las ráfagas de viento arruinaban sus peinados. Un exlegislador republicano, Mike DeWine, llegó a prohibir a los miembros de su equipo tomar el tren en protesta por lo que consideraba un despilfarro de dinero público.

Entre los famosos entusiastas del sistema están los actores Richard Gere, Chuck Norris y Denzel Washington, el cómico Jon Stewart y la estrella de rock Bono.

El compositor y actor Lin-Manuel Miranda, autor del musical “Hamilton”, incluso se filmó en el 2017 cantando a todo pulmón a bordo de lo que describió como “el tren secreto del Congreso”.

Con el aumento de la conciencia sobre la vida saludable, y cuando más legisladores eligen caminar para mantenerse en forma, los pasajeros del subterráneo del Capitolio han disminuido.

Pero nunca desaparecerán del todo mientras los legisladores deban correr entre una reunión y una votación. “Si uno tiene prisa, es genial”, resume Holt.