Por Tyler Cowen
Los defensores de las estrategias de “inmunidad colectiva” a menudo afirman que el COVID-19 es relativamente seguro para los jóvenes y que la mayoría de las víctimas son viejas. Esta observación es correcta, pero la pregunta es qué hacer con ella. A menudo, la implicación, declarada o no, es que la respuesta a la pandemia no necesita ser tan vigorosa porque la pérdida de vidas, medida en años, es menor de lo que parece.
Es una discusión incómoda pero necesaria, dicen. Que así sea; pero una vez que la conversación se centra en qué muertes son las más importantes, otras preguntas sobre el COVID-19 comienzan a surgir, casi todas las cuales se dirigen hacia una respuesta muy vigorosa. Cuando enemigos extranjeros o agentes patógenos atacan vidas estadounidenses en una escala notable, el rechazo debe ser muy fuerte.
Considere el 11 de septiembre, cuando murieron unos 3,000 estadounidenses. Estados Unidos lanzó una respuesta muy activista que incluyó nuevos procedimientos de seguridad en los aeropuertos, medidas enérgicas contra el lavado de dinero, mayor vigilancia y dos guerras. No todas esas elecciones fueron prudentes, pero califican como una respuesta muy vigorosa.
El punto es el siguiente: si 3 estadounidenses hubieran sido asesinados en lugar de 3,000 —si, digamos, el 11 de septiembre fuera un día festivo en EE.UU. del que no sabían los secustradores, así que habría menos personas trabajando— la respuesta óptima no habría sido muy diferente. Hubo muchas víctimas, pero también es significativo que varios aviones fueron secuestrados descaradamente y volados a edificios emblemáticos importantes, el Pentágono fue golpeado y el Congreso mismo estuvo bajo amenaza.
Las políticas que no responden a tales ataques pronto quedan desactualizadas. No solo invitan a más intimidaciones, sino que sus ciudadanos pierden la fe en la capacidad del gobierno para mantener el orden público o dar forma al futuro de la nación. Es posible que todo el sistema de gobierno de EE.UU. haya estado en juego en la decisión de responder al 11 de septiembre de una manera significativa.
Por el contrario, alrededor de 3,500 estadounidenses mueren cada año en incendios. Repito: cada año. Sin embargo, los estadounidenses no han respondido a las muertes por fuego como lo hicieron al 11 de septiembre, ni ha tenido lugar una gran discusión pública.
Para ser claros, EE.UU. probablemente debería hacer más para limitar el número de muertes por incendios. Pero no amenazan al país y al orden constitucional como lo hacen los ataques terroristas. La forma en que mueren las personas es crucial para ayudar a una nación y una sociedad a escalar su respuesta y enmarcar el debate sobre qué hacer.
El COVID-19 obviamente se parece más al 11 de septiembre que al número anual de muertes por incendios. Manda los titulares todos los días, ha creado una depresión económica mundial, está cambiando la política global y el equilibrio de poder, causa un estrés extremo para millones y ha perjudicado significativamente la reputación global de Estados Unidos. Sí, ha habido algunas reacciones exageradas por la ansiedad, pero es inevitable que los humanos respondan drásticamente a una gran pandemia mundial.
Sin duda, el número de víctimas estadounidenses es alto: 220,000, y algunas muertes en exceso por causas más amplias. Pero el evento en sí es tan cataclísmico que “rebajar” esas muertes al decir que muchas de las víctimas eran ancianos no hace una gran diferencia en términos de formulación de una respuesta óptima.
Además, es probable que los coronavirus regresen, lo que es una razón más para sobresalir en la respuesta ahora. Para considerar otro ejemplo, durante el brote de SARS-1 en 2002-2003, 774 personas murieron en todo el mundo, ninguna de ellas en Estados Unidos. Los países que tomaron en serio ese virus, Corea, Taiwán y Canadá, por nombrar algunos, han tenido un rendimiento mucho mejor durante la crisis actual. Y muchas de las mejores respuestas biomédicas, incluidas las vacunas y los anticuerpos monoclonales, han evolucionado desde respuestas muy graves a pandemias anteriores.
Un último experimento de pensamiento (bastante extravagante): imagínese que un enemigo de EE.UU. exigiera la entrega de 100 estadounidenses de 90 años de edad cada año. Por supuesto que Estados Unidos se negaría. La edad de las víctimas no sería un factor en esa decisión.
Las pandemias han sido eventos que alteran la civilización desde el comienzo de la historia humana, y lo siguen siendo, especialmente si no respondemos adecuadamente. La necesidad de obtener la respuesta correcta, no el valor relativo de los jóvenes con el de los viejos, es lo principal con lo que deberíamos estar obsesionados.