Miami Beach. (Foto: EFE)
Miami Beach. (Foto: EFE)

Cuando las playas de estaban abarrotadas el año pasado, muchos se horrorizaban de ver tanta insensatez mientras el coronavirus comenzaba a arrasar y el mundo. Ahora el país vuelve a apuntar su dedo acusador al sur de Florida y a someter al escarnio público a sus veraneantes.

Cada marzo, durante las vacaciones de primavera, miles de personas vienen a esta isla barrera frente a Miami a festejar la vida como si no hubiera un mañana, y esta temporada más aún, al cabo de un año de depresión, aislamiento y privaciones.

“Tenemos que comenzar a vivir. En serio”, dice James Mitchell, de 45 años y quien acaba de llegar del gélido Chicago, sentado en un banco en el paseo Ocean Drive al atardecer.

Mucho se ha aprendido desde el año pasado, asegura. Por eso su pareja, Vermell Jones, de 44, desestima las críticas porque usa el tapabocas solo en lugares cerrados. “Si estás caminando al aire libre, siento que no es necesario”, sostiene.

En las noches, la gente hace twerking en los techos de los coches, protagoniza escaramuzas con la policía y practica todo menos la distancia social, en una especie de “locos años 20” que se anticipan a la pospandemia.

Con 21.7% de la población que ha recibido al menos una dosis de la vacuna en Estados Unidos, se respiran aires festivos, pero muchos alertan que la pandemia aún no ha terminado.

Esther, de 33 años, está “horrorizada” porque aún teme contagiarse de . “Es una vergüenza cómo está todo abarrotado”, dice esta residente de Miami Beach que no quiere dar su apellido.

La isla de apenas 92,000 habitantes atrae a 200,000 visitantes y trabajadores todos los días, según su alcalde, Dan Gelber.

“Tenemos 12 km de playas hermosas, tenemos hoteles que han sido muy seguros y grandes cantidades de restaurantes al aire libre, pero no queremos una multitud para la que se vale todo”, advirtió el lunes.

Un doble discurso

Los estadounidenses adoran tomarle el pelo a los floridanos: por sus extravagancias, su convivencia con animales salvajes y, últimamente, por su manejo de la pandemia.

Pero estas críticas llegan a veces con un doble discurso. Muchos de los que pasaron meses confinados en otros estados, se están mudando a Florida precisamente porque aquí las normas sanitarias son más laxas y el clima más amable.

“Hay un tremendo interés en mudarse a Miami. Casi todas las veces que mostramos propiedades es para gente de Nueva York o California”, comenta David Nguah, de la agencia de bienes raíces Douglas Elliman.

“Aquí se pueden sentar en un café o un restaurante al aire libre, echarse en la piscina y en Miami Beach siempre estarán a 10 minutos a pie o en bicicleta de un parque”, dice.

Uno de ellos es Rahul Sehgal, quien se mudó en noviembre desde Nueva York como parte de un boom tecnológico que vive Miami.

“Hacía demasiado frío para cenar al aire libre o para socializar en el parque y la gente dudaba en socializar en espacios cerrados”, dice este ingeniero informático de 49 años.

“En cambio, en Miami, tendría un poco de vida social y al menos sería más feliz al aire libre, aunque no conociera mucha gente”.

El fenómeno Florida

Misteriosamente, Florida no ha registrado más fallecidos de coronavirus que otros estados que se han mantenido cerrados con llave.

Es el estado número 27 de 50 en cantidad de muertos de COVID por cada 100,000 habitantes, con 150 fallecidos, muy por debajo de Nueva York, por ejemplo, que es segundo con 252, según datos de la Universidad Johns Hopkins.

“Es un verdadero fenómeno”, dice Amesh Adalja, profesor de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de esta universidad. “Está claro que Florida está mucho mejor de lo que todos predecíamos que estaría”.

Puede tener que ver con que el clima favorece las salidas al aire libre, explica. O podría ser que en los estados donde las medidas son demasiado restrictivas, ocurran reuniones clandestinas que acaban siendo más riesgosas, porque se sostienen en residencias privadas.

El gobernador republicano, Ron DeSantis, nunca ordenó el uso de tapabocas a nivel estatal, pero sí impuso medidas muy estrictas en las cientos de residencias de ancianos, quienes representan el 20% de la población.

Los restaurantes abrieron en mayo del 2020, las últimas playas en reabrir lo hicieron en junio después de cerrar tres meses respondiendo a las presiones del resto del país y las escuelas comenzaron a tener clases presenciales en el verano boreal.

“Hemos vivido en un entorno privilegiado”, dice Malena Mateos, una residente de Miami Beach de 44 años.

Pero este privilegio de unos llegó con un costo para otros. En un momento, comenta Mateos, dio la impresión de que Florida había decidido “asumir las bajas que iba a provocar el COVID”.