La administradora del jardín de infantes Community Day Care Center for Children de Seattle Latoya Oneal recibe a los niños el 29 de octubre del 2020. Los jardines de infantes a menudo envían de vuelta a casa a cualquier niño que presente algún síntoma de enfermedad como medida preventiva para combatir la propagación del coronavirus. La medida evita contagios, pero genera complicaciones a los padres de los menores. (Foto: AP/Elaine Thompson)
La administradora del jardín de infantes Community Day Care Center for Children de Seattle Latoya Oneal recibe a los niños el 29 de octubre del 2020. Los jardines de infantes a menudo envían de vuelta a casa a cualquier niño que presente algún síntoma de enfermedad como medida preventiva para combatir la propagación del coronavirus. La medida evita contagios, pero genera complicaciones a los padres de los menores. (Foto: AP/Elaine Thompson)

La pandemia golpeó duro a Joelle Wheatley, que tocó fondo cuando su hijo fue enviado de vuelta a su casa por segunda vez porque moqueaba un poco, en acatamiento de rígidas reglas asociadas con el .

Era el primer día de Jacob en la escuela tras ausentarse diez días por otros síntomas ligeros que resultaron no ser nada. Frustrada, desesperada --no tenía quién cuidase a su hijo y necesitaba enfocarse en su trabajo-- y convencida de que los mocos y la tos de su hijo eran benignos, lo llevó de vuelta al jardín de infantes.

“Sabía que estaba resfriado. Parece irresponsable lo que hice”, admitió Wheatley, quien tienen 43 años y trabaja para una organización sin fines de lucro abocada a la educación preescolar. “Pero, honestamente, no daba más”.

Los padres, pediatras y profesionales del campo están comprobando que las restricciones de la pandemia ofrecen garantías, pero al mismo tiempo parecen incompatibles con la realidad de los niños y su propensión a las enfermedades.

A menudo un poco de fiebre, diarrea, vómitos o algunos mocos --cosas comunes en la infancia-- hacen que se aísle a un niño.

Las nuevas reglas, sin embargo, a veces no toman en cuenta el hecho de que los niños son proclives a contraer infecciones virales comunes que los ayudan a generar anticuerpos, o tienen alergias, lloran cuando les salen los dientes... síntomas todos estos que pueden ser confundidos con los del COVID-19.

El precio que pagan los padres y los pequeños por estos síntomas --que pueden ser un indicio de un niño saludable y feliz tanto como un aviso de la presencia del virus que ha causado más de 2 millones de muertes en todo el mundo-- es alto: Una alteración de la rutina de días.

Es una realidad que Wheatley conoce bien: Jacob fue enviado a casa de nuevo en el segundo día y ella tuvo que conseguir un certificado de un médico constatando que el niño no tenía virus alguno. Le tomó dos días conseguir que Jacob fuera readmitido y le causó profundo malestar y un sentimiento de culpa por estar descuidando su trabajo.

Los médicos reconocen que las situaciones son bastante difusas cuando hay niños con síntomas.

La pediatra Elaine Donoghue dice que cualquier síntoma que pueda revelar la presencia del COVID-19 debe ser tomado en serio. Si bien los niños tienen tendencia a contraer infecciones menores, en teoría hoy enfrentan menos riesgos de contagiarse debido a las medidas tomadas para impedir la propagación del COVID-19. Esto hace que se adopten nuevos parámetros para evaluar síntomas.

“Nada es seguro en medio de una pandemia”, dijo Donoghue. “Esta es una época muy incierta”.

Los jardines de infantes son considerados un servicio esencial en muchos países.

Lois Martin, quien administra un jardín de infantes en Seattle (el Community Day Center for Children), dijo que el personal está ajustándose a los nuevos tiempos y que a los instructores se les está pidiendo que asuman responsabilidades que requieren conocimientos médicos, como analizar las secreciones nasales en base a su densidad y su color.

“Este no es el mundo que queremos para los chicos”, dijo Martin.

Una organización que vela por la niñez (la Child Care Aware of America) difundió en octubre un estudio a nivel nacional realizado por investigadores de la Universidad de Yale en mayo y junio en el que participaron más de 57,000 empleados de jardines de infantes en el que no se detectaron contagios entre el personal. Esto hace pensar que, cuando se toman medidas estrictas, los niños no corren peligro de contraer el virus.

Wheatley y su marido, quienes tienen también un bebé de 10 meses, se están haciendo a la idea de que los niños van a ser sacados de los jardines de infantes cada vez que presenten cualquier síntoma a título preventivo.

“Esto no puede seguir así”, dijo Wheatley. “La solución va a ser aguantar como podamos, ser infelices y mudarnos algún día” para estar más cerca de familiares dispuestos a ayudar.