Estados Unidos
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En los últimos 18 meses, el Pentágono ha estado llevando a cabo un cambio radical en la estrategia de defensa de Estados Unidos. El Departamento de Defensa ha estado trabajando en una reforma a la estrategia de defensa de "dos guerras" que ha utilizado durante el último cuarto de siglo, en favor de una que se enfoque en ganar una lucha por todas las apuestas contra China o Rusia.

Esta estrategia de una guerra se basa en la idea absolutamente correcta de que la derrota de una gran potencia sería mucho más difícil que cualquier otra cosa que hayan hecho las fuerzas armadas estadounidenses en décadas.

No obstante, también corre el riesgo de que EE.UU no tenga suficiente poder militar para lidiar con un mundo en el que puede enfrentarse a dos o más amenazas importantes a la vez.

Durante la era posterior a la Guerra Fría, las fuerzas armadas estadounidenses han tenido un constructo de planeación de fuerzas (un esquema que equipara el tamaño y las capacidades de la fuerza con los escenarios clave a los que podría enfrentarse) enfocado en enfrentar dos problemas regionales importantes más o menos al mismo tiempo.

La idea era que EE.UU. debería poder derrotar contundentemente a un adversario en Medio Oriente (Irán o Irak) sin perjudicar fatalmente su capacidad de lidiar con Corea del Norte.

Esta capacidad de luchar dos guerras se consideraba vital para evitar la agresión oportunista de un adversario mientras EE.UU. se encontrara en conflicto con otro, con lo que respalda la estrategia general de disuadir las guerras en múltiples regiones a la vez. La estrategia de dos guerras, escribieron funcionarios del Pentágono en 1997, es "sine qua non a una superpotencia".

Con el inicio de la austeridad presupuestal en el 2011, la estrategia de dos guerras se erosionó gradualmente, dado que los recortes en defensa dificultaron el manejo de dos adversarios regionales a la vez. Además, luego de la invasión rusa a Ucrania en el 2014, quedó claro que EE.UU. se enfrentaba a un mundo fundamentalmente diferente, en el que los principales adversarios del país no eran estados rebeldes inferiores sino importantes potencias con capacidades militares formidables.

Luego hay que añadir que cualquier guerra contra Rusia o China ocurriría en sus zonas de influencia geopolíticas y que ambos rivales han invertido tiempo, dinero y esfuerzos intelectuales considerables para neutralizar la capacidad de EE.UU. de proyectar poder, por lo que las fuerzas militares estadounidenses tendrán una enorme dificultad para ganar incluso una sola guerra contra una gran potencia retadora.

En su Estrategia de Seguridad Nacional del 2018 y las posteriores declaraciones, el Pentágono ha esbozado un constructo de planeación de fuerzas significativamente diferente. Anuncia que las fuerzas militares estadounidenses totalmente desplegadas serían capaces de DERROTAR una agresión de una gran potencia, a la vez que también podrían DISUADIR (no necesariamente derrotar) de una agresión en un segundo escenario.

En otras palabras, EE.UU. ya no está construyendo una fuerza en torno a las demandas de dos conflictos regionales contra estados rebeldes, sino a la necesidad de ganar un conflicto de alta intensidad contra un único competidor de alto nivel; una guerra con China por Taiwán, por ejemplo, o un choque con Rusia en la región del Báltico.

Detrás de este cambio hay bastante consideración. El objetivo de la nueva estrategia es señalar sin ambigüedad —a los aliados, a los competidores y a la burocracia del Pentágono— que EE.UU. se enfoca actualmente en la competencia de grandes potencias y en los inmensos desafíos que representa a una fuerza que ha estado dedicada al contraterrorismo y la contrainsurgencia durante casi dos décadas.

Reconoce que las ventajas militares de EE.UU. en comparación con Rusia o China se han erosionado considerablemente, y que el Departamento de Defensa necesitará capacidades de alta tecnología y conceptos operativos creativos para derrotar a cualquiera de los países en caso de guerra.

La nueva estrategia, por tanto, da prioridad a entender esos conceptos y capacidades claves —casi todos los cuales son incipientes— por encima de la expansión de la fuerza mediante la adquisición de más portaaviones, aviones de combate de la Guerra Fría y otras capacidades heredadas que simplemente serían aplastadas en caso de disputa contra Pekín o Moscú.

Además, busca sustraer al Pentágono de los antiguos modos bélicos de EE.UU. —basados en la reunión de poder abrumador en un escenario y el posterior lanzamiento de la guerra en el momento de nuestra elección— y hacia una nueva forma de guerra en la que las fuerzas estadounidenses tendrán que negar a sus adversarios la capacidad ganar terreno rápidamente, a la vez que operan en un entorno increíblemente mortal.

En resumen, el enfoque del Pentágono se basa en la idea de que EE.UU. tiene que descifrar cómo derrotar a una sola gran potencia antes de perseguir cualquier otra ambición. Es un enfoque sensato, pero uno que conlleva riesgos reales en la guerra y en la paz por igual.

El principal riesgo en tiempo de guerra es que el mundo pueda lanzarle más a EE.UU. de lo que el Pentágono pueda manejar. EE.UU. no se enfrenta a una sino a dos súper potencias rivales, por no mencionar las amenazas menores que representan Corea del Norte, Irán y varios grupos terroristas. Hay una posibilidad nada despreciable de que EE.UU. pueda encontrarse lidiando con desafíos militares serios en dos o más escenarios al mismo tiempo.

De hecho, si EE.UU. tuviera que lanzar la mayor parte de su capacidad militar para derrotar una ofensiva China por el dominio del Pacífico Occidental, otra potencia hostil —tal vez Rusia— podría decidir lanzar los dados de hierro mientras EE.UU. está comprometido en otra parte.

Incluso si ese segundo país no lanzara una guerra considerable contra EE.UU. y sus aliados, podría intentar obtener considerables concesiones diplomáticas lanzando —explícita o implícitamente— una agresión en un momento en que Washington no esté debidamente preparado para enfrentarla.

Para ser justos, el Pentágono y exfuncionarios clave han argumentado que bajo la doctrina de una guerra, EE.UU. aún podría "disuadir" en un segundo escenario y que el éxito de las fuerzas militares para manejar al primer contendiente será crítico para determinar si se enfrenta a otros.

No obstante, como ha señalado la Comisión de Estrategia de Defensa Nacional (para la que he trabajado), no está claro cómo, exactamente, el Pentágono planea disuadir a un segundo agresor si no tiene la capacidad de impedir que dicho agresor tome territorio clave en primer lugar.

Si los Aliados de EE.UU. incrementan significativamente sus propias capacidades, o si Washington eventualmente disipa las tensiones con Moscú para poder enfocarse exclusivamente en Pekín, entonces tal vez el dilema de las dos guerras pueda relajarse. Sin embargo, hoy, esas son perspectivas relativamente distantes e inciertas.

Los riesgos de verse sin recursos durante una guerra también tienen considerables ramificaciones en tiempos de paz. El equilibrio militar tienen un efecto profundo en la competencia geopolítica, incluso antes de los disparos de salida. La disposición de un país para correr riesgos y defender sus intereses depende forzosamente de qué tan bien piense que van a salir las cosas si se ponen feas.

Si un presidente de EE.UU. sabe que un conflicto con China o Rusia comprometería a casi todas las fuerzas militares estadounidenses, podría estar menos dispuesto a correr el riesgo de conflicto en una crisis por miedo a dejar a Washington peligrosamente expuesto. Y si los competidores de EE.UU. perciben esta debilidad, pueden sentirse inclinados a presionar más a EE.UU. y a sus aliados.

Sin duda, los arquitectos de la nueva estrategia del Pentágono están en lo correcto respecto a un asunto esencial: EE.UU. debe llegar a una mezcla adecuada de capacidades y conceptos para vencer a China o Rusia antes de expandir significativamente sus fuerzas militares.

Ahora bien, cuando la mezcla esté determinada, EE.UU. tendrá que construir —a un costo significativo— una fuerza mayor que en efecto pueda impedir a un agresor alcanzar sus objetivos en un segundo escenario, incluso mientras EE.UU. esté luchando en el primero.

En el futuro cercano, EE.UU. estará involucrado en rivalidades intensas y peligrosas con China y Rusia simultáneamente. No puede arriesgarse a quedar indefinidamente atrapado con unas fuerzas militares para una guerra en un mundo de dos guerras.

Por Henry Brands "Hal"